No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú (Isaías 43:1).
Por fin había llegado la hora. Aunque yo no tenía ninguna experiencia al respecto, algo pasaba dentro de mí que me indicaba que era el momento. Miré el reloj, eran las cuatro de la madrugada del 15 de septiembre de 1994, y por mis piernas comenzó a caer un líquido extraño. Desperté a mi cuñada que es médica y le pregunté qué significaba aquello. En un momento estaba en pie. Me revisó y efectivamente todo indicaba que un nuevo miembro de la familia estaba a punto de nacer. Nunca podré olvidar esa experiencia. Era mi primer hijo y la alegría que me causaba aquel hecho solo era comparable al temor que sentía. Me había preparado para la ocasión, pero cuando comenzaron los dolores nada parecía ser suficiente para ayudarme a enfrentarlos.
Me llevaron inmediatamente al hospital y me colocaron en una sala, donde había otras mujeres en mi misma situación. Había llegado el momento tan largamente esperado y yo no estaba preparada. Las horas pasaban. El médico me pronosticaba un parto rápido, pero cada vez que venía me decía que todavía faltaba un poquito. Ese poquito se transformó literalmente en horas y a las dos de la tarde, cuando ya apenas tenía fuerzas para más, me llevaron a la sala de partos. Mis últimas palabras antes de perder el conocimiento fueron: «Jehová es mi Pastor».
Cuando todo terminó revisé minuciosamente a mi bebé, y me pasaron a una sala de recuperación donde me hicieron una transfusión de sangre. Ahora me pregunto si realmente estaba preparada para todo aquello, a pesar de lo que me habían enseñado. ¿No crees que de alguna forma sucede lo mismo con la venida de nuestro Salvador? Yo en aquel momento recurrí a todo lo aprendido, a las instrucciones de los especialistas, a lo que me habían aconsejado o yo había leído, pero nada era suficiente ante lo desconocido. Muchos, aterrorizados en aquel día que ha de llegar más pronto que tarde, cerrarán sus ojos para no ver lo que tienen que enfrentar, mientras otros lucharemos hasta poder ver lo que esperamos. ¿Qué harás tù?
La misericordia divina y la preparación humana son una combinación eficaz.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera