martes, 25 de octubre de 2011

UNA CORONA REAL

Pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas. (Mateo 27:29).

La coronación de Carlos V fue tremendamente pomposa. Se dice que las telas, los bordados, las sedas, los adornos de las calles y de los instrumentos de música eran absolutamente espectaculares. Los caballos sobrepasaban la exagerada cifra de quince mil, y la cantidad de nobles que asistieron era elevadísima. De Carlomagno se escribe que fue coronado con sumo lujo por el papa León III en la basílica de San Pedro, en Roma. Por otra parte la corona del rey Recesvinto es la más conocida obra de la orfebrería visigoda.
Muchos reyes han derrochado pompa y glamour a lo largo de la historia, utilizando materiales nobles y piedras preciosas para sus coronas y adornos. Sin embargo, la corona que colocaron sobre la cabeza de Jesús estaba hecha de un arbusto espinoso oriundo de la región mediterránea.
Conocido también como «espina santa», este arbusto alcanza unos 4 m de altura y tiene ramas en forma de zig-zag de las que salen hojas ovaladas con espinas desiguales.
¡Qué contraste tan grande existe entre los monarcas terrenales mortales y el Rey de reyes inmortal! La corona que pusieron sobre Jesús no era de oro, ni de diamantes, ni de piedras preciosas. A su coronación no asistieron los grandes reyes y nobles de la tierra, sino unas cuantas mujeres, su madre y algún que otro discípulo deprimido, avergonzado, chasqueado y temeroso. No recibió aplausos, sino burlas y maltrato, nada digno de una coronación real. Pero en el Gólgota Jesús estaba asegurando tu corona eterna.
Con la sangre que brotaba de su herida cabeza, estaba elaborando la corona de oro puro que pondrá sobre la tuya. Su coronación extremadamente humillante ha llegado a ser la garantía de la tuya, a la que asistirán las huestes de todo el universo para verte coronada como hija del Rey de reyes. No dejes que esa corona sea colocada en la cabeza de otro. Tu coronación aguarda por ti.
No hay oro, plata ni piedras preciosas que sobrepasen la gloria, el esplendor y la grandeza de la corona de espinas que Jesús llevó por nosotros.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

EL HIJO EN LA BIBLIA

Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. Juan 5:39.

Al mirar la inmensidad del mar, al ver un paisaje de gran belleza natural, al observar el cielo y las incontables estrellas y galaxias, por lo general surge en la mente una sensación humana de pequeñez y la convicción de que existe un Arquitecto que diseñó todo.
Pero aunque la naturaleza nos hable de un Ser creador y superior al hombre, nunca nos podrá enseñar sobre el plan de salvación y la necesidad de un Redentor. Solo las Escrituras pueden darnos ese conocimiento y presentarnos específicamente la historia del Hijo de Dios como Salvador del mundo.
Cuando Adán y Eva, después del pecado, recibieron la promesa: "Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar" (Gen. 3:15), esperaron su cumplimiento en la vida de sus propios hijos. Pero las generaciones fueron pasando, y el Antiguo Testamento solo contuvo profecías sobre el deseado Mesías que salvaría al mundo.
Ya en los tiempos del Nuevo Testamento, aparece en las Escrituras el concepto explícito de un Dios trino, y se presenta la aparición del añorado Hijo de Dios. Jesús fue el que dejó el cielo, abandonó un trono de gloria y la adoración de millones de ángeles para nacer en una de las familias más humildes de la tierra. Su vida de servicio, primeramente en su hogar, y luego en Judea y en las ciudades vecinas, se vio reflejada en su mensaje, en sus milagros y en su visión del futuro. Ese reino de los cielos que siempre había parecido tan distante y lejano, en Jesús se puso al alcance de la mano. Como estaba predicho en las Escrituras, el Hijo del Hombre se entregó por una raza caída, y resucitó al tercer día como vencedor de la muerte.
Casi todos conocen al Jesús histórico, el Jesús judío del primer siglo. Y tú, ¿conoces al Jesús real, al que reina en los cielos y está haciendo planes de regresar por segunda vez? ¿Te has encontrado con aquel que tiene el poder de transformar la vida? ¿Confías en su poder como confiaron los apóstoles? La Biblia te presenta la figura de Cristo para que tú lo conozcas de manera personal, no por dichos de otros, porque ser cristiano significa conocer a Jesús y permitirle que reine en tu corazón. Cuando leas tu Biblia, procura hacerlo para conocer mejor a Jesús.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

LA ALEGRÍA DEL DOLOR

Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Hechos 5:41.

La idea central del versículo de hoy es el gozo en medio de la tribulación. ¿Cómo es posible gozar, en medio de la tribulación? La mente no convertida jamás podrá entenderlo, porque este gozo es un fruto del Espíritu. No se vive solo en los momentos "buenos", también está presente en las dificultades.
Obviamente, nadie desea tener una vida llena de problemas. Pero, cuando los problemas aparecen, el cristiano no se deja abatir sino que se gloría en ellos. "Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones", menciona Pablo.
Podemos aprender de Pedro y de Juan. Ellos acababan de pasar por un momento de humillaciones y sufrimientos por causa de Cristo, y salieron "gozosos de padecer afrenta y de ser avergonzados por causa de Dios". El dolor no los sumergió en la arena movediza de las lamentaciones y las quejas. Defendían el nombre de Jesús y, aparentemente, habían sido abandonados por Dios: ¿qué motivo habría para regocijarse? Pero, el cristiano no se regocija "por", sino "a pesar de".
Pablo explica las causas del gozo en la tribulación: dice que la tribulación es una herramienta que Dios usa para el crecimiento cristiano. Y, sin duda, Pedro y Juan salieron más maduros de la tribulación; tan maduros que Pedro no temió ser crucificado por causa de su Maestro.
El gozo en la tribulación no es alegría placentera; no es el deseo de dar carcajadas: es satisfacción, serenidad de saber que el dolor que estamos viviendo tiene un propósito. Pero, al mismo tiempo, es la esperanza, la certidumbre de que el dolor pasará, porque Dios así lo ha prometido.
Si en este momento estás atravesando el valle de la sombra y de la muerte, no desesperes. Si es preciso llorar, llora. Pero, permite que Jesús enjugue tus lágrimas; que sus manos, horadadas por los clavos del dolor, toquen tu corazón sangrante y te den paz. Recuerda que Pedro y Juan también pasaron por lo que estás pasando, y "ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón