lunes, 9 de abril de 2012

TOCAR CON LOS SENTIMIENTOS

«No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo  según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15).

Un día, poco después de que Jesús predicara el Sermón del Monte, la suegra de Pedro cayó enferma con fiebre. Esto no era nada extraordinario. La fiebre es un síntoma muy común pero, en ese caso, no se nos especifica la enfermedad que la originó. No cabe duda de que Jesús sanó a muchas personas con fiebre. Probablemente, esa buena mujer era anciana y, como es preceptivo con las personas mayores, la cuidaban con suma ternura y la trataban con respeto. Pero ahora estaba en cama, con fiebre. Sin los antipiréticos y los antibióticos de nuestros días, en aquel tiempo, en caso de enfermedad, poco se podía hacer salvo guardar cama. Por eso la enfebrecida suegra de Pedro encontró un lugar apacible donde reposar.
Jesús y sus discípulos se habían dirigido a la casa de Pedro con el fin de disfrutar de un más que merecido tiempo de descanso y asueto. En lugar de ser acogidos como de costumbre, con alegres saludos e invitaciones, los caminantes fueron recibidos a la puerta con susurros y expresiones graves.  Un enfermedad es cosa seria incluso para los jóvenes, pero para un anciano puede ser fatal.
Jesús acababa de bajar de la montaña, donde había sanado a muchos de sus enfermedades. La enfermedad no era ningún problema para Jesús. De él se había profetizado: «El espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque me ha ungido Jehová.
Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel» (Isa. 61:1).
¿Cómo la sanó? Le tocó la mano. No como hacen los médicos, para tomar el pulso, sino para sanarla. La Biblia dice que la fiebre desapareció por completo y ella se levantó para servirlos. Por lo general, cuando alguien se recupera de un estado febril, se encuentra débil y agotado. Pero su recuperación había sido tan buena que, de inmediato, se ocupó de los asuntos de la casa y los servía.
¿Alguna vez lo sanó Jesús? ¿Le perdonó sus pecados? ¿Puso paz en su corazón? Entonces ¿por qué no extender la mano y ayudar a otros? Puede ser una gran bendición. Basado en Mateo 8: 14, 15

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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