“Encomienda a Jehová tu camino,
confía en él y él hará” (Sal. 37:5, RVR 95).
Una joven esposa
con pocos años de casada asumía sola la mayor parte de los gastos de su hogar.
Su esposo, que trabajaba apenas por temporadas, era un hombre poco hablador y
nada detallista. Un día, él le dijo: —Este mes, no te preocupes por ningún
gasto. Ahorra tu dinero porque yo voy a comprar todo lo que haga falta.
Y acompañó ese
mensaje con un ramo de flores para ella, pues era su cumpleaños. ¡Él jamás le
había regalado flores, ni tan siquiera por el cumpleaños! La esposa estaba
totalmente asombrada de aquel cambio. “¿Quién hubiera imaginado entonces que
días después moriría?”, se pregunta ella hoy, con la perspectiva que da el paso
del tiempo. Ciertamente, nadie se hubiera imaginado que pocos minutos después
de salir de la casa en su moto, chocaría frontalmente contra un enorme camión y
perdería la vida en el acto.
¿Y qué me dices
de nosotras? ¿Cuántas veces salimos de la casa sin plantearnos siquiera si
regresaremos sanas y salvas? Lo cierto es que no sabemos qué puede pasarnos en
el camino, ni cuántas veces el Señor nos protegerá a lo largo del día.
Simplemente damos por hecho que todo va a estar bien, a veces incluso sin tan siquiera
encomendarnos a Dios antes de salir a la calle. ¿Y sabes qué? Existe una gran
diferencia entre encomendarnos a Dios o no encomendarnos a Dios cada mañana.
La palabra
“encomendarse” que encontramos en la Biblia es el hebreo galal, que significa
“volcar”, “entregar”. Y eso precisamente es encomendarse a Dios: volcar sobre
él todas las vicisitudes que sobrevengan en nuestro camino durante la jornada;
entregarle todo lo que somos para que obre conforme a su voluntad. Y todo es
todo, no apenas una parte. Todo es: nuestras decisiones cotidianas, nuestros
deseos, nuestros planes, nuestro rendimiento en el trabajo, nuestro éxito
social, laboral, familiar y espiritual, nuestro hogar, nuestra salud, lo que
hacemos y lo que decimos, lo que pensamos… cada uno de nuestros pasos al
caminar. Encomendarnos a él es, de hecho, entregarle nuestro camino.
Cada amanecer, al
abrir los ojos, entrega tu vida al Señor, vuelca en él todo lo que hay en tu
mente. Encomienda a Jehová tu camino, porque hay una gran diferencia entre hacerlo
y no hacerlo. Si se lo entregas todo, confiando en él, “él hará”. Y esa es la
clave: dejar que él haga.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA DAMAS 2020
UN DÍA A LA VEZ
Patricia Muñoz
Bertozzi
Lecturas
Devocionales para Mujeres 2020