Pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas. (Mateo 27:29).
La coronación de Carlos V fue tremendamente pomposa. Se dice que las telas, los bordados, las sedas, los adornos de las calles y de los instrumentos de música eran absolutamente espectaculares. Los caballos sobrepasaban la exagerada cifra de quince mil, y la cantidad de nobles que asistieron era elevadísima. De Carlomagno se escribe que fue coronado con sumo lujo por el papa León III en la basílica de San Pedro, en Roma. Por otra parte la corona del rey Recesvinto es la más conocida obra de la orfebrería visigoda.
Muchos reyes han derrochado pompa y glamour a lo largo de la historia, utilizando materiales nobles y piedras preciosas para sus coronas y adornos. Sin embargo, la corona que colocaron sobre la cabeza de Jesús estaba hecha de un arbusto espinoso oriundo de la región mediterránea.
Conocido también como «espina santa», este arbusto alcanza unos 4 m de altura y tiene ramas en forma de zig-zag de las que salen hojas ovaladas con espinas desiguales.
¡Qué contraste tan grande existe entre los monarcas terrenales mortales y el Rey de reyes inmortal! La corona que pusieron sobre Jesús no era de oro, ni de diamantes, ni de piedras preciosas. A su coronación no asistieron los grandes reyes y nobles de la tierra, sino unas cuantas mujeres, su madre y algún que otro discípulo deprimido, avergonzado, chasqueado y temeroso. No recibió aplausos, sino burlas y maltrato, nada digno de una coronación real. Pero en el Gólgota Jesús estaba asegurando tu corona eterna.
Con la sangre que brotaba de su herida cabeza, estaba elaborando la corona de oro puro que pondrá sobre la tuya. Su coronación extremadamente humillante ha llegado a ser la garantía de la tuya, a la que asistirán las huestes de todo el universo para verte coronada como hija del Rey de reyes. No dejes que esa corona sea colocada en la cabeza de otro. Tu coronación aguarda por ti.
No hay oro, plata ni piedras preciosas que sobrepasen la gloria, el esplendor y la grandeza de la corona de espinas que Jesús llevó por nosotros.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La coronación de Carlos V fue tremendamente pomposa. Se dice que las telas, los bordados, las sedas, los adornos de las calles y de los instrumentos de música eran absolutamente espectaculares. Los caballos sobrepasaban la exagerada cifra de quince mil, y la cantidad de nobles que asistieron era elevadísima. De Carlomagno se escribe que fue coronado con sumo lujo por el papa León III en la basílica de San Pedro, en Roma. Por otra parte la corona del rey Recesvinto es la más conocida obra de la orfebrería visigoda.
Muchos reyes han derrochado pompa y glamour a lo largo de la historia, utilizando materiales nobles y piedras preciosas para sus coronas y adornos. Sin embargo, la corona que colocaron sobre la cabeza de Jesús estaba hecha de un arbusto espinoso oriundo de la región mediterránea.
Conocido también como «espina santa», este arbusto alcanza unos 4 m de altura y tiene ramas en forma de zig-zag de las que salen hojas ovaladas con espinas desiguales.
¡Qué contraste tan grande existe entre los monarcas terrenales mortales y el Rey de reyes inmortal! La corona que pusieron sobre Jesús no era de oro, ni de diamantes, ni de piedras preciosas. A su coronación no asistieron los grandes reyes y nobles de la tierra, sino unas cuantas mujeres, su madre y algún que otro discípulo deprimido, avergonzado, chasqueado y temeroso. No recibió aplausos, sino burlas y maltrato, nada digno de una coronación real. Pero en el Gólgota Jesús estaba asegurando tu corona eterna.
Con la sangre que brotaba de su herida cabeza, estaba elaborando la corona de oro puro que pondrá sobre la tuya. Su coronación extremadamente humillante ha llegado a ser la garantía de la tuya, a la que asistirán las huestes de todo el universo para verte coronada como hija del Rey de reyes. No dejes que esa corona sea colocada en la cabeza de otro. Tu coronación aguarda por ti.
No hay oro, plata ni piedras preciosas que sobrepasen la gloria, el esplendor y la grandeza de la corona de espinas que Jesús llevó por nosotros.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera