martes, 18 de octubre de 2011

UN DIOS PARA TODOS

Porque Jehová, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni recibe sobornos, que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama también al extranjero y le da pan y vestido. (Deuteronomio 10:17,18).

¿Qué es sobornar? El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define esta palabra como «corromper a alguien con dádivas para conseguir de él algo». Resulta fácil entonces comprender que a Dios no se lo pueda sobornar, dado que el ser humano no tiene nada que ofrecerle que él no pueda conseguir por sí mismo.
¿De qué maneras intentamos sobornar a Dios? A veces a través de nuestras oraciones. Le decimos a Dios que si nos da lo que queremos obtendrá una respuesta positiva de nuestra parle. Incluso hay quien le ofrece dinero, o una caminata de rodillas, o algún sacrificio, a cambio de que nos conceda lo que le pedimos. Estos métodos ponen de manifiesto que intentamos sobornarlo. Haríamos bien en recordar que no está en poder del ser humano cambiar la voluntad o la actitud de Dios hacia nosotros, pues el solo actúa por amor.
El versículo de hoy también hace referencia a nuestra mala costumbre de hacer acepción de personas, a la forma en que marginamos a determinados sectores sociales por causa de nuestros prejuicios. Dios quiere que entendamos que nuestra actitud hacia los necesitados no puede, depender de nuestras expectativas de recibir a cambio las bendiciones que esperamos de él. Eso también se llama soborno. Si Dios tiene que hacer justicia sobre esas personas porque nosotros somos indiferentes a ellas, esa justicia nos será demandada.
Este versículo podría parafrasearse de la siguiente manera: «A Dios no se lo puede sobornar. Si quieres que tus peticiones sean escuchadas por el Dios del cielo, no pongas condiciones para servirlo. No te sientes en el banquillo de los acusados por no obrar con misericordia con el necesitado. Recuerda que Cristo te amó primero y ese amor es el único que puede impulsarte a amar a tus semejantes y a Dios».
Servir a Dios y al prójimo es un privilegio con consecuencias eternas.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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