Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel. (Jeremías 18:6)
Se cuenta que el rey Jorge V de Inglaterra fue a visitar una fábrica de cerámica. El propietario le mostró todo el proceso de fabricación, partiendo de la materia prima, que es el barro. Cuando vio unas piezas preparadas para ser horneadas, el rey tocó con sus dedos un plato, con la suficiente fuerza como para dejar, sin darse cuenta, sus huellas en el barro todavía húmedo. El propietario de la fábrica se dio cuenta de lo sucedido, pero no dijo nada.
Cuando el monarca se marchó, el propietario rápidamente recogió la pieza de barro donde habían quedado plasmadas las huellas reales y la metió en el horno con un cuidado especial. Una vez terminada, la exhibió, diciendo que tenía un valor excepcional porque contenía las huellas del rey.
El texto de hoy nos dice que tú y yo somos vasijas de barro en las manos del alfarero divino. Pero, a diferencia del rey Jorge V, Cristo se tomó su tiempo para darnos la mejor forma y regalarnos el soplo de vida. ¿Has pensado que si no hubiera sido así, tú no serias tú, sino alguien diferente? Pero él dejó sus huellas en ti, te hizo especial, te hizo por amor. No importa cuán degradada sea tu condición tísica, moral, intelectual o espiritual. Las huellas del Creador aún están en ti. ¿Las exhibes como algo grandioso y especial?
Así como Dios ha dejado su huella en tu vida, tú también dejas las tuyas en las vidas de otras personas. ¿Qué clase de huellas estás dejando? Cuando otros se acercan a ti, ¿qué marcas quedan en sus caracteres? No dejes huellas imprecisas que solo produzcan confusión.
Hoy te invito a que revises las huellas que vas dejando en tu caminar. ¿Conducen al pesebre de Belén? ¿Apuntan al Calvario donde se encuentra la salvación gratuita? ¿Señalan el camino hacia la eternidad? Es imposible caminar sin dejar huellas.
«Señor, que mis pisadas sean siempre como tus huellas: un sendero que otros puedan seguir para llegar al Padre».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Se cuenta que el rey Jorge V de Inglaterra fue a visitar una fábrica de cerámica. El propietario le mostró todo el proceso de fabricación, partiendo de la materia prima, que es el barro. Cuando vio unas piezas preparadas para ser horneadas, el rey tocó con sus dedos un plato, con la suficiente fuerza como para dejar, sin darse cuenta, sus huellas en el barro todavía húmedo. El propietario de la fábrica se dio cuenta de lo sucedido, pero no dijo nada.
Cuando el monarca se marchó, el propietario rápidamente recogió la pieza de barro donde habían quedado plasmadas las huellas reales y la metió en el horno con un cuidado especial. Una vez terminada, la exhibió, diciendo que tenía un valor excepcional porque contenía las huellas del rey.
El texto de hoy nos dice que tú y yo somos vasijas de barro en las manos del alfarero divino. Pero, a diferencia del rey Jorge V, Cristo se tomó su tiempo para darnos la mejor forma y regalarnos el soplo de vida. ¿Has pensado que si no hubiera sido así, tú no serias tú, sino alguien diferente? Pero él dejó sus huellas en ti, te hizo especial, te hizo por amor. No importa cuán degradada sea tu condición tísica, moral, intelectual o espiritual. Las huellas del Creador aún están en ti. ¿Las exhibes como algo grandioso y especial?
Así como Dios ha dejado su huella en tu vida, tú también dejas las tuyas en las vidas de otras personas. ¿Qué clase de huellas estás dejando? Cuando otros se acercan a ti, ¿qué marcas quedan en sus caracteres? No dejes huellas imprecisas que solo produzcan confusión.
Hoy te invito a que revises las huellas que vas dejando en tu caminar. ¿Conducen al pesebre de Belén? ¿Apuntan al Calvario donde se encuentra la salvación gratuita? ¿Señalan el camino hacia la eternidad? Es imposible caminar sin dejar huellas.
«Señor, que mis pisadas sean siempre como tus huellas: un sendero que otros puedan seguir para llegar al Padre».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera