domingo, 17 de junio de 2012

COMO ÉL QUERÍA QUE FUERAN


«Los montes altos son para las cabras montesas; las peñas, para madrigueras de los conejos» (Salmo 104:18, RV95).

Hoy vamos a caminar por las montañas. El versículo de hoy nos dice que en las montañas de los tiempos bíblicos había cabras montesas y conejos. Pero los conejos a los que se refiere el versículo no son los conejos que nosotros conocemos, sino unos animales que hoy en día se conocen como damanes. Los damanes son unos mamíferos que parecen conejos, pero tienen la cabeza gorda, e cuello corto, las orejas cortas, la cola y las piernas cortas y delgadas, un cuerpo regordete y garras en sus patas traseras. Parece que es un animal gracioso, ¿no es así? Es posible, pero Dios hizo a los damanes como él quena que fueran.
Está bien que digamos que la apariencia de un animal es graciosa, pero jamás debemos referirnos a la apariencia de una persona de esa manera. Sabemos que hay personas de todas las formas y tamaños, pero podemos herir sus sentimientos si decimos que la forma o el tamaño de alguien es rara o graciosa.
Para Dios todos somos personas muy especiales; tanto, que nos hizo a todos diferentes. Tan especiales, que quiere que todos nos tratemos con amor y respeto. Así que, busca las cosas hermosas de todos aquellos que tratas y ámalos por el simple hecho de que Dios los hizo como él quería que fueran.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PROTEGIDOS Y A SALVO


Al ver que era hermoso, lo tuvo escondido durante tres meses (Éxodo 2:2).

¿Qué movió a aquella mujer a esconder a su hijo? ¿Qué le permitió ver algo especial en aquel bebé? ¿Acaso únicamente la movía el amor de madre? Estoy convencida de que la combinación del amor y la fe fue lo que motivó a Jocabed.
Su amor la llevó a proteger a su bebé de la muerte, mientras que la fe la ayudó a vencer el temor para conservarlo con vida.  Esa es la misma fe que nos permite considerar a nuestros hijos como hermosos tesoros.  Al apoyarnos en la fe podremos guiar a nuestros pequeños aun en medio del peligro y de la oscuridad imperantes en nuestra época.
Se han desdibujado mucho las líneas de demarcación entre el mundo y la iglesia, por ello debemos edificar un refugio, un arca en miniatura con el fin de prepararlos para que puedan enfrentar al mundo. Debemos reconocer que nuestros hijos pertenecen a Dios y estar dispuestas a resguardarlos hasta el día en que adquieran la fe y la entereza que necesitan para enfrentar las tentaciones y vencerlas.
El mismo premio que recibieron los padres de Moisés  será el nuestro: hijos bendecidos y llenos del Espíritu Santo que puedan guiar a los demás en momentos de duda, instrumentos para bendecir a otros.  La educación que recibió Moisés de su madre quedó grabada en su conciencia. Los años que vivió en el palacio no pudieron borrar aquellas enseñanzas, gracias a las cuales Moisés pudo echar su suerte con su pueblo y ser su libertador.
Quizá nuestros hijos no lleguen a realizar una labor tan destacada como la de Moisés. Sin embargo, al mantenerse del lado de la fe podrán ser usados por Dios para libertar a del pecado y de la maldad de este mundo. Si así lo hacen, como madres habremos realizado una labor de gran importancia: capacitar e instruir a nuestros hijos en el temor de Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lidia de Pastor

NADIE TE PUEDE OBLIGAR


Una tarde, al levantarse David de su cama y pasearse por la azotea del palacio real, vio desde allí a una mujer muy hermosa que se estaba bañando [...]. David ordenó entonces a unos mensajeros que se la trajeran, y se acostó con ella, después de lo cual ella volvió a su casa. 2 Samuel 11:2,4.

Siempre me ha causado curiosidad que cuando se habla de este triste episodio, se lo menciona como «el pecado de David». No tengo nada contra Betsabé. Pero no puedo evitar hacerme algunas preguntas cada vez que leo este relato.
Por ejemplo, ¿no pudo Betsabé ser más cuidadosa al tomar su baño? No sabemos cuánto de su cuerpo expuso, pero sí sabemos que fue suficiente para que David «perdiera la cabeza». Otra cosa, ¿no se dio cuenta ella de que el rey David la estaba
observando? David no estaba escondido. Estaba paseando por la azotea del palacio. Por último, cuando David la mandó a buscar, ¿no sabía ella acaso lo que él quería?
Hablemos con claridad. En algún momento del proceso ella descubrió las intenciones del rey. ¿No podía negarse ella a participar en esa relación ilícita? Que el rey de Israel no estuviera respetando su posición como líder del pueblo no significaba que ella también podía abandonar sus principios y su dignidad de mujer casada. En otras palabras, Betsabé pudo decir que no. Y si esa hubiera sido su decisión, ni siquiera el rey, con todo el poder que tenía, habría podido obligarla a pecar.
Digámoslo en voz alta:
NADIE NOS PUEDE OBLIGAR A PECAR.
Ni siquiera Satanás, con toda su legión de ángeles malignos, nos puede obligar a hacer lo malo. Para que se produzca el pecado, primero debemos dar nuestro consentimiento; en otras palabras, decir que sí.  Betsabé dijo que sí, pudiendo decir que no. Y ese sí desencadenó una serie de lamentables consecuencias tanto para David como para ella. Ese sí preparó el terreno para la muerte de su esposo Urías. Y también para la muerte del bebé que concibió en pecado.
No permitas que esta historia se repita en tu vida. Pídele a Dios que hoy te dé el valor que necesitas para «mantener la cabeza en su lugar» cuando otros alrededor la pierden, para mantenerte de parte de lo recto «aunque se desplomen los cielos».
Padre santo, ayúdame a hacer siempre lo recto, no importa el precio que tenga que pagar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

USTED TIENE UN TALENTO


«Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus camino y él hará derechas tus veredas» (Proverbios 3:5,6).

¿Es usted una persona con talentos? Si hace inventario de sus habilidades y descubre que, claramente, no sabe cantar ni tocar el piano, si sus incursiones en la cocina son más bien desastrosas, si no se entiende con las computadoras y le disgusta hablar en público, es probable que llegue a la conclusión de que a usted no lo adorna ningún talento en absoluto.
Pues fíjese que le traigo buenas noticias: De hecho, usted sí tiene talentos. Según dijo Jesús, un talento es un don de Dios o una bendición para su pueblo. El hombre de la parábola de los talentos tenía que hacer un largo viaje y antes de irse llamó a sus siervos y a cada uno le dio una parte de su fortuna.
El propio Jesús es el hombre que se fue de viaje a un país lejano o, lo que es lo mismo, se ausentaría durante mucho tiempo.
Tenía que regresar al cielo, con su Padre, para completar los planes establecidos para su retorno. Antes de irse, proveyó a su iglesia con todo lo que necesitaría durante su ausencia. Encomendó a la iglesia sus verdades, sus leyes, sus promesas y sus poderes. Asimismo, envió a su Espíritu para que sus siervos pudieran vivir y enseñar esas verdades y esas promesas, a la par que usaban esos poderes.  De este modo, Cristo, en el momento de la ascensión, confió sus bienes a la iglesia.
«No fue recibido el derramamiento del Espíritu hasta que, mediante la fe y la oración, los discípulos se consagraron plenamente para efectuar la obra de Cristo. Entonces, en un sentido especial, los bienes del cielo fueron entregados a los seguidores de Cristo. [...]  Los dones ya son nuestros en Cristo, pero su posesión verdadera depende de nuestra recepción del Espíritu de Dios» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 263).
«Cristo confía "sus bienes" a sus siervos: algo que puedan usar para él.  Da "a cada uno su obra". Cada uno tiene su lugar en el plan eterno del cielo.  Cada uno ha de trabajar en cooperación con Cristo para la salvación de las almas» (Ibíd. p. 262).
¿Cómo puede descubrir sus talentos? (1) Lea la lista de los dones espirituales en 1 Corintios 12 y Efesios 4 y observe qué lo conmueve. (2) Tome nota de sus talentos naturales. (3) Descubra sus más profundas pasiones, qué le gusta más hacer  (4) Estudie su personalidad; no hay nadie que pueda hacerlo todo. (5) Revise las experiencias pasadas. Y (6) Ore, ore y no deje de orar. Basado en Mateo 25:14-30.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

sábado, 16 de junio de 2012

MEJOR QUE UN AVE


«Sacian su sed los árboles, los cedros del Líbano que el Señor plantó. En ellos anidan las aves más pequeñas, y en los pinos viven las cigüeñas» (Salmo 104:16,17).

Hoy caminaremos por un parque que está cerca de mi casa. Vamos a examinar esos árboles sin hojas que están allá. En Colorado, donde yo vivo, a los árboles se les caen las hojas en octubre y noviembre. Algunas personas piensan que los árboles no se ven bien sin sus hojas. Tal vez es verdad, pero cuando esto ocurre podemos ver algo que no es posible ver durante el verano, cuando el árbol está verde y lleno de hojas. ¿Sabes a qué me estoy refiriendo? Correcto, me estoy refiriendo a los nidos de las aves. 
El versículo de hoy nos dice que Dios hizo los árboles para que las aves tuvieran donde construir sus nidos. Cuando él creó este mundo pensó hasta en el lugar donde las pequeñas aves vivirían. ¡Qué Dios tan detallista!
Pero por más que Dios ame a las aves, nosotros somos mucho más valiosos para él. Él nos ama demasiado y está interesado en todos los detalles de nuestra vida, por muy pequeños que parezcan. Él quiere saber lo bueno y lo malo. Él quiere que le contemos todo lo que nos ha ocurrido en el día. ¿Por qué no te arrodillas en este momento y le cuentas todas tus cosas?

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

MÁS CERCA DE NUESTRO HOGAR


En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros (Juan 14:2).

El cielo estaba totalmente despejado; la fresca brisa y los brillantes rayos del sol anunciaban un hermoso día. Durante toda la semana había anhelado que llegara el domingo. Pensábamos visitar a varios miembros de una de las iglesias que mi esposo pastoreaba.  Para ello era necesario hacer ciertos arreglos. Preparamos algunos alimentos ligeros, así como bastante agua, ya que todo era indispensable para la larga caminata que emprenderíamos. Yo nunca había visitado aquel lugar adonde nos dirigíamos, aunque mi esposo me había contado algo respecto a lo largo del trayecto. Sin embargo, no entendía lo que aquello significaba realmente.
Otra dificultad era que nuestro hijo era pequeño y teníamos que llevarlo cargado. En cierto momento creí que habíamos avanzado mucho, por lo que le pregunté a mi esposo si estábamos cerca de nuestro destino. Su mirada lo dijo todo: apenas habíamos recorrido la mitad del camino. Sin embargo, para darme aliento me sonrió y me tomó de la mano, sosteniendo con la otra a nuestro hijo.  Mientras tanto yo miraba hacia el cielo, pensando que ya no me resultaban tan agradables los rayos del sol y que la brisa, que tan suavemente me había acariciado, no lograba ahora refrescar nuestros cuerpos sudados. Me concentré en lo difícil que nos resultaba llegar a nuestro destino.
A veces pensamos que el cielo se encuentra muy lejos y que, aun cuando hemos avanzado mucho, no se divisa la ciudad eterna. Lo que antes parecía placentero se va convirtiendo en una penosa carga y las luchas y el cansancio van maltratando nuestros pies, ya heridos por el escabroso sendero.
Nunca olvidaré que aquellas vicisitudes fueron compensadas por un día maravilloso en contacto con la naturaleza y gozando de la confraternidad cristiana. De igual manera, suspiro por nuestro hogar celestial, recordando que ningún sacrificio es demasiado costoso cuando tenemos por delante una salvación tan grande. Vivir por toda la eternidad junto al amante Jesús debe estimularos a anhelar más nuestro hogar eterno.
No pierdas el rumbo ni te rindas bajo ninguna circunstancia. El viaje, por muy penoso que pueda resultar, muy pronto llegará su fin. «Porque aun un poco y el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Heb. 10:37).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rut Herrera 

¿A QUIÉN NOS PARECEMOS?


El Señor aborrece a los mentirosos, pero mira con agrado a los que actúan con verdad. Proverbios 12:22.

Creo que a todos nos ha pasado. Decimos una «mentirilla» para salir de un apuro, y al final resulta que el remedio fue peor que la enfermedad. Según se relata en Youthwalk [La senda joven], p. 103), este fue el caso de los cuatro estudiantes universitarios que prefirieron irse de juerga durante el fin de semana en lugar de estudiar para el examen del lunes.
Regresaron el lunes en la madrugada y entonces pensaron en qué hacer para no tener que presentar el temido examen. Después de descartar varias ideas decidieron hablar con el profesor. Le dirían que durante el fin de semana habían salido de viaje y que al regreso un neumático del automóvil se había pinchado, pero que no habían tenido a mano las herramientas adecuadas para cambiarlo.
Así lo hicieron. El profesor «mordió» el anzuelo y aceptó administrarles el examen al día siguiente. Emocionados por lo bien que habían salido del aprieto, los muchachos estudiaron toda la noche y al día siguiente se presentaron para la prueba. Para sorpresa de ellos, el profesor los ubicó en salones separados. Solo debían contestar dos preguntas. La primera se veía de lo más fácil, y valía cuatro puntos.
En cuestión de minutos ya estaban listos para la segunda pregunta. Pasaron entonces a la siguiente página y ahí también había una sola pregunta, que decía: «Por un valor de seis puntos, contesta: ¿Qué neumático del automóvil fue exactamente el que se pinchó?»
¿Cuándo fue la última vez que dijiste una mentira? ¿Hace años? ¿Meses? ¿Días? ¿O quizás hace apenas unas horas? Si analizas un poco el asunto, lo más seguro es que la motivación para mentir fue la de quedar bien ante alguien, o la de salir de un aprieto. Y probablemente lo hayas logrado pero, ¿a qué precio? A un precio elevado, porque para quedar bien tuviste que engañar a otra persona. ¿No hubiera sido mejor decir la verdad lisa y llanamente?
La verdad eleva, la mentira rebaja. Cuando decimos la verdad, nos identificamos como hijos de Dios, quien no miente (ver Tito 1:2). Cuando mentimos, actuamos como el diablo, quien nunca dice la verdad, porque «es mentiroso y es el padre de la mentira» (Juan 8:44).
¿A quién quieres parecerte: a Dios o al diablo?
Señor, ayúdame a desechar la mentira y amar la verdad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NO SON PARA NOSOTROS


«No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos» (2 Corintios 10:12).

En cierta ocasión, una niña le preguntó a su mamá si creía que Jesús va a volver. Su mamá le respondió que sí. La niña le preguntó si creía que podría venir hoy mismo, en pocos minutos. Sin prestar demasiada atención a lo que le preguntaba su hijita, ella respondió mecánicamente: «Sí». Entonces la niña replicó: «¿Me peinas?».
Si realmente creemos que Jesús viene pronto, ¿no deberíamos prepararnos? Los discípulos le preguntaron a Jesús cuándo regresaría y cuáles serían las señales que tendrían que buscar. Jesús les dijo muchas de las cosas que iban a pasar, pero, acto seguido, les advirtió que lo realmente importante para ellos era velar, velar y velar.
Jesús también dijo que tenían que estar preparados. Estar preparado quiere decir ser puro, amable, humilde, paciente y estar dispuesto a perdonar; en otras palabras, tener el fruto del Espíritu.
Luego Jesús agregó un elemento más a velar y estar preparado, añadió el trabajo. Para ayudarlos a entender qué significa trabajar, les contó varias parábolas. La primera era la parábola de los talentos. 
A veces, conversando sobre los talentos que el Señor nos ha dado, alguien dice: «Eso está muy bien para los demás, pero yo no tengo ningún talento...». Esta idea procede de una mala comprensión de qué es un talento. Mucha gente piensa que un talento es una habilidad, una aptitud o una facultad natural que está por encima del promedio general. Se dice que las personas nacen con talentos o sin ellos.
Esta comprensión es incompleta y, de hecho, pone de manifiesto la inclinación egoísta de la mente y el corazón humanos. En la antigüedad, un talento era a la vez una medida de peso y una moneda; esa era la idea que tenía en mente cuando les explicó la parábola. Los talentos usados correctamente son el tesoro que Dios nos presta para servirlo. Los dones del Espíritu no se dan al nacer, no se adquieren a través de los genes de los padres. No tenemos ningún derecho personal sobre ellos. Al emplear los dones del Espíritu con fines personales los estamos dando un uso inadecuado. No son para nosotros. Basado en Mateo 25: 14-30

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill