jueves, 21 de enero de 2016

EL HUERTO DEL INFIERNO -1

“Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentirse atemorizado y angustiado. Les dijo: ‘Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quédense aquí y manténganse vigilantes’”. Marcos 14:33, 34, LPH

Con independencia de la opinión que te merezca su película La pasión de Cristo, no hay duda de que Mel Gibson acertó en esta parte. El camino al Gólgota siempre pasa por el Getsemaní. Hubo una vez en que la raza humana cayó en un huerto. Hubo otra vez en que la raza humana fue salvada en un huerto.
Bajo la luna llena de Pascua, un grupo de doce hombres, saliendo por la puerta oriental de la ciudad dormida, atraviesa apresuradamente tramos argénteos y de negrura, bajando por el desfiladero del valle y volviendo a subir por un sendero serpenteante hasta un huerto de frutales en una ladera al que llamaban en su lengua Getsemaní, “prensa de aceitunas”. Cuando se detienen en la entrada, tenemos una vislumbre del rostro de Jesús, oscura y extrañamente desfigurado. ¿Fue esta la noche en que pronunció las tranquilizadoras palabras “La paz os dejo” (Juan 14:27)? No parece, porque en las sombras de su rostro no hay ahora grabada paz alguna.
Al Maestro le ocurre algo, y los evangelistas callan. La única clave enigmática es una larga palabra griega que se encuentra únicamente en Marcos: “entristecerse”. En su andar tambaleante hacia el interior del huerto, “dejaba oír gemidos como si le agobiase una terrible carga. Dos veces le sostuvieron sus compañeros, pues sin ellos habría caído al suelo” (El Deseado de todas las gentes, cap. 74, p. 652). Se vuelve a sus tres amigos más estrechos: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”. Es como si estuviera muriendo. ¿Podría ser que lo estuviera?
Sollozos entrecortados rasgan la densa neblina nocturna: “¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa” (Mar. 14:36). Ni siquiera Cristo puede nombrar lo que desgarra su alma con terror y lágrimas. “Esta copa” es cuanto puede gemir. ¿Qué es esa misteriosa copa ante cuyo mero tacto tiembla? ¿Es un temor al sufrimiento físico, al dolor y a la muerte? ¡Pues vaya! Sócrates ni siquiera se inmutó cuando bebió su cicuta, y ello llevó a John Stott a preguntarse: “¿Era, entonces, Sócrates más valiente que Jesús? ¿O estaban sus copas llenas de venenos diferentes?” (The Cross of Christ, p. 74).
Las Escrituras en las que Jesús estaba imbuido describen reiteradamente la libación de la copa de la santa “ira” de Dios contra el pecado (Job 21:20; Sal. 75:8; Isa. 51:17; también Apoc. 14:10). ¿Podría ser esa la razón por la que se estremece el alma de Jesús? ¿Podría realmente haber un Amor tan intenso que estuviera dispuesto a beber la copa de mi propio veneno?

Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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