Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón. Salmos 37:4.
¿Leíste bien? ¿No me vas a decir que este breve versículo no lo puedes atesorar en tu joven y ágil memoria? ¡Hazlo, vale la pena! Alégrate, el Señor te concederá, ¡las peticiones de tu corazón! ¿Cómo está tu corazón? Yo me pregunto todos los días por el estado del mío. ¿Estás seguro de que tu corazón, tu voluntad racional, es capaz de producir buenas peticiones?
¿Qué pasaría si Dios concediera todas las peticiones de todos los corazones que leyeran esta invitación? Te das cuenta que es necesario que haya algunas condiciones. La idea del texto de hoy se pone de manifiesto desde el primer versículo del Salmo. Allí se presenta una vez más el tema de la comprensión de la realidad en medio de un gran conflicto entre el bien y el mal. Las cosas, como dicen los jóvenes, «no son parejas». Y nos surgen muchas preguntas e inquietudes. ¿Recuerdas que ayer consideré las inquietudes de Habacuc? Uno muchas veces no entiende el éxito material de quienes «cometen injusticias» (vers. 1). El mismo Salmo nos invita a concentrarnos en lo nuestro: «Confía en el Señor y haz el bien» (vers. 3).
El texto de hoy, antes que invitarnos a presentar nuestras peticiones, nos invita a deleitarnos en el Señor. En el primero de los Salmos vimos que los hijos de Dios se deleitan en su Ley. ¿Cómo crees que serán las peticiones de un corazón que encuentra su deleite en Dios y en su Ley? Imagínate que entran a un centro comercial unos padres con sus hijos. Allí hay ropa, calzado, helados, material de la escuela, juguetes, equipos electrónicos y mucho más. Antes de entrar el papá les dice: «Hoy les voy a conceder todo lo que pidan». ¿Crees que es razonable correr un riesgo de tan grueso calibre? Por supuesto que no. Un padre con semejante invitación tendría que estar seguro del buen juicio, del espíritu abnegado, de las verdaderas necesidades de sus hijos.
No, nosotros no podemos «obligar» a Dios a actuar de manera que sus invitaciones no tengan sentido. Las invitaciones de Dios adquieren sentido cuando las responden corazones que están en perfecta armonía con él, porque se deleitan en él.
Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna
¿Leíste bien? ¿No me vas a decir que este breve versículo no lo puedes atesorar en tu joven y ágil memoria? ¡Hazlo, vale la pena! Alégrate, el Señor te concederá, ¡las peticiones de tu corazón! ¿Cómo está tu corazón? Yo me pregunto todos los días por el estado del mío. ¿Estás seguro de que tu corazón, tu voluntad racional, es capaz de producir buenas peticiones?
¿Qué pasaría si Dios concediera todas las peticiones de todos los corazones que leyeran esta invitación? Te das cuenta que es necesario que haya algunas condiciones. La idea del texto de hoy se pone de manifiesto desde el primer versículo del Salmo. Allí se presenta una vez más el tema de la comprensión de la realidad en medio de un gran conflicto entre el bien y el mal. Las cosas, como dicen los jóvenes, «no son parejas». Y nos surgen muchas preguntas e inquietudes. ¿Recuerdas que ayer consideré las inquietudes de Habacuc? Uno muchas veces no entiende el éxito material de quienes «cometen injusticias» (vers. 1). El mismo Salmo nos invita a concentrarnos en lo nuestro: «Confía en el Señor y haz el bien» (vers. 3).
El texto de hoy, antes que invitarnos a presentar nuestras peticiones, nos invita a deleitarnos en el Señor. En el primero de los Salmos vimos que los hijos de Dios se deleitan en su Ley. ¿Cómo crees que serán las peticiones de un corazón que encuentra su deleite en Dios y en su Ley? Imagínate que entran a un centro comercial unos padres con sus hijos. Allí hay ropa, calzado, helados, material de la escuela, juguetes, equipos electrónicos y mucho más. Antes de entrar el papá les dice: «Hoy les voy a conceder todo lo que pidan». ¿Crees que es razonable correr un riesgo de tan grueso calibre? Por supuesto que no. Un padre con semejante invitación tendría que estar seguro del buen juicio, del espíritu abnegado, de las verdaderas necesidades de sus hijos.
No, nosotros no podemos «obligar» a Dios a actuar de manera que sus invitaciones no tengan sentido. Las invitaciones de Dios adquieren sentido cuando las responden corazones que están en perfecta armonía con él, porque se deleitan en él.
«La unión con Cristo por la fe viviente es duradera; cualquier otra unión debe perecer». MJ 116.
Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna