sábado, 7 de julio de 2012

HAS QUE A LOS MELONES


«La bella Sión ha quedado como cobertizo en un viñedo, como choza en un melonar, como ciudad sitiada» (Isaías 1:8).
Hoy sí vamos a necesitar nuestras botas, pues vamos a caminar en medio de un huerto de melones. El versículo habla de un melonar; pero tal vez en realidad se trataba de lo que hoy conocemos como pepinos. Ahora, ¿por qué hay una choza en medio del melonar? Entremos en ella y te explicaré por qué.
Aquí vamos. Sin duda se está mucho más fresco aquí adentro a la sombra. En los tiempos bíblicos sí que había que cuidar de los melones. Había que quitarles la maleza, había que voltearlos para que crecieran parejos, y había que cuidarlos para que los animales y los insectos no se los comieran antes de que los trabajadores vinieran a cosecharlos. Si nadie los cuidaba, con toda seguridad se perderían. Alguien debía permanecer en el campo y vigilarlos durante todo su crecimiento. ¡Qué gran cuidado había que dar a los melones!
¿Sabías que Dios cuida de ti mucho más? Él siempre lo hace. Ese es su trabajo y le encanta. A él le encanta porque te ama. ¡Qué Dios tan maravilloso tenemos! Un Dios que nos ama más que a los melones.
Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EL SEÑOR LO CONOCE TODO


Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará (Salmo 37:5).

Respecto a un noviazgo a veces nos preguntamos: ¿Cuánto durará esta relación? ¿Funcionará? Quizá no encuentres respuestas de inmediato, sobre todo si eres parte de la ecuación. Sin embargo, piensa que Dios siempre desea lo mejor para nuestras vidas: desde el mejor compañero hasta el mejor trabajo.
Rafael era un joven entusiasta y alegre. Con el deseo de salir adelante abandonó el hogar paterno y vino al norte  del país para trabajar. Nos conocimos en la iglesia, y después de algún tiempo nos hicimos novios. Un día él decidió ir a estudiar Teología a una de nuestras instituciones. Después de dos meses regresó y me dijo: «No volveré a la universidad. He decidido irme a los Estados Unidos». Aunque no estuve muy de acuerdo, poco podía hacer respecto a una decisión que él ya había tomado.
Mi madre y yo decidimos poner aquel noviazgo en oración, con el fin de saber si valía la pena que yo esperara a Rafael. Después de orar durante ocho meses nos llegó la respuesta. Una mañana muy temprano mamá me dijo: «A noche el Señor me habló». No me extrañó la frase, pues no era la primera vez que ella decía eso. «¡Tienes que olvidarte de esa relación con Rafael, porque no va a regresar!». No lo entendí en aquel momento, pero así lo hice.  Sin dar explicaciones, di por terminado nuestro noviazgo. 
El tiempo pasó. Un día recibí una noticia inesperada. El pastor de mi iglesia me envió un mensaje a través de mi hermano, quien finalmente me dijo: «Rafael murió». Entonces recordé que esa era la razón por la que Rafael no iba a regresar al país. Era lo mismo que el Señor le había dicho a mamá hacía año y medio.
Tengo la convicción de que Rafael descansa en el Señor.  Su familia ha aceptado el evangelio a raíz de aquel suceso, era uno de sus deseos. Será una sorpresa cuando él se encuentre con ellos en el reino eterno. El Señor los reunirá para que no se separen jamás. Dios manifiesta su poder de muchas formas. Si se lo permitimos, el Señor nos irá indicando el camino mientras nos lleva en sus brazos de amor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Cruzy Hernández escribe desde Baja California, México.

ANÓNIMO


Cuando ayudes a los necesitados, no lo publiques a los cuatro vientos. Mateo 6:2.

Era el día de su graduación, y Carol no podía estar más feliz. Las largas noches de estudio habían terminado. Ahora solo esperaba recibir su anhelado diploma.
Cuando su nombre fue mencionado, Carol subió al podio radiante de alegría. Después de recibir una elegante carpeta y las acostumbradas felicitaciones de parte de las autoridades universitarias, regresó a su asiento. De inmediato abrió la carpeta. Lo que vio ahí la dejó petrificada. En lugar del diploma, había una hoja con el siguiente mensaje: «¡Felicitaciones! Cuando pagues lo que adeudas a la universidad, pasa por la Oficina de Registros para recibir tu diploma».
Carol nunca olvidó el amargo sabor de esa experiencia. Resolvió, con la ayuda de Dios, que haría todo lo que estuviera a su alcance para evitar que otros estudiantes vivieran esa misma situación. En la actualidad, al acercarse el tiempo de graduación de los colegios, Carol visita la institución para preguntar si hay estudiantes con problemas financieros. Su interés se concentra en aquellos que no podrán graduarse por tener cuentas pendientes. Y dona miles de dólares para que no pasen por la amargura que ella vivió. Solo establece una condición: su nombre no debe aparecer por ningún lado. En su lugar debe aparecer la palabra «Anónimo» (Thambi Thomas, Adventist Review [Revista adventista], 26 de febrero de 2009, p. 31).
Cuando leí este relato no pude evitar preguntarme: «Si fuera yo el que donara ese dinero, ¿me mantendría anónimo?». Como señala con acierto el autor del artículo, esta señora podría crear una fundación que llevara su nombre. Recibiría, entonces, innumerables muestras de agradecimiento e incontables elogios. Sin embargo, prefiere permanecer anónima.
Sabemos que ella no está sola en esto de dar sin buscar ninguna clase de reconocimiento. Otros también lo hacen. Aquí en la tierra no conocemos sus nombres, pero Dios los conoce. Y algún día escucharán del Señor Jesús las palabras: «Buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré» (Mat. 25:21, RV95).
Muy cerca de ti, hoy alguien necesitará tu ayuda. Pídele a Dios que te dé un corazón generoso. Da «sin lástima». Recuerda que hay más dicha en recibir (Hech. 20:35). Y cuando des, por favor no lo publiques en el periódico. 
Padre mío, dame un corazón generoso, como el de Cristo, tu Hijo amado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

PARA CUMPLIR TODA JUSTICIA


«Todo lo que te venga a mano para hacer, hazlo según tus fuerzas, porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo ni ciencia  ni sabiduría» (Eclesiastés 9:10).

«Cuando Jesús vino para ser bautizado, Juan reconoció en él una pureza de carácter que nunca había percibido en nadie. La misma atmósfera de su presencia era santa e inspiraba reverencia» (El Deseado de todas las gentes, cap. 11, p. 88). Es interesante notar que Juan viera en Jesús algo que la multitud era incapaz de percibir. Para ellos Jesús era un joven normal. Hasta donde ellos sabían, tan solo se trataba de una persona más en busca de la gracia de Dios. La gente que estaba a orillas del río solo vio a un hombre que pedía ser bautizado; Juan, en cambio, reconoció a Dios.
El Espíritu había hablado al corazón de Juan y lo había advertido de que el Mesías vendría para pedirle que lo bautizara. Ahora estaba seguro de que la Persona que se encontraba ante él era el Prometido.
¿Cómo podía él, un pecador, bautizar al que era sin pecado? Por eso exclamó: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú acudes a mí?» (Mat. 3:14). Aunque Juan estaba henchido del Espíritu Santo  (ver Luc. 1:15), junto a Cristo sentía que él era quien necesitaba ser bautizado. Cuanto más tengamos el Espíritu de Dios, más sentiremos nuestra necesidad.  El mejor y más santo de entre los seres humanos necesita a Cristo. De hecho, cuanto mejor es, más siente esa necesidad. Incluso los ministros, los cuales predican y bautizan a los demás, tienen que darse cuenta de que también predican para sí mismos y necesitan ser bautizados con el Espíritu Santo.
El ministerio de Juan crecía cada vez más; él mismo tenía discípulos. Era necesario que Jesús se humillara a sí mismo y permitiera que Juan lo bautizara. Pronto llegaría el momento en que Juan menguara para que Cristo creciera. Cuando ese momento llegó, Juan menguó con la mayor dignidad y resignación. Reconoció que su tiempo había pasado y que había cumplido con su misión.
Dios lo ha llamado a hacer un trabajo para él. Pregúntele qué quiere que haga. A continuación, ore para que el Espíritu Santo lo llene de sabiduría y capacidad para hacer la tarea encomendada.
Señor, bautízame cada día con tu Espíritu Santo.
Reconozco que tú tienes que crecer y yo debo menguar. Basado en Marcos 1:9-11

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill