miércoles, 18 de abril de 2012

FRESCO Y AGRADABLE


«Salid al monte y traed ramas de olivo, de olivo silvestre, de arrayán, de palmeras y de todo árbol frondoso, para hacer tabernáculos, como está escrito» (Nehemías 8:15).

El pueblo de Israel estaba feliz porque finalmente había regresado de la esclavitud de Babilonia. Al leer la ley de Dios descubrieron que Dios les había ordenado observar una festividad especial llamada la Fiesta de los Tabernáculos. Así que salían a la naturaleza a buscar ramas de diferentes árboles para hacer los tabernáculos. Después que los armaban, la gente vivía en ellos durante unos días para celebrar la cosecha de la temporada de frutas.
El arrayán, una de las plantas de las cuales tomaban las ramas, es una planta de hoja perenne. Las plantas de hoja perenne tienen cierta clase de hojas que no se caen con el frío del invierno. Por eso se les conoce con ese nombre. El arrayán tiene un aroma muy especial. Debe de haber sido muy agradable sentarse debajo de la sombra de uno de esos tabernáculos con ese fresco aroma alrededor
¿Eres tú como un arrayán para los que te rodean? ¿La gente que te rodea disfruta de estar contigo porque eres fresco y los haces sentir bien? Espero que sí. Cuando la gente te pregunte por qué eres tan agradable, diles que es porque Jesús regocija tu vida.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

NUESTRA ACTITUD EN LA ORACIÓN


Volví mi rostro a Dios, el Señor, buscándolo en oración y ruego, en ayuno, ropas ásperas y cenizas. (Daniel 9:3).

A oración es el acto de abrir el corazón a Dios, sin temor ni reservas, como al amigo más íntimo y de más confianza. La oración es un deber y un privilegio. Constituye el aliento de la vida y del vigor espiritual. Representa un depósito pleno de un poder que Dios desea que reclamemos. La oración es la mejor forma de acercarnos a Cristo para escuchar su voz y permanecer cerca de él.
Te invito a meditar en las siguientes preguntas:

¿A cuál de las siguientes aves te pareces más cuando oras? a) A un ruiseñor, b) A una cotorra, c) A una paloma.

¿Qué es para ti la oración?
a) Una lista de compras, b) Un extintor, c) Un salvavidas.

Nuestra actitud dice mucho de nosotros, de nuestro carácter, de la forma en que nos relacionamos con Dios, del tiempo que dedicamos al Señor, de lo que le contamos a él y de la fe que tenemos. Incluso el momento y el lugar que escogemos para orar revelan el grado de importancia que le concedemos  a Jesús.
«La responsabilidad descansa sobre vosotros, ya sea que lo comprendáis o no, de preparar a esos hijos para Dios: de velar con celoso cuidado la primera aproximación del astuto enemigo y estar preparados para levantar una norma contra él.  Edificad una fortaleza de oración y fe en torno de vuestros hijos y ejerced en ella diligente vigilancia. No estáis seguros  un momento contra los ataques de Satanás. No tenéis tiempo para descansar de la labor vigilante y ferviente.
No debéis dormir un momento en vuestro puesto. Esta es una contienda importantísima. Están implicadas consecuencias eternas.  Se trata de vida o muerte para vosotros y para vuestras familias» (Conducción del niño, cap. 35, p. 196).
Querida hermana, deseo animarte a que desarrolles cada día una actitud de entrega y de relación con Dios a través de la oración. Ojalá que tu oración sea: «¡Señor, enséñanos a orar!».

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Militza Loyo de Encinas

¡QUIÉN MANEJA TU CONTROL REMOTO!


Como ciudad sin muralla y expuesta al peligro, así es quien no sabe dominar sus impulsos. Proverbios 25:28

Una noche conducía mi auto de regreso a casa cuando, de pronto, otro vehículo se atravesó bruscamente en mi carril. Toqué la bocina con toda la intensidad que pude, pero el conductor siguió adelante como si él no tuviera nada que ver con la situación. No sé cómo, pero milagrosamente pude evitar lo que parecía un choque seguro.
Sin embargo, el asunto no terminó allí. Como pude, me las arreglé para darle alcance al otro vehículo.
—¡Usted casi me choca! —le grité de mal humor.
Para mi sorpresa, el hombre simplemente dijo:
—Cometí un error. Por favor, discúlpeme.
Su respuesta me desarmó. Pero en lugar de reconocer mi error, traté de justificarlo: «¡Fue él quien me hizo molestar!».
En realidad, ¿fue ese conductor quien me hizo molestar? ¿O me molesté?  La pura verdad es que fui yo quien se molestó. Cuando se produjo el incidente, la molestia no era mi única opción disponible.
Curiosamente, pocos días después leí un libro en el cual el autor, Sean Covey, hablaba de dos tipos de personas: las reactivas y las proactivas. Decía que las personas  reactivas actúan como producto de sus impulsos. Son como una lata de refresco sin abrir que se agita con fuerza. Cuando la destapas, el contenido sale disparado. Su problema básico, dice Covey, es que permiten que otros tomen «el control remoto» de sus vidas y cambien de canal a su antojo. Las personas proactivas, en cambio, piensan antes de actuar. Sus reacciones por lo regular están basadas en principios. Tienen «el control remoto» en sus manos y son ellas los que deciden qué canal sintonizar (The 7 Habits of Highly Effective Teens [Los siete hábitos de los adolescentes muy efectivos], pp. 49, 51). ¿Eres una persona proactiva o reactiva? Si te ofendes con facilidad; si te echas a morir cuando alguien te critica o habla mal de ti; si sientes que tu mundo se desploma cuando fracasas, eres reactivo. Si, en cambio, no permites que los demás decidan cómo tienes que actuar, si las críticas no te quitan el sueño, si después de un fracaso te levantas y lo intentas de nuevo, eres una persona proactiva.
En tus manos está «el control remoto» de tu vida. ¿Lo manejarás tú o permitirás que otros lo hagan?
Ayúdame, Señor, a actuar, no por impulso sino por principio.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NO ES MÁS QUE UN SUEÑO


«Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación» (2 Corintios 1:7).

Jesús siguió al padre de la niña fallecida y los discípulos fueron tras ellos. Como predicadores de su doctrina, tenían que ser testigos de los milagros del Maestro.
El pequeño grupo se apresuró a la casa del gobernador, de la que salían ya fuertes lamentos mientras la familia se preparaba para el funeral. Una vez hubieron entrado, apenas podían moverse a causa de la gente que se había agolpado. Jesús ordenó: «Apartaos».
A veces, cuando tenemos el corazón lleno de las preocupaciones del mundo, a Cristo le resulta difícil entrar. Sin embargo, cuando estamos agobiados, Cristo nos dice: «Hazte a un lado, deja espacio para el que es el Consuelo de Israel».
«Así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación» (2 Cor. 1:5).
Las plañideras se debieron preguntar por qué Jesús les pedía que se callaran. Tenían la costumbre de llorar como manifestación de respeto por el difunto. Y Jesús les dio una buena razón para callar y hacerse a un lado. «La niña», dijo, «no está muerta, sino que duerme». Entonces, en vez de llorar, la gente empezó a burlarse de Jesús. Todos en la casa sabían a ciencia cierta que la niña había muerto.
Pero Jesús conocía su poder y se había propuesto convertir la muerte de la niña en un simple sueño.
No hay mucha diferencia entre el sueño y la muerte, excepto en la duración de tiempo. Si el que es la Resurrección y la Vida dice que la muerte es un sueño, ¿quién se lo discute?
Para los que mueren en el Señor, la muerte no es más que un sueño. El sueño es una muerte corta y la muerte es un sueño largo. «Perece el justo, pero no hay quien piense en ello. Los piadosos mueren, pero no hay quien comprenda que por la maldad es quitado el justo; pero él entrará en la paz. Descansarán en sus lechos todos los que andan delante de Dios» (Isa. 57:1,2). Pero la muerte de los justos es especial, porque se la considera un sueño. Además de descansar de sus fatigas, reposan en la feliz esperanza de un nuevo y alegre despertar en la mañana de la resurrección, cuando se levantarán para una nueva vida. ¡Bendito Salvador!  Basado en Mateo 9: 18, 23-26

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill