«El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el que lo ama, lo corrige a tiempo» (Proverbios I 3: 24).
Olga decidió usar siempre el método del reforzamiento positivo con su hijo. Desde que dio los primeros pasos, instruía a su niñito en lo que tenía que hacer. Como todos los niños, a veces obedecía y otras, no. Cuando el pequeño seguía las instrucciones de su mamá, esta le dispensaba palabras de elogio, sonrisas y manifestaciones de afecto y, a veces, le daba algún juguetito o golosina. Cuando no obedecía, simplemente lo ignoraba. A decir verdad, el método funcionaba bien y así Olga solía comentar que, en los tres años de vida de su hijo, no había tenido la necesidad de castigarlo. Olga tuvo su segundo hijo cuando el primogénito contaba con casi cuatro años. El mayor comenzó a mostrar celos hacia su hermanito y, en una ocasión, cuando el menor dormía, lo despertó a pellizcos, provocando en el lactante un espectacular llanto. Su madre presenció parte de la travesura e inmediatamente le propinó una tanda de azotes.
Ese día estaba de visita una amiga de la familia y, al observar el incidente, exclamó sorprendida:
—¡Olga, yo creía que nunca castigabas a tus hijos y que solo usabas el reforzamiento positivo!
A lo que Olga respondió:
—La verdad es que mi método es más eficaz que el castigo, pero en casos de emergencia, he de usarlo para evitar consecuencias catastróficas.
A veces es necesario castigar, especialmente cuando la conducta deseable no puede alabarse porque no aparece. Pero el castigo no tiene por qué ser corporal, especialmente cuando los niños crecen y aprecian las relaciones de causa y efecto. Por ejemplo, castigar a un chico sin acudir a una fiesta o excursión resulta más eficaz que propinarle unos azotes. De hecho, la Biblia recomienda en primer lugar la corrección verbal: «Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Timoteo 4: 2). En segundo lugar, presenta la disciplina de las consecuencias naturales a nuestros actos: «Todo lo que el hombre siembre, eso también segará» (Gálatas 6: 7). En tercer lugar, la Biblia habla del castigo corporal, a veces necesario: «La necedad está ligada al corazón del muchacho, pero la vara de la corrección la alejará de él»(Proverbios 22: 15). Si has de castigar a tus hijos, intenta evitar los castigos físicos y prívalo de algún privilegio, lo cual supone una alternativa más eficaz. Pero lo más importante es no castigarlo con enojo, sino con amor. Así habla el Señor de su método: «Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor» (Oseas 11:4).
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.