“El que tarda en airarse es grande de entendimiento; el impaciente de espíritu pone de manifiesto su necedad” (Proverbios 14:29).
Ira y enojo son sinónimos de relaciones heridas. Uno puede enojarse con las circunstancias, con algún recuerdo del pasado o con uno mismo, pero lo más frecuente y peligroso es cuando alguien se enoja con su prójimo: cónyuge, amigo, familiar, compañero, vecino... Y a continuación sobreviene el dolor, no solo en el agredido sino también en el enojado.
En primer lugar, la persona airada sufre daño fisiológico. Con la aparición de la ira, el sistema límbico (zona muy profunda del cerebro) provoca una serie de reacciones: aceleración cardíaca, elevación de la presión arterial, tensión muscular, aumento de la frecuencia respiratoria, sudoración, palidez, manos frías y enrojecimiento de la cara.
En segundo lugar, se deteriora la función cognitiva: el pensamiento se vuelve irracional y distorsionado; la persona tiende a centrarse en lo negativo y a obsesionarse con el tema que ha causado el enojo, aunque se trate de un asunto minúsculo.
Finalmente, tiene lugar la consecuencia más temible de la ira: la vertiente conductual. De la conmoción interna se pasa a la acción. La persona afectada dice cosas lamentables, muestra un rostro desencajado, tiembla, eleva el volumen de la voz y puede llegar a manifestar intimidación: insultos, golpes a objetos, portazos, maltrato de mascotas y, en última instancia, violencia física contra la otra persona o personas.
Las manifestaciones de enojo deterioran la relación interpersonal y, además, conllevan consecuencias morales. Jesús dijo: “Yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mat. 5:22). Y si la ira se hace habitual, sobreviene el riesgo de enfermedades, como las dolencias cardíacas, la diabetes, el insomnio y el debilitamiento del sistema inmunitario. También la ira puede bloquear la capacidad para disfrutar de la vida, y dar paso a la depresión y otros trastornos mentales. Finalmente, y más importante aún, envenena la relación con los seres cercanos y también la relación con Dios.
Con todos estos riesgos, no es extraño que el versículo de hoy llame “grandes de entendimiento” a quienes tienen dominio sobre la ira y el enojo. Si tienes tendencia a la ira, huye de esta emoción. Si te resulta difícil por haber adquirido el hábito, sométete al Espíritu Santo, ora, pide ayuda a algún allegado o busca apoyo profesional, si está disponible. El Señor te comunicará paciencia y dominio propio para que, en vez de enojo, manifiestes amor, aprecio y admiración hacia otras personas y así prosperen tus relaciones con los demás.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.