Aun si peca contra ti siete veces en un día, y siete veces regresa a decirte «Me arrepiento», perdónalo (Lucas 17:4).
El mundo está lleno de casos de injusticia expresados en hechos y palabras. Hay violencia, corrupción, abuso sexual, maltrato entre los miembros de la familia, infidelidad, ingratitud de parte de hijos para con sus padres, traición, abuso en el trabajo, en instituciones educativas y hasta en las iglesias. Son incontables las razones que activan el gatillo del resentimiento, tristeza, dolor y deseos de venganza y ajusticiamiento. Es muy difícil desarraigar de la mente y el corazón estas emociones.
Muchos rechazan a algunas personas que ni siquiera las han agredido directamente, sin embargo, experimentan mucho enojo al ver y saber que lastimen a otros. Miles sienten una gran impotencia porque no pueden hacer nada para remediar su situación de desventaja.
Estos sentimientos «razonables» son negativos y destructivos. Al principio se prefiere acariciar estas emociones pero con el tiempo carcomen y privan de sentir el gozo de vivir. Debido a esto, muchos se enferman emocional, mental, espiritual y físicamente. Si nos aferramos al odio y al resentimiento podría costamos nuestra propia salvación.
¿Cómo podemos desarraigar a estos enemigos de nuestras vidas? La oración modelo, el Padrenuestro, lo dice claramente: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mal. 6: 12). Muchas veces repetimos esta oración en forma superficial y sin reflexionar en sus implicaciones. La humanidad entera tiene una inmensa deuda con Dios. Pero su plan de salvación está tejido con amor, misericordia y perdón. Sabemos que debemos perdonar pero el orgullo nos impide hacerlo.
Abramos nuestro corazón con sinceridad y expresemos a nuestro Padre amante el dolor que rompe nuestro pecho, y pidámosle que nos capacite para vernos como somos: personas contagiadas por el pecado y sus efectos. Oremos por aquellos que nos causan dolor y no cavilemos la venganza. Recordemos que llegará el día cuando «él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Apoc, 21: 4).
El mundo está lleno de casos de injusticia expresados en hechos y palabras. Hay violencia, corrupción, abuso sexual, maltrato entre los miembros de la familia, infidelidad, ingratitud de parte de hijos para con sus padres, traición, abuso en el trabajo, en instituciones educativas y hasta en las iglesias. Son incontables las razones que activan el gatillo del resentimiento, tristeza, dolor y deseos de venganza y ajusticiamiento. Es muy difícil desarraigar de la mente y el corazón estas emociones.
Muchos rechazan a algunas personas que ni siquiera las han agredido directamente, sin embargo, experimentan mucho enojo al ver y saber que lastimen a otros. Miles sienten una gran impotencia porque no pueden hacer nada para remediar su situación de desventaja.
Estos sentimientos «razonables» son negativos y destructivos. Al principio se prefiere acariciar estas emociones pero con el tiempo carcomen y privan de sentir el gozo de vivir. Debido a esto, muchos se enferman emocional, mental, espiritual y físicamente. Si nos aferramos al odio y al resentimiento podría costamos nuestra propia salvación.
¿Cómo podemos desarraigar a estos enemigos de nuestras vidas? La oración modelo, el Padrenuestro, lo dice claramente: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mal. 6: 12). Muchas veces repetimos esta oración en forma superficial y sin reflexionar en sus implicaciones. La humanidad entera tiene una inmensa deuda con Dios. Pero su plan de salvación está tejido con amor, misericordia y perdón. Sabemos que debemos perdonar pero el orgullo nos impide hacerlo.
Abramos nuestro corazón con sinceridad y expresemos a nuestro Padre amante el dolor que rompe nuestro pecho, y pidámosle que nos capacite para vernos como somos: personas contagiadas por el pecado y sus efectos. Oremos por aquellos que nos causan dolor y no cavilemos la venganza. Recordemos que llegará el día cuando «él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Apoc, 21: 4).
Conny Christian
Tomado de Manifestaciones de su amor
Tomado de Manifestaciones de su amor