martes, 9 de octubre de 2012

TAN SIMPLE COMO EL ABC


«Oye, Jehová, una causa justa; atiende a mi clamor. Escucha mi oración hecha de labios sin engaño» (Salmo 17:1).

A veces no sabemos qué decir al orar. Esto es comprensible. Usted quiere hablar con el Señor y busca tiempo y un lugar para ello. Inclina la cabeza y... no encuentra las palabras. La mente se le queda en blanco. Las manos empiezan a sudar y el pensamiento divaga. ¿Acaso piensa que es el único? En absoluto; esto nos sucede a todos de vez en cuando.
Al fin y al cabo, entramos en la sala del trono del Dios todopoderoso, Creador del universo. Después de leer las bellas oraciones de David y de Moisés y escuchar las conmovedoras oraciones del pastor y los ancianos, ¿qué podemos decir que sea digno de captar la atención y el tiempo del Señor?
Algunos pueden pensar que Dios es más propicio a las oraciones de unos que a las de otros. Vuelva a leer la lista de los dones del Espíritu: «A uno es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas, y a otro, interpretación de lenguas. [...] Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas» (1 Cor. 12:8-28).
¿Se ha dado cuenta de que la oración no está en la lista? Eso es porque la oración no es un don, sino una actividad. Todos estamos llamados a orar. Existe el peligro de que la oración acabe convirtiéndose en un «departamento» más de la iglesia o sea percibida como algo para unos pocos privilegiados.
La oración no tiene nada que ver con el tiempo, aunque para orar se necesita tiempo. Tampoco tiene que ver con las palabras, por más que expresemos nuestros pensamientos con ellas. La oración es, ante todo, el acto de abrir nuestro corazón a Dios. Su corazón ya está abierto para nosotros. Dios nos llama a todos a orar. Si somos capaces de pensar, podemos orar.  Basado en Lucas 18:1-8.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

No hay comentarios:

Publicar un comentario