No vivan ya según los criterios del tiempo presente. Romanos 12:2
Hace poco cayó en mis manos un ejemplar de la Adventist Review (edición en inglés de la Revista adventista) con una portada muy atractiva. Ahí se podía leer el título del artículo principal: «¿Beber o no beber?». Se refería al hábito de consumir alcohol. Pero lo que más llamó mi atención fue una sección en la que varios jóvenes adventistas respondían a esa pregunta. ¿Qué dijeron?
Diana, una estudiante universitaria, proviene de una familia que no consume alcohol. Pero ha visto el daño que el licor ha causado en las familias de sus parientes lejanos. Por eso responde: «Cuando veo la angustia y el dolor que el alcohol ha causado, ¿cómo puedo pensar en consumirlo siquiera en cantidad moderada?».
Rebeca, otra joven, ya culminó sus estudios superiores. Ella dice que sus compañeros de estudio la consideraban «rara» porque no bebía alcohol. «¿Cómo puedes tener diversión sin alcohol?», le preguntaban. ¿Qué respondía ella?: «Me gusta disfrutar de la compañía de mis amigos, ver una película, ir de campamento, escalar montañas. Pero no necesito del alcohol para disfrutar de esas actividades. De hecho, creo que se disfrutan mejor sin alcohol».
Kevin, un joven graduado, piensa que cuando del alcohol se trata, lo mejor que un joven puede hacer es decidir de antemano cuál va a ser su respuesta al presentarse la tentación. «Siempre ha habido una lucha por el control de nuestra mente —opina—. Dios me creó con la habilidad de distinguir el bien del mal y con la capacidad de ejercitar ese poder. Nunca he permitido que el alcohol interfiera en el ejercicio de esta prerrogativa» (Adventist Review, 12 de enero de 2006, pp.8-13).
¿Y tú qué piensas? ¿Beber o no beber? Es una pregunta que solo tú puedes responder. Tus padres, tus pastores, desean que te abstengas. Pero te toca a ti decidir. Las evidencias son abrumadoras: el alcohol daña la salud, destruye las familias e interfiere con el proceso de nuestra toma de decisiones. En otras palabras, es una maldición, porque además de dañar el cuerpo, destruye la mente, el único medio por el cual Dios se comunica con nosotros.
En tus manos tienes un tesoro de incalculable valor: tu salud. Y debes decidir qué harás con él: invertirlo o malgastarlo. Que Dios te ayude a dividir bien.
Padre celestial, ayúdame a vivir según tus criterios, no los de este mundo.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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