“Antes que te formara en el
vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a
las naciones” (Jeremías 1:5).
Se cuenta la
historia de un grupo de jóvenes seminaristas que debatían intensamente el tema
de la predestinación. La discusión llegó a tal grado de acaloramiento que se
apartaron unos de otros formando dos bandos: uno a favor y otro contra. En
medio quedó un joven indeciso que no estaba seguro de dónde ubicarse.
Finalmente, se decantó por el grupo de la predestinación. Cuando se acercó, los
compañeros le preguntaron:
—¿Quién te envía
a nuestro grupo?
—Nadie
—respondió—. Vengo por mi propia voluntad.
A lo que los
partidarios de la predestinación le respondieron:
—¿Por tu propia
voluntad? No, no, ¡tienes que unirte al grupo contrario! Cuando llegó al otro
bando, le preguntaron:
—¿Por qué has
decidido unirte a nosotros?
—En realidad, me
envían los del otro grupo —respondió el joven.
—¿Te han enviado
ellos? ¡No! ¡De ninguna manera! No puedes ser de los nuestros ¡a no ser que
vengas por tu propia voluntad!
La salvación
cuenta con dos pasos: Dios nos escoge, de alguna manera nos “predestina” a ser
salvos y, después, nosotros escogemos la oferta que Dios nos hace. Los dos
pasos son necesarios. El primero está garantizado. El segundo, depende de cada
persona.
El versículo de
hoy puede mirarse desde la perspectiva de la “predestinación”. El Señor escoge
a su siervo, el profeta Jeremías, desde que empieza a formarse en el seno
materno. La promesa puede extenderse a todos los creyentes, como lo indican las
palabras del apóstol Pablo a la iglesia: “Por su amor, nos predestinó para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad” (‘Efe. 1:5). Hecha esta oferta, este don, lo tenemos que aceptar,
tenemos que hacer la elección correcta: “Os he puesto delante la vida y la
muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y
tu descendencia” (Deut. 30:19).
La salvación
eterna está disponible para todo ser humano. Jesús murió, resucitó e intercede
para que nuestra salvación esté asegurada. ¡Qué enorme privilegio saber que
Dios nos conoce y nos escoge desde antes de nuestro nacimiento y nos destina a
ser salvos! Esta razón debería ser suficiente para sentir un sano orgullo, un
gozo inefable por lo que Dios ha hecho por nosotros.
Si te tienta el
pensamiento de no ser apto para algo, piensa que ya eras apto desde el vientre
de tu madre, porque Dios te escogió. Solo tienes que escogerlo a él.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y
Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020