Protege mi vida, rescátame; no permitas que sea avergonzado, porque en ti busco refugio (Salmo 25: 20).
En 1985 sucedió un devastador terremoto en la Ciudad de México que derrumbó muchos edificios, entre ellos varios hospitales. En ese entonces yo estudiaba mi cuarto año de la licenciatura en Enfermería en la Universidad de Montemorelos y fui asignada para auxiliar durante dos meses a los nuevos módulos de hospitales que construían. Yo cantaba en un coro de la universidad y mientras estaba en la Ciudad de México nos invitaron a cantar a Monterrey, así que viajé el fin de semana. Cuando regresé traía únicamente el dinero justo para tomar el metro (tren subterráneo) hasta mi colonia. Así que abordé el vagón. Iba un poco nerviosa porque era muy temprano y no se veía mucha gente; entonces me bajé en la estación equivocada, y cuando salí a la calle me di cuenta que estaba en un lugar totalmente desconocido. No sabía ni siquiera qué dirección tomar. Habla muchos puestos en la acera, pregunté en qué dirección estaba la colonia donde yo vivía y un señor me dio indicaciones. Pero al seguir sus señalamientos me empecé a adentrar en un sitio muy extraño, tenebroso, con gente de aspecto dudoso. Así que me regresé hasta la calle donde salí del metro, pidiéndole a Dios que me ayudara a encontrar el camino a casa. Al llegar a la calle, una señora me habló y me dijo que había estado observándome y me preguntó a dónde quería llegar. Así que le di la dirección. Ella me dijo: «No te preocupes, no te separes de mí, porque hay un hombre que te sigue desde que venías por el otro camino, yo te voy a ayudar». Me tomó del brazo y le hizo la parada a un transporte urbano. Le dijo al chofer: «Esta niña va a la Colonia Escandón, por favor, dígale dónde se bajará». Me dio dinero para pagar y me dijo: «Que Dios te bendiga». Le di las gracias y subí al vehículo, pagué mi boleto y volteé para decirle adiós a quien me había protegido, ayudado y hasta pagado mi boleto, pero no había absolutamente nadie. Estoy segura que ese ángel que ha estado a mi lado desde el día que nací, ese día se personificó en esa señora. Nunca olvidaré la paz que sentí en medio de la angustia de estar perdida y la seguridad que me infundió. Supe que llegaría segura a mi destino porque el ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende.
En 1985 sucedió un devastador terremoto en la Ciudad de México que derrumbó muchos edificios, entre ellos varios hospitales. En ese entonces yo estudiaba mi cuarto año de la licenciatura en Enfermería en la Universidad de Montemorelos y fui asignada para auxiliar durante dos meses a los nuevos módulos de hospitales que construían. Yo cantaba en un coro de la universidad y mientras estaba en la Ciudad de México nos invitaron a cantar a Monterrey, así que viajé el fin de semana. Cuando regresé traía únicamente el dinero justo para tomar el metro (tren subterráneo) hasta mi colonia. Así que abordé el vagón. Iba un poco nerviosa porque era muy temprano y no se veía mucha gente; entonces me bajé en la estación equivocada, y cuando salí a la calle me di cuenta que estaba en un lugar totalmente desconocido. No sabía ni siquiera qué dirección tomar. Habla muchos puestos en la acera, pregunté en qué dirección estaba la colonia donde yo vivía y un señor me dio indicaciones. Pero al seguir sus señalamientos me empecé a adentrar en un sitio muy extraño, tenebroso, con gente de aspecto dudoso. Así que me regresé hasta la calle donde salí del metro, pidiéndole a Dios que me ayudara a encontrar el camino a casa. Al llegar a la calle, una señora me habló y me dijo que había estado observándome y me preguntó a dónde quería llegar. Así que le di la dirección. Ella me dijo: «No te preocupes, no te separes de mí, porque hay un hombre que te sigue desde que venías por el otro camino, yo te voy a ayudar». Me tomó del brazo y le hizo la parada a un transporte urbano. Le dijo al chofer: «Esta niña va a la Colonia Escandón, por favor, dígale dónde se bajará». Me dio dinero para pagar y me dijo: «Que Dios te bendiga». Le di las gracias y subí al vehículo, pagué mi boleto y volteé para decirle adiós a quien me había protegido, ayudado y hasta pagado mi boleto, pero no había absolutamente nadie. Estoy segura que ese ángel que ha estado a mi lado desde el día que nací, ese día se personificó en esa señora. Nunca olvidaré la paz que sentí en medio de la angustia de estar perdida y la seguridad que me infundió. Supe que llegaría segura a mi destino porque el ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende.
Lila Sosa Sansores
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor