Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán. Proverbios 16:3.
Los pronósticos no eran ¿muy halagüeños: Ríos desbordados, colonias inundadas, zona declarada en desastre, días lluviosos y nublados. Por la mente de Juan Pérez Nájera todavía pasaba la pregunta: «¿Será que debamos ir?» Junto con su iglesia, Juan había sido invitado para servir en el equipo de apoyo en un «camporí» en Veracruz, México, y como líder del grupo estaba preocupado por las noticias. Una fuerte lluvia, después de tres horas de camino, lo hizo titubear, pero un arco iris le devolvió la tranquilidad.
Después llamó por teléfono al campamento para saber cómo estaba todo. Escuchó la voz serena del encargado que le decía que todo seguía en pie. Quizá esperaba escuchar un: «¡No, ya no vengan porque todo está cancelado!». Mientras se acercaban a su destino, podían ver hermosas cascadas en la cima de las montañas, un panorama rico en vegetación, bendecido por las lluvias. Al entrar al campamento un fuerte aguacero les dio la bienvenida, y observaron un panorama desalentador: Lodo por todos lados, la mayoría de los «acampantes» mojados, y las instalaciones sin corriente eléctrica. En el rostro del pastor juvenil que los había invitado había una angustia evidente. Juan pensó de nuevo: «Esto es un caos, no debimos haber venido».
La desesperación cundía por todas partes. Uno de los directores decía: «A mi club se le mojó toda la ropa y ya se quieren regresar». «Que se pongan el uniforme de gala todo el fin de semana, así lo amarán más. Anímenlos a que se queden», respondió el ministro juvenil.
Juan veía al ministro preocupado, pero a la vez esperanzado. Él tenía fe en que estaña bien. Entonces vino a su mente la escena cuando el pueblo de Israel murmuraba a Moisés: «¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto!» (Éxodo 14: 12). Ese viaje fue toda una bendición. El evento se llevó a cabo sin más interrupciones. Juan aprendió a colocar sus planes en las manos de Dios y confiar en sus promesas. Se dio cuenta de que únicamente es cuestión de esperar, él sabe el momento justo para derramar sus bendiciones.
Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna
Los pronósticos no eran ¿muy halagüeños: Ríos desbordados, colonias inundadas, zona declarada en desastre, días lluviosos y nublados. Por la mente de Juan Pérez Nájera todavía pasaba la pregunta: «¿Será que debamos ir?» Junto con su iglesia, Juan había sido invitado para servir en el equipo de apoyo en un «camporí» en Veracruz, México, y como líder del grupo estaba preocupado por las noticias. Una fuerte lluvia, después de tres horas de camino, lo hizo titubear, pero un arco iris le devolvió la tranquilidad.
Después llamó por teléfono al campamento para saber cómo estaba todo. Escuchó la voz serena del encargado que le decía que todo seguía en pie. Quizá esperaba escuchar un: «¡No, ya no vengan porque todo está cancelado!». Mientras se acercaban a su destino, podían ver hermosas cascadas en la cima de las montañas, un panorama rico en vegetación, bendecido por las lluvias. Al entrar al campamento un fuerte aguacero les dio la bienvenida, y observaron un panorama desalentador: Lodo por todos lados, la mayoría de los «acampantes» mojados, y las instalaciones sin corriente eléctrica. En el rostro del pastor juvenil que los había invitado había una angustia evidente. Juan pensó de nuevo: «Esto es un caos, no debimos haber venido».
La desesperación cundía por todas partes. Uno de los directores decía: «A mi club se le mojó toda la ropa y ya se quieren regresar». «Que se pongan el uniforme de gala todo el fin de semana, así lo amarán más. Anímenlos a que se queden», respondió el ministro juvenil.
Juan veía al ministro preocupado, pero a la vez esperanzado. Él tenía fe en que estaña bien. Entonces vino a su mente la escena cuando el pueblo de Israel murmuraba a Moisés: «¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto!» (Éxodo 14: 12). Ese viaje fue toda una bendición. El evento se llevó a cabo sin más interrupciones. Juan aprendió a colocar sus planes en las manos de Dios y confiar en sus promesas. Se dio cuenta de que únicamente es cuestión de esperar, él sabe el momento justo para derramar sus bendiciones.
«A lo largo del áspero camino que conduce a la vida eterna hay manantiales de gozo para refrescar a los fatigados». MJ 148.
Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna