sábado, 28 de enero de 2012

EL NOMBRE LO DICE TODO

«Cúbrelo de piedras preciosas distribuidas en cuatro hileras. La primera hilera debe tener un rubí, un crisólito y una esmeralda» (Éxodo 28: 17).

¡Qué hermoso! Hoy exploraremos el patio exterior del tabernáculo en el desierto. ¡Mira! El Sumo Sacerdote está aquí. Fíjate cómo va vestido. Sobre su túnica tiene un imponente pectoral multicolor Este tiene doce de las piedras más preciosas que he visto en mi vida. Una de ellas, la tercera de la primera fila, es un berilo.
El berilo es una piedra muy hermosa, que tiene diversos nombres. Si es verdosa se llama esmeralda, si es azul clara se llama aguamarina, si es amarilla se llama heliodoro, y si no tiene color se llama goshenita. ¡Y tiene más nombres!
Aunque es asombroso que el berilo tenga tantos nombres, Dios tiene muchos más. La Biblia llama a Dios: «El Señor provee», «el Señor es mi estandarte», «el Señor es la paz», «el Señor santifica», y muchos otros. Dios tiene muchos nombres porque él hace muchas cosas buenas por nosotros. ¿No te alegra tener un Dios tan lleno de talentos?

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EN CUALQUIER NECESIDAD

Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe (Mateo 7: 7-8).

Se suponía que aquel fin de semana yo debía asistir a un congreso que se celebraría en la ciudad de Barcelona, España. Ya era viernes de mañana y debía viajar a la ciudad de México para tomar el vuelo que me llevaría a Barcelona a mediodía. Sin embargo, debido a una serie de contratiempos, tuve que pasar la noche en la ciudad de México, para tomar un vuelo al siguiente día por la noche. Ese sábado decidí asistir a una iglesia que me era conocida: la de la colonia Narvarte, que quedaba cerca del hotel donde acostumbro hospedarme.
Mientras aún estaba en el hotel, pensé que quizá el día se me haría muy largo y solitario. Fue entonces cuando le pedí a Dios que me ayudara a no sentirme sola y que alguien me invitara a comer para no tener que ir a un restaurante. Aquel viernes había sido muy estresante, con tantos cambios en el itinerario de viaje, y realmente me sentía cansada y sola.
Al llegar me senté en el lugar donde acostumbraba hacerlo cuando visitaba aquella iglesia. Saludé a los conocidos y me mantuve atenta al programa de la Escuela Sabática. De repente, se me acercó una hermana y me preguntó si estaban vacíos los asientos que quedaban a mi lado. Le contesté afirmativamente, por lo que se sentó a mi lado junto con una amiga.
Después de la Escuela Sabática, me saludó amablemente. Quedé sorprendida cuando además me preguntó si deseaba ir con ella y con su amiga a comer a su casa. En aquel momento tuve que darle gracias a Dios por la forma sorprendente en que responde a nuestras más sencillas solicitudes.
Cuando elevamos una plegaria a Dios, antes incluso de que la expresemos, él comienza a planificar cómo dar respuesta a nuestras necesidades, por más insignificantes que parezcan. Doy gracias infinitas y abundantes a Dios porque a lo largo de mi vida él ha dado respuesta a mis peticiones en el momento oportuno. Reconozco asimismo que todo lo que soy y hago se lo debo a su eterna misericordia.
¡Sigamos confiando en su fidelidad y en su eterno amor!

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por María Elena Acosta es profesora en la Universidad de Montemorelos

¿LÍMITES AL PODER DE DIOS?

Sean buenos y compasivos unos con otros. Efesios 4:32.

Cuando yo era adolescente, no se usaba la palabra «discapacitado». Ni siquiera sé si existía. Pero es que tampoco la habríamos usado. Para la pandilla del barrio, era más fácil llamar a la gente aludiendo a sus defectos físicos: «el Tuerto», «el Mono», o «Cabeza de melón».
Hace poco leí un relato que me hizo acordar de esos días, y también lo crueles que podemos ser hacia personas que sufren de limitaciones físicas. Es un relato que cuenta Tony Campolo en su libro You Can Make a Difference (Tú puedes marcar una diferencia, pp. 35, 36). Ocurrió en un campamento de jóvenes, y tuvo como «protagonista» a un jovencito llamado Beto. Este muchacho había nacido con parálisis cerebral. Cuando Beto caminaba, su cuerpo se movía de un lado a otro de una manera que él no podía controlar. Y cuando Beto hablaba, tartamudeaba para pronunciar incluso la palabra más sencilla.
Estos defectos, lejos de despertar la compasión de sus compañeros, convirtieron a Beto en el hazmerreír del campamento. Cierto día, sus compañeros de habitación lo seleccionaron para que dirigiera la meditación matutina. Sabían muy bien que Beto no podía hacerlo. Solo querían burlarse de él. De hecho, apenas Beto se adelantó para hablar, comenzaron las risitas y las burlas. A pesar de todo, el joven salió adelante.
Beto se paró frente a sus compañeros, y dijo: «Je-Je-Je-Je-su-su-sús mee aaaaa-ma. Yyyy yooo aaaa-moo aaaa Je-Je-Je-sús».
Le llevó varios minutos decir esa frase. Pero entonces ocurrió lo que nadie podría haber imaginado. Cuando terminó de hablar, muchos jóvenes estaban llorando. Cuenta Campolo que esa mañana se produjo un verdadero reavivamiento. Cesaron las burlas y, lo más sorprendente, decenas de jóvenes decidieron consagrar su vida al Señor Jesús. ¡Y todo gracias al testimonio del hazmerreír del campamento!
Esa mañana, ciento cincuenta jóvenes aprendieron al menos dos lecciones. Una, que no tenemos que burlarnos de ningún ser humano, ¡porque esa persona también es hija de Dios! La otra, que no hay límites para el poder de Dios. Si nuestro Padre celestial pudo usar a Beto a pesar de todas sus limitaciones, ¿te imaginas lo que puede lograr por medio de ti y de mí si nos colocamos en sus manos?

Padre celestial, pongo mi vida en tus manos para que la uses de acuerdo con tu voluntad, y Ayúdame a ver n cada ser humano a una preciosa alma por la cual tu Hijo murió en la cruz.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

MISERICORDIA INMERECIDA

«Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).

Hace unos años, Hildegard Goss-Mayr, del Movimiento Internacional de la Reconciliación, relató esta historia real: Durante los trágicos combates que tuvieron lugar en Líbano a lo largo de la década de los setenta del siglo pasado, un alumno de un seminario cristiano iba andando de un pueblo a otro cuando cayó en una emboscada tendida por un guerrillero druso. El guerrillero le ordenó que bajara por un sendero con el fin de fusilarlo.
Pero sucedió algo asombroso. El seminarista, que había recibido entrenamiento militar, sorprendió a su captor y lo desarmó. Las tornas se cambiaron y el druso recibió la orden de descender por el camino. Sin embargo, mientras avanzaban, el estudiante de Teología comenzó a reflexionar sobre lo que estaba sucediendo.
Recordando las palabras de Jesús: «Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen; poned la otra mejilla», se dio cuenta de que no podía seguir adelante. Arrojó el arma entre los arbustos, le dijo al guerrillero druso que estaba libre y echó a andar colina arriba.
Unos minutos más tarde, mientras caminaba, oyó que alguien corría tras de él. «Aquí se acaba todo», se dijo. Tal vez el druso había recuperado el arma y quería acabar con él. No obstante, siguió adelante, sin mirar atrás, hasta que el enemigo lo alcanzó, lo agarró, lo abrazó y, hecho un mar de lágrimas, le agradeció que le hubiera perdonado la vida. La misericordia se expresa con el perdón.
En cierta ocasión, una madre se acercó a Napoleón pidiéndole que perdonara a su hijo. El emperador respondió que el joven había cometido dos veces el mismo delito y que la justicia exigía su muerte.
—No pido justicia —replicó la madre—, sino misericordia.
—Tu hijo no merece que tengan misericordia de él —contestó Napoleón. —Solo pido misericordia. —exclamó la mujer—. Si la mereciera, ya no sería misericordia».
—Pues bien —dijo el emperador—, tendré misericordia de él. Y perdonó al hijo de la mujer.
Dios no nos dio lo que merecíamos, sino que tuvo misericordia de nosotros. Al sentir la extraordinaria misericordia que Dios ha derramado sobre nosotros, no podremos hacer otra cosa que derramar misericordia sobre los demás. «Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios» (Miq. 6: 8). (Basado en Mateo 5:7).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

viernes, 27 de enero de 2012

TIENES MADERA DE GANADOR

«Haz un arca de madera de acacia, que mida un metro y diez centímetros de largo, sesenta y cinco centímetros de ancho, y sesenta y cinco centímetros de alto» (Génesis 25:10).

A medida que continuamos nuestra polvorienta excursión por el desierto con los israelitas, descubrimos que Dios tenía una tarea especia! para Moisés. Él quería que Moisés escogiera a los mejores trabajadores para que construyeran un cajón especial que se llamaría el «arca del pacto». Esta arca sería el lugar donde habitaría la presencia de Dios en medio de ellos.
Como podemos ver en el versículo de hoy, Dios quería que los carpinteros elaboraran esta caja de madera de acacia, la cual proviene de un árbol muy especial. Este es el único árbol del desierto lo suficientemente grande como para este trabajo. Dios no dio a estos hombres una variedad de opciones, sino que les pidió que hicieran lo mejor posible con los materiales que tenían a la mano.
A veces la gente pone excusas para no esforzarse en hacer las cosas de la mejor manera. Algunos se quejan de que no tienen lo necesario para hacer trabajo que Dios les ha pedido. Dios quiere que hagamos lo mejor con el tiempo y los talentos que él nos ha dado. Así que no hay excusa que valga, ¡mira a tu alrededor y usa lo que tengas para hacer lo mejor para Dios!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LIBERACIÓN EN JESÚS.

¿Pondrá el hombre juego en su seno sin que ardan sus vestidos? (Proverbios 6: 27).

Hace tres años recibimos un regalo muy especial. Se llamaba Kikapú, una gata que resultó muy prolífera, ya que al poco tiempo de estar con nosotros teníamos siete hermosos gatitos más. Aunque al principio, aquello fue divertido, al poco tiempo los gatitos se convirtieron en un dolor de cabeza, pues trepaban por todas partes y hacían destrozos en casa. Limpiar sus necesidades tampoco era una tarea agradable para mis hijas. Por lo tanto decidimos que debíamos buscarles un nuevo hogar.
Trabajo en una escuela rural y pensé que podrían ser muy útiles para las familias de mis alumnos, pues los gatos mantienen alejados a los ratones e incluso a las víboras. ¡El problema era cómo atraparlos!
Recurrí a una bola de estambre. Empecé a moverla por el piso y enseguida eso llamó la atención de todos los gatitos. Sin embargo, después de un rato solamente uno de ellos permanecía interesado, siguiendo el movimiento de la bola sin perderla de vista. Poco a poco se acercaba y después, cuando se veía cerca de mí, retrocedía. No tardé mucho en atraparlos y los encerré en una caja. Sin embargo, varios de los gatitos lograron escapar. Pero no pudieron resistir el encanto de la bola de estambre, así que volví a atraparlos, y esta vez me aseguré de que no pudiera huir.
¡Qué lección para nuestras vidas! Nosotros somos como un gatito y Satanás es el que maneja la bola de estambre, que a su vez representa el pecado. La mueve ante nosotros como un cepo, para que acudamos y, gracias a nuestra debilidad, poder atraparnos en su red. Despertemos de ese sueño en el que pensamos que el pecado no nos atrapará aunque juguemos con él. Recordemos que la verdadera grandeza del hombre está en las pasiones que domina y no en las que lo dominan a él. Al final, mis hijas se compadecieron y secretamente liberaron a los gatitos, de la misma forma que el Señor Jesús nos ha liberado a nosotras.
Agradezcamos al Señor su invitación y aceptémosla, «acercándonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno» (Heb. 4:16).


Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Zurisaday Zazueta Norsagaray Mecánica dental.

EL GUSANITO DE LA ENVIDIA

Es cierto que al necio lo mata la ira y al codicioso lo consume la envidia. Job 5:2, RV95

Dicen que el envidioso se mata con sus propias flechas. La conocida historia de Dionisio y Damocles parece confirmarlo.
Dionisio era rey de Siracusa, una de las ciudades más ricas de Sicilia. Por ser el rey, vivía en un lujoso palacio rodeado de placeres. Pero también era objeto de la envidia de muchos, entre ellos de su amigo Damocles. Cada vez que se presentaba la oportunidad, Damocles decía que Dionisio debía ser el hombre más feliz del inundo. Un día Dionisio se cansó de escucharlo.
—Damocles, noto que me repites vez tras vez que soy el hombre más feliz del mundo. ¿Te gustaría cambiar de lugar conmigo?
—Si eso fuera posible —respondió Damocles—, nada me gustaría más.
Al día siguiente Damocles amaneció en el palacio y ocupó la silla real. Mientras comía y daba órdenes a los siervos, pensaba en lo dichoso que era: «Esto sí que es vida. Por nada del mundo lo cambiaría». Entonces se dispuso a beber de su copa. Al levantarla, por primera vez miró hacia el techo. Lo que vio lo paralizó en el acto: una filosa espada estaba justo sobre su cabeza, pendiendo de un finísimo hilo. Damocles quedó petrificado.
—¿Qué le pasa, amigo? —le preguntó Dionisio.
—¡Esa espada... que está... sobre... mi cabeza! ¿No la ves?
—Claro que la veo —respondió Dionisio—. Siempre está sobre la cabeza del rey. Porque verás, amigo mío, la vida del rey no es solo una vida de privilegios. También conlleva riesgos: alguien puede sublevarse, o intentar matarte; o, si gobiernas mal, puedes ser derrocado. Quien quiera disfrutar del poder, también tendrá que aceptar los riesgos del poder.
De más está decir que Damocles se sintió muy feliz cuando volvió a su vida normal. Había aprendido que en la vida, los beneficios conllevan responsabilidades. E imagino que también aprendió que «la mente tranquila es vida para el cuerpo, pero la envidia corroe hasta los huesos» (Prov. 14:30).
Si alguna vez sientes que el gusanito de la envidia intenta quitarte la paz, recuerda las palabras del poeta Joseph Addison. Dice él que para ser feliz, basta que tengamos tres cosas: algo útil que hacer, alguien a quien amar y algo que esperar.
Pensándolo bien, ¡tienes las tres!
Gracias, Padre, porque tengo cosa útiles que hacer, gente que amo y me ama, y algo bueno que esperar; la venida del Señor Jesús.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

GRACIAS A DIOS POR LA IGLESIA

«¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas! Aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche!» (Isaías 55:1).

Una característica de los que tienen hambre y sed de justicia es que ponen todo su empeño en asistir fielmente a la iglesia. El creyente que tiene hambre y sed de justicia nunca desaprovecha la oportunidad de reunirse en la casa de Dios con otros que también tienen hambre y sed de justicia. En la iglesia nos alentamos mutuamente y, juntos, estudiamos la Palabra de Dios y oramos.
Asimismo, de ella salimos juntos para ganar almas para Cristo.
La Biblia no puede ser más clara: «No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (Heb. 10:25).
Por desgracia, también hay quienes afirman tener hambre y sed de justicia y en cambio han decidido quedarse en casa porque algunos miembros de la iglesia o los sermones del pastor no son de su agrado. Con frecuencia dicen que obtienen más bendiciones quedándose en casa que acudiendo a la iglesia. Quienes se obstinan en pensar que reciben más bendiciones en casa que en la iglesia, indefectiblemente, empiezan a perder el gusto por la justicia. Empiezan a consumir comida basura espiritual y al cabo de poco tiempo regresan al mundo.
Descuidar la asistencia a la iglesia tiene otro inconveniente. Quien así hace pronto empieza a inventarse sus propias doctrinas o se relaciona con quienes piensan de manera similar.
La iglesia integrada por miembros que tienen hambre y sed de justicia querrá compartir su fe con otros. Asimismo, organizará reuniones públicas, a la vez que sus miembros dan estudios bíblicos y distribuyen publicaciones. De todos es conocido el refrán: «Pájaros de un mismo plumaje vuelan juntos». De manera similar, la iglesia está formada por hombres y mujeres cuyo principal objetivo es vivir en justicia y santidad. Esto se manifiesta, primero, en el hogar y en la iglesia, así como en su trato con los vecinos y los compañeros de trabajo.
Usted pertenece al cuerpo de Cristo. Haga todo lo posible por asistir cada semana a la iglesia. Tenemos que estar muy agradecidos por la libertad que disfrutamos para asistir a la iglesia y alimentarnos con la Palabra de Dios. Ore por su iglesia, el pastor y por todos sus miembros. (Basado en Mateo 5:6).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill