Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed ni venga aquí a sacarla (Juan 4: 15).
Ayer contemplábamos a Jesús sentado junto al pozo de Jacob. Elena G. de White narra magistralmente la escena: «El Rey del cielo se presentó a esta paria de la sociedad, pidiendo un servicio de sus manos. El que había hecho el océano, el que rige las aguas del abismo, el que abrió los manantiales y los canales de la tierra, descanso de sus fatigas junto al pozo de Jacob y dependió de la bondad de una persona extraña para una cosa tan insignificante como un sorbo de agua» (El Deseado de todas las gentes, p. 162).
¿Te dicen algo especial estas palabras? Jesús comprende tus problemas, porque el también los vivió. Pero sabe que tus necesidades van más allá de las carencias materiales. Tu mayor necesidad es la de un encuentro personal con tu Salvador. Beber del agua de vida no te libera de las penurias de este mundo, más bien te ofrece la seguridad de un mundo sin ellas.
Jesús acudió para salvar a aquella mujer. ¿Que faltaba ahora? La decisión de ella. El agua estaba, solo debía tomarla y reconocer que Jesús podía limpiarla.
«Sacia mi sed, te pido, Señor. / Llena hoy mi vaso con tu amor. /Agua viva dámela con plenitud, / lléname, sacia tu mi corazón. / En la fuente terrenal yo buscaba / la sed de dicha mitigar. / Oí a mi Señor que hablaba: / "Sacia tu sed con agua eternal".
Estas pueden haber sido las palabras de la mujer samaritana. De hecho, el agua que Cristo le ofreció, surtió efecto en ella. La Biblia asegura que, dejando su cántaro, se fue a los suyos para contarles lo que había ocurrido, y por su testimonio muchos se beneficiaron de esa misma agua de vida eterna.
¿Deseas tú, como aquella mujer samaritana, poner a un lado lodo lo que te impide llegar hasta Jesús y aceptar sus palabras como el agua viva que traerá salvación a tu vida? Si es así, clama desde lo más profundo de tu ser: «Sacia mi sed, te ruego, Señor. Llena hoy mi vaso con tu amor».
«Pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás» (Juan 4: 14).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Ayer contemplábamos a Jesús sentado junto al pozo de Jacob. Elena G. de White narra magistralmente la escena: «El Rey del cielo se presentó a esta paria de la sociedad, pidiendo un servicio de sus manos. El que había hecho el océano, el que rige las aguas del abismo, el que abrió los manantiales y los canales de la tierra, descanso de sus fatigas junto al pozo de Jacob y dependió de la bondad de una persona extraña para una cosa tan insignificante como un sorbo de agua» (El Deseado de todas las gentes, p. 162).
¿Te dicen algo especial estas palabras? Jesús comprende tus problemas, porque el también los vivió. Pero sabe que tus necesidades van más allá de las carencias materiales. Tu mayor necesidad es la de un encuentro personal con tu Salvador. Beber del agua de vida no te libera de las penurias de este mundo, más bien te ofrece la seguridad de un mundo sin ellas.
Jesús acudió para salvar a aquella mujer. ¿Que faltaba ahora? La decisión de ella. El agua estaba, solo debía tomarla y reconocer que Jesús podía limpiarla.
«Sacia mi sed, te pido, Señor. / Llena hoy mi vaso con tu amor. /Agua viva dámela con plenitud, / lléname, sacia tu mi corazón. / En la fuente terrenal yo buscaba / la sed de dicha mitigar. / Oí a mi Señor que hablaba: / "Sacia tu sed con agua eternal".
Estas pueden haber sido las palabras de la mujer samaritana. De hecho, el agua que Cristo le ofreció, surtió efecto en ella. La Biblia asegura que, dejando su cántaro, se fue a los suyos para contarles lo que había ocurrido, y por su testimonio muchos se beneficiaron de esa misma agua de vida eterna.
¿Deseas tú, como aquella mujer samaritana, poner a un lado lodo lo que te impide llegar hasta Jesús y aceptar sus palabras como el agua viva que traerá salvación a tu vida? Si es así, clama desde lo más profundo de tu ser: «Sacia mi sed, te ruego, Señor. Llena hoy mi vaso con tu amor».
«Pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás» (Juan 4: 14).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera