domingo, 3 de febrero de 2013

EL AMOR DE DIOS SIGUE, Y SIGUE, Y SIGUE…


Lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios. Efesios 5:2.

Cuando era niña escuché por primera vez la historia del muchachito que, al observar las manos de su madre cubiertas de cicatrices, le preguntó por qué las tenia tan feas. Ella, conmovida, entre lágrimas le relató cómo lo había rescatado de un incendio en su propia casa cuando apenas era un bebé.
Esta dramática narración se cuenta con fines didácticos y tiene como propósito exaltar el amor que las madres sienten por sus hijos, y a la vez, hacer una pálida comparación con el amor de Dios por nosotros. Es innegable que el amor humano puede alcanzar expresiones sublimes, como es el caso que acabo de mencionar, pero nunca podrá ser comparado con el amor de Dios, pues el amor del Señor sigue y sigue cuando todos los demás nos han abandonado.
Puede ser que, por el egoísmo humano, el amor que un hombre y una mujer se profesan ante el altar y que los lleva a unirse en matrimonio, se vuelva tan frágil que destruya el lazo matrimonial. También se ha dado el caso de madres que, bajo el argumento de que así educan a sus hijos, los someten a golpes y vejaciones. Aunque nos causa dolor, no hemos de asombrarnos cuando el amor humano se termina, pues es resultado de vivir separados del amor de Dios. Pero lo que debe llenarnos de gozo es el hecho de que el amor del Señor es eterno y excelso, y sobrepasa el entendimiento humano.
En Romanos 8:35 el apóstol Pablo pregunta: «¿Quién nos apartará del amor de Cristo?». Más adelante responde: «Ni la muerte ni la vida, ni lo presente ni lo porvenir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado» (Rom. 8:38-39).
Amiga, este es un buen día para que te apropies del amor de Dios. Ámate a ti misma como Dios te ama; ama a los que te aman; y pide al Padre que te ayude a amar a aquellos que no se dejan amar. Que tu pensamiento en este día sea como el de Pablo: «Pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuan ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento» (Efe. 3:18-19).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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