Ustedes, como hijos amados de Dios, procuren ser como él. Condúzcanse con amor, lo mismo que Cristo nos amó y se entregó, para ser sacrificado por nosotros (Efesios 5:1, 2, DHH).
Cada mañana cuando me levanto le pido a Dios que me conduzca a lo largo de ese día, y siempre me siento avergonzada por la manera en que Dios me muestra cosas nuevas y maravillosas que necesito aprender y saber. Mi esposo viaja mucho por cuestiones de trabajo, y había estado afuera por casi dos semanas. Mi día sería un poco diferente ese sábado de mañana. Así que comencé mi oración diciendo: ¿Qué debo hacer después, Señor? A medida que la mañana avanzaba, me dejé conducir por Dios y él me mostró qué hacer.
Comencé a ir a una pequeña iglesia en Napóles, Italia, primero en auto y después en tren. Llegué a la iglesia justo cuando el servicio eclesiástico comenzaba y me di cuenta de que había Santa Cena. Una mujer joven y muy amable se movió para que yo me pudiera sentar. Me tradujo una parte del sermón, y cuando fuimos a una habitación para lavarnos los pies, nos saludamos las unas con las otras y compartimos el amor de Dios. Ella nos contó que era de Rumania y que les enseñaba inglés a los niños pequeños de las escuelas Nápoles.
Ella creía que nuestra iglesia algunas veces pone los reglamentos por delante del amor de Dios, así que le pedí a Dios que me ayudara a compartir su amor con ella. Una vez que volvimos a la iglesia, los que tomarían parte del pan y del jugo de la vid debían ponerse de pie. Ella no le había lavado los pies de nadie, por lo tanto permaneció sentada. Mientras repartían el pan y el vino a los que estábamos parados, le pregunté a Dios qué podía hacer para conducirme con amor. Me sentí impulsada a compartir una pequeña porción de pan y un poco de jugo con ella. Nunca antes lo había hecho, pero las dos teníamos lágrimas en los ojos. Me sentí bendecida al dejarme conducir por la voz de Dios.
La lección que Dios compartió conmigo es una de pequeños milagros que traen lágrimas a mis ojos y me instan a seguir dejándome conducir por él cada día. Muchas veces no veo cuál es el siguiente paso que él quiere que dé, pero está justo allí cuando camino detrás de él; no adelante, ni a su lado. Deseo que aquellas personas con las que comparto a Jesús también se sientan bendecidas.
Cada mañana cuando me levanto le pido a Dios que me conduzca a lo largo de ese día, y siempre me siento avergonzada por la manera en que Dios me muestra cosas nuevas y maravillosas que necesito aprender y saber. Mi esposo viaja mucho por cuestiones de trabajo, y había estado afuera por casi dos semanas. Mi día sería un poco diferente ese sábado de mañana. Así que comencé mi oración diciendo: ¿Qué debo hacer después, Señor? A medida que la mañana avanzaba, me dejé conducir por Dios y él me mostró qué hacer.
Comencé a ir a una pequeña iglesia en Napóles, Italia, primero en auto y después en tren. Llegué a la iglesia justo cuando el servicio eclesiástico comenzaba y me di cuenta de que había Santa Cena. Una mujer joven y muy amable se movió para que yo me pudiera sentar. Me tradujo una parte del sermón, y cuando fuimos a una habitación para lavarnos los pies, nos saludamos las unas con las otras y compartimos el amor de Dios. Ella nos contó que era de Rumania y que les enseñaba inglés a los niños pequeños de las escuelas Nápoles.
Ella creía que nuestra iglesia algunas veces pone los reglamentos por delante del amor de Dios, así que le pedí a Dios que me ayudara a compartir su amor con ella. Una vez que volvimos a la iglesia, los que tomarían parte del pan y del jugo de la vid debían ponerse de pie. Ella no le había lavado los pies de nadie, por lo tanto permaneció sentada. Mientras repartían el pan y el vino a los que estábamos parados, le pregunté a Dios qué podía hacer para conducirme con amor. Me sentí impulsada a compartir una pequeña porción de pan y un poco de jugo con ella. Nunca antes lo había hecho, pero las dos teníamos lágrimas en los ojos. Me sentí bendecida al dejarme conducir por la voz de Dios.
La lección que Dios compartió conmigo es una de pequeños milagros que traen lágrimas a mis ojos y me instan a seguir dejándome conducir por él cada día. Muchas veces no veo cuál es el siguiente paso que él quiere que dé, pero está justo allí cuando camino detrás de él; no adelante, ni a su lado. Deseo que aquellas personas con las que comparto a Jesús también se sientan bendecidas.
Susen Mattison.
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken