«El agua que venía de arriba dejó de correr y se detuvo como formando un embalse, bastante lejos, en Adam, la ciudad que está junto a la fortaleza de Saretán. Y el agua que bajaba hacia el Mar Muerto siguió corriendo hasta que se terminó. Así se dividió el agua del río, y los israelitas lo cruzaron frente a la ciudad de Jericó» (Josué 3:16).
¡Lo que describe el versículo es un verdadero milagro!
Al caminar hoy con los israelitas, veremos a Dios amontonar las aguas en el río Jordán. El agua dejó de fluir lacia el «Mar de Sal», como también se conoce al mar Muerto. El Mar de Sal es realmente sorprendente. Si alguna vez has estado en la playa y has tragado un poco de agua, sabrás lo salada que es. Bueno, pues el Mar Muerto es siete veces más salado que el océano. Es tan salado, que si saltas al agua se te hará muy difícil sumergirte. ¡La sal te detendrá! También se llama Mar Muerto porque muy pocos animales pueden vivir en él. El agua es demasiado salada y repugnante para que algún ser viva en ella.
Sin Jesús, nuestra vida podría terminar de esa manera. Podría hacerse «repugnante» sin la pureza que Jesús nos brinda. ¡Entrégale hoy tu corazón a Dios y deja que purifique tu vida!
Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush