jueves, 13 de septiembre de 2012

LA GRAN SIMA


«Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido» (Eclesiastés 9:5).

Hay quienes tienen la creencia errónea de que los ricos lo son porque gozan del favor de Dios y los pobres no son dignos de recibir tales bendiciones. Sin embargo, ¿son las cosas materiales una bendición que procede de Dios? ¿No podría ser también que Satanás las hubiera puesto ahí para alimentar nuestra naturaleza egoísta?
Entre los contemporáneos de Jesús se había extendido un mito que enseñaba que entre la muerte y la resurrección es posible un estado de existencia consciente. Muchos de los que escuchaban a Cristo creían esa falsa doctrina. Jesús conocía esas ideas, pero en lugar de atacar el error, se valió de algunos detalles de la fábula para presentar una gran verdad.
En la parábola de Jesús, los destinos de un hombre rico y de otro pobre se invertían. El pobre iba al cielo y el rico, al peor de los lugares. Mientras vivía, el hombre rico pensaba que era mejor y más digno que el pobre que pedía a su puerta. Pero el cielo, para determinar el carácter, no se fija en las cuentas bancarias ni en las ropas lujosas.
Los ricos no están condenados por el solo hecho de poseer riquezas, sino que se los considera responsables por cómo administran los bienes que se les confían. Los que atesoran posesiones para sí mismos no pueden llevárselas al cielo. Pero al usarlas para ayudar a los demás y hacer el bien se hacen un tesoro en el cielo.
Desterrar el orgullo y el egoísmo es difícil. Aun encontrándose en medio de las llamas, el rico era tan soberbio que, incapaz de hablar al pobre, llamaba al «Padre Abraham». Sin embargo, este le dijo: «Una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá» (Luc. 16:26).
El gran abismo que no se podía cruzar era consecuencia de la desobediencia y el egoísmo. El pecado y la autocomplacencia nos separan unos de otros y, finalmente, de Dios. Jesús dio su vida por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Él es nuestro ejemplo de obediencia y abnegación. Dando, conservamos. Acumulando, perdemos. Basado en Lucas 16:19:31.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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