martes, 31 de julio de 2012

UVAS AMARGAS


«¿Por qué en Israel no deja de repetirse aquel refrán que dice: "Los padres comen uvas agrias y a los hijos se les destemplan los dientes"?» (Ezequiel 18:2).

Hoy estamos caminando junto a un cercado. Eso no es gran cosa, lo sé. Pero no es del cercado de lo que quiero hablarte, sino de lo que está creciendo en él. ¡Son uvas! Prueba una. ¡Espera! Debí advertirte que esta no es la misma clase de uvas que se consiguen en el supermercado. Son uvas salvajes, ¡y son amargas! A mí personalmente me gustan, pero no todo el mundo piensa igual. El versículo de hoy dice la verdad al afirmar que las uvas amargas destemplan los dientes, es decir; producen incomodidad.
Hay un refrán que habla de las uvas amargas. Dice que alguien está comiendo uvas amargas cuando está tratando de disimular que en realidad está lloriqueando por no haber conseguido lo que buscaba, aunque antes hubiera dicho que no lo quería.
Aunque a mí me encantan las uvas salvajes, creo que nosotros no deberíamos ser «uvas amargas». Jesús quiere que testifiquemos alegremente de él. Él quiere que seamos personas sinceras y alegres que llevemos luz y vida a dondequiera que vayamos. Puedes comer toda la fruta que quieras, pero no lances uvas amargas a los demás.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA ENVIDIA


He visto asimismo que toda obra bien hecha despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu (Eclesiastés 4:4).

Quienes logran tener éxito en su trabajo, muchas veces atraen de inmediato la envidia de sus colegas, en proporción a los logros alcanzados. La siguiente anécdota apareció en una revista hace algunos años y se le atribuye al pastor Rafael Escandón.
Un señor llamado Diógenes Castro, un apasionado de las letras, nunca había tenido suerte como escritor. Todo lo que escribía era automáticamente rechazado. Pero continuaba esforzándose con la esperanza de que algún día su suerte pudiera cambiar. Sin embargo, en su misma ciudad había otro escritor que se parecía al rey Midas: todo lo que tocaba, o escribía, era publicado; ya fueran ensayos, cuentos, historias o poesías. De manera que aquella persona llegó a ser conocida como un escritor de renombre. A Diógenes le disgustaba ver continuamente el nombre de aquel señor en los periódicos, así como observar los tributos que le rendían.
Para colmo de males, un día la comunidad decidió erigir una estatua en honor a aquel escritor que era considerado un orgullo para el pueblo. Era apenas un busto colocado en medio del parque o plaza principal. Aquel acto irritó a Diógenes, quien tramó un plan para derribar la estatua. Una noche, antes de que amaneciera, Diógenes fue al parque con unas herramientas. Pensaba que, aflojando unas tuercas, la estatua se desplomaría con apenas un empujón. Tras aflojarlas comenzó a empujar el busto, pero no pudo derribarlo. Luchó por unos instantes, pero pensó que lo mejor sería tirarlo hacia él con todas sus fuerzas. Y lo logró.
Al día siguiente, los primeros transeúntes notaron que el busto estaba en el suelo. Pero con sorpresa se dieron cuenta de que debajo de aquel pesado monumento había un hombre con el cráneo fracturado. El plan de Diógenes había tenido éxito, sin embargo, había sido víctima de su propia envidia.
Amiga, todo esfuerzo, trabajo o empeño, traerá tarde temprano sus frutos. Sin embargo, debemos cuidarnos de cualquier sentimiento de envidia, porque podría producir frutos negativos.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Edilma E. Balboa

PONLE CORAZÓN


El tramo siguiente [...] lo reconstruyó con entusiasmo Baruc hijo de Zabay. Nehemías 3:20, NVI.

Un relato anónimo cuenta que un joven estaba aprendiendo a ser trapecista. Cierto día le preguntó a un veterano qué cosas debía tener en cuenta para lograr éxito en ese oficio tan arriesgado.
—Cuando te lances del trapecio —respondió el hombre—, asegúrate de que tu corazón se lance en primer lugar. Luego tu cuerpo lo seguirá naturalmente.
En otras palabras, si quieres tener éxito, pon todo el corazón en la tarea. Lo demás vendrá por añadidura. ¿Qué significa «poner el corazón»? Significa realizarlo con el mayor entusiasmo y de la mejor manera posible, no importa lo pequeño que parezca.
Esta actitud la ilustra bien un hecho que tuvo lugar cuando una supervisora escolar visitó cierta institución educativa. Al recorrer uno de los pasillos, vio una pintura que le llamó la atención.
—¡Qué cuadro tan lindo! —exclamó—. ¿Lo han hecho los alumnos?
—Así es —respondió una de las maestras.
Muy cerca del cuadro estaba un niño que irradiaba orgullo. Con sus hombros erguidos, parecía estar ansioso de que la supervisora lo tomara en cuenta.
—Y tú, ¿qué parte de la pintura hiciste?
Radiante de alegría, el niño contestó:
—¡Yo lavé los pinceles! (K. H. Wood, Para el hombre moderno, p. 74).
Una contribución muy modesta, es verdad, pero el niño la había realizado con supremo entusiasmo. ¡Y estaba orgulloso de ello!
En la Biblia encontramos una actitud similar, cuando estaba en proceso la reconstrucción de los muros de Jerusalén bajo el liderazgo de Nehemías. Si lees el capítulo tres de Nehemías, notarás que fueron muchos los que participaron en la obra, pero solo de Baruc se dice que hizo su trabajo «con entusiasmo» (Neh. 3:20, NVI). Otra versión dice que Baruc trabajó «con todo fervor» (RV95).
¡Qué interesante! A Baruc se lo menciona una sola vez en las Escrituras, en apenas un versículo, pero esa única mención resalta la manera entusiasta que tenía de hacer las cosas.
Si se pudiera resumir en un versículo la manera como haces tu trabajo, ¿qué se diría de ti? ¿Con qué actitud realizas tus tareas? ¿Y las de la Iglesia? ¿Y cuando haces un favor? El ejemplo de Baruc nos enseña que todo lo que caiga en nuestras manos tiene que ser hecho con el mayor entusiasmo, «poniendo todo el corazón» ¡Eso también es cristianismo!
Señor, me propongo realizar con entusiasmo mis deberes de este día.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LOS POBRES QUE ESTÁN CON VOSOTROS


«Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman?» (Santiago 2:5).

Me encontraba en Manila, asistiendo a algunas reuniones. Ya habían terminado y había ido al mercado para comprar algunos recuerdos. Tras parar un taxi, le dije al conductor que quería volver al hotel. De camino, me fijé en la camisa que llevaba el taxista. Estaba limpia y bien planchada; aún recuerdo su color: era gris. Pero era la camisa más remendada que jamás había visto. Al parecer, con los años, las costuras se habían roto. Pero alguien, obviamente a mano, las había recosido usando hilo blanco.
Durante el trayecto hablé con el conductor. Era muy amable y agradable. Sin embargo, me era imposible apartar los ojos de la camisa. Me pareció que era de mi talla. Cuando llegamos al hotel, me quité la camisa y se la di al conductor.
—Espero que no le importe —le dije.
El respondió:
—Nunca lo olvidaré.
Yo tampoco lo olvidaré. Me hace pensar en aquel sabio griego que se quejaba por tener que comer raíces hasta que vio a otro que lo seguía recogiendo las que él dejaba.
Jesús era pobre. A algunos de sus discípulos les dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza» (Mat. 8:20). Cuando lo crucificaron todas sus posesiones eran la ropa que llevaba puesta.
La mayoría de la población mundial es pobre. La experiencia demuestra que cuanto más tiene una persona, más tiende a olvidar al Señor. El sabio lo dijo bien: « No me des pobreza ni riquezas, sino susténtame con el pan necesario, no sea que, una vez saciado, te niegue y diga: "¿Quién es Jehová?", o que, siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios» (Prov. 30:8,9).
Me gustaría poder ver la cara de aquel taxista entrando por las perlinas puertas de la nueva Jerusalén. Yo quiero estar allí cuando vea las calles de oro y la gran mesa del banquete con todo tipo de buena comida. Vale la pena esperar. Basado en Lucas 9:58

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill