domingo, 19 de febrero de 2012

NAASÓN TENÍA UN CORDERITO

«Dos toros, cinco cameros, cinco chivos y cinco corderos de un año. Esta fue la ofrenda de Naasón» (Números 7:17).

¡Hagamos silencio! Hemos llegado nuevamente al tabernáculo en medio del campamento israelita. Es el turno de Naasón de presentar su ofrenda. ¿Por qué Naasón tiene que sacrificar todos esos animales, especialmente esos pobres corderitos de apenas un año? Dios exigía que murieran corderos para que los israelitas entendieran lo terrible que es el pecado. Tanto, que causaría la muerte de criaturas inocentes. Pero no fue un cordero el que pagó por los pecados de los israelitas. Todos esos corderos sacrificados hace tanto tiempo representaban a Jesús, el Cordero de Dios que murió en la cruz.
La razón por la que ya no sacrificamos corderos hoy en día es porque Jesús, el Cordero de Dios, ya murió hace dos mil años. Ese fue el sacrificio más terrible de todos, pero también el más maravilloso. Gracias a lo que Jesús hizo por nosotros, podemos vivir ahora con él en nuestro corazón y muy pronto con él en el cielo para siempre.
Me da mucha tristeza que hayan tenido que morir tantos corderitos inocentes en el pasado, pero me alegra mucho que el Cordero de Dios haya muerto por mí y por ti.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN LUGAR IDEAL PARA CRECER

Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová, os enseñare. (Salmo 34:11).

En cualquier hogar pueden surgir problemas y dificultades, ya que nadie está exento de cometer errores ni tiene la patente de la perfección. Por este cazón deberíamos estar preparadas para enfrentar cualquier posible conflicto. La manera en que respondamos a los mismos será una señal que nos ha de definir como una familia conflictiva, o una en la cual reina el amor.
En una familia «amorosa» se tratará de corregir cualquier problema atendiendo a las causas que lo hayan originado. Por tanto, se buscará la posible razón para el comportamiento de uno de sus miembros, al mismo tiempo que se trabajará para desarrollar los valores de cada uno de ellos. No se menospreciará al hijo sujeto a disciplina cuando corregimos con amor cualquier rasgo negativo. Más bien se evitará provocar heridas, tratando de escuchar, de comprender y de buscar soluciones adecuadas tomando en cuenta que cada etapa de la vida tiende a pasar.
Una familia amorosa se sentirá en libertad de educar a sus hijos con alegría, disfrutando cada momento al reconocer que dicha interacción no es estática, sino dinámica. Las familias en las que impera el amor se caracterizarán por la libertad de sus miembros para comunicarse o para llamarse la atención, sabiendo que con amor es posible lograr cambios concretos. En dichas familias se pondrán en práctica un contacto físico saludable, una comunicación clara y sincera, así como relaciones en las que imperen la armonía y la calidez. Sus miembros serán espontáneos y amables, y cada uno será valorado por sus actos y comportamiento.
Por otro lado, una familia conflictiva mostrará una reducida capacidad de comprensión. Se enfocará mucho más en los problemas en vez de hacerlo en las personas, e intentará solucionar dificultades en lugar de analizar y entender sentimientos y motivos. En una familia de ese tipo, habrá poca comunicación y todo se desenvolverá en un ambiente apático, frío y distante: cada persona se ocupará de sus propios asuntos.
Es posible que una familia se comporte a veces como conflictiva y otras como amante y preocupada por encontrar soluciones a sus problemas. Pero lo más importante es que nos proyectemos como una familia donde impera el amor, hasta que logremos alcanzar plenamente ese objetivo con la ayuda de Dios.
Señor, ayúdanos a tener una familia llena de amor, en la que cada uno de nosotros pueda crecer y desarrollarse plenamente para tu honra y tu gloria.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lidia de Pastor

¡NO RECOJAS ESOS PEDAZOS DE NUEVO!

No me acordaré más de sus pecados y maldades. Hebreos 10:17.

En su libro Cómo nacer de nuevo, Billy Graham cuenta la historia de una niña que accidentalmente quebró una costosa copa de la vajilla de su madre. Muy triste por lo que había hecho, la niña se acercó a su mamá.
—Mami, siento mucho haber roto tu copa.
—No te preocupes, mi amor —respondió la señora—, yo sé que lo sientes. Estás perdonada. Así que puedes quedarte tranquila.
Apenas acabó de decir esas palabras, la madre recogió los pedazos de vidrio, los arrojó al cesto de la basura y se puso a hacer otra cosa. Pero apenas se dio la vuelta, la niña fue al basurero y sacó los restos de la copa. Entonces buscó a su madre y, llorando, con los pedazos de vidrio en sus manos, exclamó:
—Mami, de verdad siento mucho que rompí tu hermosa copa. Esta vez la madre le habló a la hija con firmeza.
—Mira, jovencita, devuelve esos vidrios al cesto de basura. Ya te dije que te perdoné. ¡Así que no recojas esos pedazos otra vez! (Citado por Robert J. Morgan en Nelson's Complete Book of Stories, lllustrations and Quotes [El libro completo de relatos, ilustraciones y citas de Nelson], p. 367).
¿Identificas los personajes? Por un lado está Dios, siempre listo para perdonar; y por el otro, estamos tú y yo, continuamente «recogiendo los pedazos» de nuestros errores del pasado.
Si ya hemos confesado nuestro pecado y nos hemos apartado de él, ¿por qué seguimos «recogiendo los pedazos»? Cuando, arrepentidos de nuestras faltas, vamos a Dios en busca de perdón, él promete arrojarlas a las profundidades del mar (Miqueas 7:19) y no acordarse más de ellas (Hebreos 10:17).
¿No es esto maravilloso? Cuando alguien trate de restregar en tu cara algo malo que hayas hecho en el pasado, si ya te has arrepentido, recuérdale que la sangre de Jesucristo te ha limpiado de todo pecado (ver 1 Juan 1:7). Como bien escribió Corrie Ten Boom, Dios ha echado nuestros pecados en lo profundo del mar, y ha colocado en la orilla un letrero que dice:

«PROHIBIDO PESCAR».

Gracias, Dios mío por arrojar mis pecados perdonados a lo profundo del mar. Ayúdame a vivir como un hijo que ha sido perdonado por te sangre preciosa de Jesucristo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

VETE A CASA

«Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda» (Mateo 5: 23, 24).

Mi esposa y yo nos casamos el 16 de junio de 1960. A menudo, cuando dirijo un seminario y explico a la audiencia cuánto tiempo hace que estamos casados, algunos empiezan a aplaudir. Entonces les digo: «¡Esperen, no me aplaudan hasta mi funeral! Al fin y al cabo, cuando nos casamos prometimos ser fieles "hasta que la muerte nos separe"».
Con los años he descubierto que mi relación con Dios afecta a mi relación con mi esposa y mi relación con mi esposa afecta a mi relación con Dios. Jesús dijo que, si el sábado por la mañana, mientras vamos de camino a la iglesia, tenemos un mal sentimiento contra alguien (quizá alguien de nuestra propia familia), antes de dar un paso más, es preciso que volvamos a casa y arreglemos las cosas con esa persona. Solo entonces podremos ir a la iglesia (Mat. 5: 24).
El apóstol Juan formula una difícil pregunta: «Si alguno dice: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4: 20). Algunos creen que pueden amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza y con toda la mente y no amar al prójimo como a sí mismos. Jesús enseñó que eso es imposible.
Una vez conocí a una hermana en la fe a la que no le gustaba otra hermana de la iglesia. Le pregunté si alguna vez había orado por ella. Ella respondió: «Por supuesto. ¡Oro para que Dios le dé su merecido!».
Esa no es la actitud que debemos tener si queremos hacer bien las cosas con los demás. Tenemos que decir que lamentamos el malentendido y luego pedir perdón. Entonces podremos orar así: «Señor, esta mañana te ruego que hagas por Fulano de Tal y su familia lo mismo que te pido que hagas por mí y los míos». Si pensamos que nuestros sentimientos sobre los demás pueden separarse de nuestra relación con Dios, solo conseguimos engañamos a nosotros mismos. ¿Por qué no prueba hoy con la pequeña oración que he sugerido? Basado en Mateo 5:23,24

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill