domingo, 17 de junio de 2012

NADIE TE PUEDE OBLIGAR


Una tarde, al levantarse David de su cama y pasearse por la azotea del palacio real, vio desde allí a una mujer muy hermosa que se estaba bañando [...]. David ordenó entonces a unos mensajeros que se la trajeran, y se acostó con ella, después de lo cual ella volvió a su casa. 2 Samuel 11:2,4.

Siempre me ha causado curiosidad que cuando se habla de este triste episodio, se lo menciona como «el pecado de David». No tengo nada contra Betsabé. Pero no puedo evitar hacerme algunas preguntas cada vez que leo este relato.
Por ejemplo, ¿no pudo Betsabé ser más cuidadosa al tomar su baño? No sabemos cuánto de su cuerpo expuso, pero sí sabemos que fue suficiente para que David «perdiera la cabeza». Otra cosa, ¿no se dio cuenta ella de que el rey David la estaba
observando? David no estaba escondido. Estaba paseando por la azotea del palacio. Por último, cuando David la mandó a buscar, ¿no sabía ella acaso lo que él quería?
Hablemos con claridad. En algún momento del proceso ella descubrió las intenciones del rey. ¿No podía negarse ella a participar en esa relación ilícita? Que el rey de Israel no estuviera respetando su posición como líder del pueblo no significaba que ella también podía abandonar sus principios y su dignidad de mujer casada. En otras palabras, Betsabé pudo decir que no. Y si esa hubiera sido su decisión, ni siquiera el rey, con todo el poder que tenía, habría podido obligarla a pecar.
Digámoslo en voz alta:
NADIE NOS PUEDE OBLIGAR A PECAR.
Ni siquiera Satanás, con toda su legión de ángeles malignos, nos puede obligar a hacer lo malo. Para que se produzca el pecado, primero debemos dar nuestro consentimiento; en otras palabras, decir que sí.  Betsabé dijo que sí, pudiendo decir que no. Y ese sí desencadenó una serie de lamentables consecuencias tanto para David como para ella. Ese sí preparó el terreno para la muerte de su esposo Urías. Y también para la muerte del bebé que concibió en pecado.
No permitas que esta historia se repita en tu vida. Pídele a Dios que hoy te dé el valor que necesitas para «mantener la cabeza en su lugar» cuando otros alrededor la pierden, para mantenerte de parte de lo recto «aunque se desplomen los cielos».
Padre santo, ayúdame a hacer siempre lo recto, no importa el precio que tenga que pagar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

No hay comentarios:

Publicar un comentario