sábado, 23 de enero de 2016

EL HUERTO DEL INFIERNO -3

“Se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra, y puesto de rodillas oró, diciendo: ‘Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo’’. Lucas 22:41-43

Seamos sinceros. Realmente no nos tomamos el pecado tan seriamente, ¿verdad?
Después de todo, ¿cuándo fue la última vez que sudamos sangre por una tentación? “¡Analogía injusta!”, protestas. ¿Lo es de verdad? “En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre” (Heb. 12:4, NVI). El caso es que tú y yo despachamos demasiado a la ligera y demasiado deprisa nuestros molestos y traviesos pecadillos. “¡Vergüenza debería darme. No debería volver a hacerlo, ¿verdad? Ji, ji, ji”. Fuera del Getsemaní, no tenemos conciencia alguna de la magnitud del mal que amenaza nuestra descuidada alma.
Bajo la luna de Pascua, Jesús derramó sangre en su lucha con el pecado (eso sí, no suyo, sino tuyo y mío) y a propósito de si bebería o no la copa y cargaría con los pecados de una raza que, en el mejor de los casos, dormía y a la que, en el peor, le importaba un bledo. El campo de batalla de Getsemaní es prueba suficiente del elevado costo de nuestros propios pecados.
“Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante sacrificio […]. [Entonces] su decisión queda hecha. Salvará al hombre, sea cual fuere el costo. Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna. [… ] Habiendo hecho la decisión, cayó moribundo al suelo del que se había levantado parcialmente” (El Deseado de todas las gentes, cap. 74, pp. 656, 657; la cursiva es nuestra).
¿Te fijaste en eso? “Cayó moribundo”. Si el ángel que era su guardián no lo hubiera reanimado, Jesús habría muerto en el huerto, pero el supremo sacrificio del Amor no debía hacerse en un huerto apartado. Antes bien, Dios morirá por esta raza rebelde a plena luz del día, suspendido entre el cielo y la tierra para contemplación de ambos.
En eso estriba la pasión de Cristo y del Padre. Porque tanto del corazón del Getsemaní como de la cumbre del Calvario refulge la misma verdad resplandeciente: los perdidos son lo que más importa a Dios.

Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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