“Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres”. Juan 8:36
el 1 de enero de 1863, el presidente Abraham Lincoln firmó el Decreto de Emancipación, declarando libres a todos los esclavos que residían en el territorio en rebelión contra el gobierno federal de los Estados Unidos. Y con esa proclamación se declaró que la Guerra Civil era una guerra para liberar a los esclavos. El 18 de diciembre de 1865, ocho meses después de la terminación de la guerra, se verificó la ratificación de la decimotercera Enmienda a la Constitución, garantizando finalmente el fin de la esclavitud. Pero el presidente que firmó la Proclamación de Emancipación estaba muerto, abatido a tiros por un fanático.
En el momento en que el presidente Lincoln firmó el documento y este quedó promulgado, todo esclavo quedó liberado legalmente. Pero no todo esclavo quedó liberado experiencialmente. Mi amigo Jerry Finneman ha señalado que, para quedar liberados experiencialmente, era preciso que los esclavos: 1o. Escucharan la buena noticia; 2o. Creyeran la buena noticia; 3o. Determinaran que la buena noticia era verdad en su caso; 4o. sS negaran a seguir sometidos como esclavos; 5o. Hicieran valer su libertad con respecto a sus anteriores amos; y 6o. Contaran con que la autoridad y el poder del gobierno que los declaró libres los ayudara entonces a permanecer libres (1888 Glad T’idings, t. 20, N° 5, pp. 3,4).
Y así fue y es en el Calvario. “Con su propia sangre Cristo firmó los documentos de emancipación de la humanidad” (El ministerio de curación, cap. 5, p. 49). Allí en la cruz, el Dios del universo proclamó que toda la raza humana quedaba de inmediato emancipada y liberada del dominio tiránico de su cruel amo: todo hombre, mujer y niño que alguna vez hubiera vivido o que fuera a vivir quedó declarado libre.
Sin embargo, según nos ha mostrado la historia de los Estados Unidos, hubo algunos esclavos que nunca quedaron libres, ya fuera porque nunca escucharon la buena noticia, o porque no creyeron la buena noticia o porque, sencillamente, no quisieron ser liberados.
Por esa razón, el llamamiento del evangelio eterno es una buena noticia por partida doble: en primer lugar, nos anuncia la absolución de todos los pecadores por gracia (“El Hijo os liberta”); y, en segundo lugar, invita nuestra aceptación personal de su gracia salvadora a través de la fe (“Venid a mí […], y yo os haré descansar” [Mat. 11:28]). Una buena noticia universalmente por la gracia, una buena noticia personalmente por la fe; ¡mejor de ahí no podría ser!
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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