Date cuenta, Israel, que yo envío mí ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te lleve al lugar que te he preparado (Éxodo 23:20).
Hace algún tiempo decidimos iniciar junto con algunos hermanos una nueva Escuela Sabática filial. La población elegida quedaba a unos kilómetros de la ciudad, por lo que adquirimos un vehículo: «La Misionera». Uno de esos inolvidables días, salimos muy temprano a celebrar una ceremonia bautismal en un río. Tuvimos que dejar la camioneta en cierto lugar y de allí continuar en otro tipo de automóviles adecuados para circular en caminos no pavimentados. Cuando regresamos por la tarde al lugar donde dejamos estacionada «La Misionera» la encontramos con una llanta ponchada. Después de muchos intentos por cambiar la llanta todo resultó inútil, no hubo nada que se pudiera hacer. De pronto observé que comenzaron a echarle aire con una bomba manual y en cuanto se llenó, mi esposo le dijo a mi hijo Luis, quien era el que la conducía, que así nos fuéramos y que en el primer poblado buscáramos quién la arreglara. Recuerdo que al momento de encenderla, oramos a Dios, le pedimos que sus ángeles nos acompañaran. Comenzamos a avanzar y mi hijo revisaba la llanta cada momento para ver si no se había desinflado. Alcanzamos a llegar a un poblado, pero los únicos dos lugares donde nos podían auxiliar estaban cerrados. Lo único que se nos ocurrió fue echarle más aire en la gasolinera y continuar. Faltaba un tramo como de una hora para llegar a la siguiente gasolinera y avanzamos sin saber la gravedad del asunto. Al llegar volvimos a inflar el neumático y continuamos el siguiente trayecto más o menos igual. Recuerdo que llevamos a la gente hasta sus casas. Finalmente llegamos a nuestro hogar y al estacionar la camioneta frente a la casa escuchamos cómo empezó a desinflarse la llanta hasta quedar completamente sin aire en cuestión de segundos. Cuando mi esposo llevó la llanta a reparar se dio cuenta de que lo que había ocasionado la avería era una piedra que parecía la punta de una lanza. Era obvio que no pudimos haber viajado con el neumático como lo habíamos hecho. Pero llegamos porque tuvimos la mejor escolta, y se cumplió la promesa de Dios: «Yo envío mi ángel delante de ti, para que te proteja en el camino»
Hace algún tiempo decidimos iniciar junto con algunos hermanos una nueva Escuela Sabática filial. La población elegida quedaba a unos kilómetros de la ciudad, por lo que adquirimos un vehículo: «La Misionera». Uno de esos inolvidables días, salimos muy temprano a celebrar una ceremonia bautismal en un río. Tuvimos que dejar la camioneta en cierto lugar y de allí continuar en otro tipo de automóviles adecuados para circular en caminos no pavimentados. Cuando regresamos por la tarde al lugar donde dejamos estacionada «La Misionera» la encontramos con una llanta ponchada. Después de muchos intentos por cambiar la llanta todo resultó inútil, no hubo nada que se pudiera hacer. De pronto observé que comenzaron a echarle aire con una bomba manual y en cuanto se llenó, mi esposo le dijo a mi hijo Luis, quien era el que la conducía, que así nos fuéramos y que en el primer poblado buscáramos quién la arreglara. Recuerdo que al momento de encenderla, oramos a Dios, le pedimos que sus ángeles nos acompañaran. Comenzamos a avanzar y mi hijo revisaba la llanta cada momento para ver si no se había desinflado. Alcanzamos a llegar a un poblado, pero los únicos dos lugares donde nos podían auxiliar estaban cerrados. Lo único que se nos ocurrió fue echarle más aire en la gasolinera y continuar. Faltaba un tramo como de una hora para llegar a la siguiente gasolinera y avanzamos sin saber la gravedad del asunto. Al llegar volvimos a inflar el neumático y continuamos el siguiente trayecto más o menos igual. Recuerdo que llevamos a la gente hasta sus casas. Finalmente llegamos a nuestro hogar y al estacionar la camioneta frente a la casa escuchamos cómo empezó a desinflarse la llanta hasta quedar completamente sin aire en cuestión de segundos. Cuando mi esposo llevó la llanta a reparar se dio cuenta de que lo que había ocasionado la avería era una piedra que parecía la punta de una lanza. Era obvio que no pudimos haber viajado con el neumático como lo habíamos hecho. Pero llegamos porque tuvimos la mejor escolta, y se cumplió la promesa de Dios: «Yo envío mi ángel delante de ti, para que te proteja en el camino»
Marílú Elizabeth Velásquez de Rascón
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor