viernes, 27 de julio de 2012

PAREDES MAESTRAS


«A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca» (Mateo 7:24).

Desde que era joven me ha interesado la arquitectura. No me refiero a los rascacielos y los puentes, sino a las casas. A menudo explico a los miembros de iglesia que a pesar de que tengamos mucho que agradecer porque entre nosotros se cuenten médicos y personas con una buena formación, no tenemos que olvidar que Jesús era un sencillo carpintero y que sus discípulos no pasaban de humildes trabajadores.
Cuando tenía dieciséis años trabajé para una empresa que se dedicaba a poner los acabados en las paredes del interior de las casas. Estoy convencido de que Dios me llamó al ministerio, pero desde aquel tiempo jamás he dejado de reconocer el trabajo de los albañiles, los carpinteros, los electricistas y otros obreros cuyas habilidades hacen posible que existan las casas
La casa en la que ahora vivimos fue construida en 1977. De vez en cuando las casas necesitan trabajos de mantenimiento y hasta alguna rehabilitación.  A medida que pasan los años procuro mantener mi casa en buen estado de conservación. Doy gracias por los años que pasé en la construcción.
Mi hija y su esposo viven cerca y, como puede imaginar, a menudo vienen a visitarnos. No hace mucho, mientras discutíamos sobre qué hacer para reformar el salón, mi yerno, apuntando hacia una dirección, dijo:
—Papá, creo que tendrías que derribar ese tabique. Así el salón será más amplio.
—Hijo —dije—, no puedo hacerlo. Esa es una de las paredes sobre las que se sustenta toda la casa. Es una pared maestra.
Jesús dijo que quien oye sus palabras, y no las obedece, «semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó y fue grande la ruina de aquella casa» (Luc. 6:49). Todas las casas tienen unan pared maestra. En nuestra vida, Jesús es esa pared. «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios!» (Isa. 53:4). Jesús lleva la carga por nosotros y nos mantiene de pie en los rápidos del río de la vida. Por más que las olas nos azoten, no caeremos. Basado en Lucas 6:49

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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