Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando fases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti (Isaías 43: 2).
Me casé, y al poco tiempo quedé embarazada. Faltaba poco para el parto, y mi esposo y yo estábamos muy felices, íbamos a tener una niña. Me preparé para ir al médico, pero en el camino hubo un accidente. No me lastimé, pero estaba en un gran estado de shock. Me llevaron rápidamente a la sala de partos, donde el médico nos dijo que mi presión sanguínea estaba tan alta que si querían salvar mi vida tendrían que romper la placenta y dejar morir a mi hija. Di a luz a una hermosa beba, pero había muerto. Fue la experiencia más triste que viví. Estaba pasando por las aguas, pero Dios estaba conmigo y me acompañó durante las muchas noches de dolor, angustia y lágrimas.
El tiempo pasó, y dos años más tarde me encontraba nuevamente en el mismo hospital para dar a luz a nuestra segunda hija. Un nuevo médico y una partera aprendiz vinieron a hacerme un control, y me dijeron que estaba lista para dar a luz. Les pedí que esperaran hasta que mi médico y mi esposo llegaran, pero no lo hicieron. En vez de esto, indujeron el trabajo de parto, y cuando no pudieron sacar la cabeza de la beba de manera rápida, usaron la ayuda de una aspiradora. En el proceso, dañaron el cerebro de mi niña. En los días y las noches que siguieron pasé por los ríos, por momentos parecía que me ahogaría, pero Dios no permitió que esto ocurriera.
Diez años más tarde, mi hija fue hospitalizada y murió poco tiempo después. El día antes de su funeral, sentí que me moriría. Nunca antes había sentido un dolor tan profundo en mí. Estaba pasando por el fuego de la aflicción. Entonces, dos de mis hermanos, que son médicos, me animaron a llorar. Cuando logré hacer esto, me sentí mucho más aliviada y con fuerzas para continuar. En el sueño profundo que Dios me suministró, sentí su presencia cerca de mí. Fue entonces que Dios me llevó en sus brazos y me permitió asistir al funeral de mi hija al día siguiente. Él trajo paz a mi mente.
Desde aquel entonces, Dios me ha recompensado. Me permitió dar a luz con éxito a dos hijos varones; uno de ellos es pastor, como su padre. El otro es un piloto. Puedo cantar de las bondades del Señor, porque en verdad él cumple todas sus promesas.
Me casé, y al poco tiempo quedé embarazada. Faltaba poco para el parto, y mi esposo y yo estábamos muy felices, íbamos a tener una niña. Me preparé para ir al médico, pero en el camino hubo un accidente. No me lastimé, pero estaba en un gran estado de shock. Me llevaron rápidamente a la sala de partos, donde el médico nos dijo que mi presión sanguínea estaba tan alta que si querían salvar mi vida tendrían que romper la placenta y dejar morir a mi hija. Di a luz a una hermosa beba, pero había muerto. Fue la experiencia más triste que viví. Estaba pasando por las aguas, pero Dios estaba conmigo y me acompañó durante las muchas noches de dolor, angustia y lágrimas.
El tiempo pasó, y dos años más tarde me encontraba nuevamente en el mismo hospital para dar a luz a nuestra segunda hija. Un nuevo médico y una partera aprendiz vinieron a hacerme un control, y me dijeron que estaba lista para dar a luz. Les pedí que esperaran hasta que mi médico y mi esposo llegaran, pero no lo hicieron. En vez de esto, indujeron el trabajo de parto, y cuando no pudieron sacar la cabeza de la beba de manera rápida, usaron la ayuda de una aspiradora. En el proceso, dañaron el cerebro de mi niña. En los días y las noches que siguieron pasé por los ríos, por momentos parecía que me ahogaría, pero Dios no permitió que esto ocurriera.
Diez años más tarde, mi hija fue hospitalizada y murió poco tiempo después. El día antes de su funeral, sentí que me moriría. Nunca antes había sentido un dolor tan profundo en mí. Estaba pasando por el fuego de la aflicción. Entonces, dos de mis hermanos, que son médicos, me animaron a llorar. Cuando logré hacer esto, me sentí mucho más aliviada y con fuerzas para continuar. En el sueño profundo que Dios me suministró, sentí su presencia cerca de mí. Fue entonces que Dios me llevó en sus brazos y me permitió asistir al funeral de mi hija al día siguiente. Él trajo paz a mi mente.
Desde aquel entonces, Dios me ha recompensado. Me permitió dar a luz con éxito a dos hijos varones; uno de ellos es pastor, como su padre. El otro es un piloto. Puedo cantar de las bondades del Señor, porque en verdad él cumple todas sus promesas.
Shirnet Wellingtoi
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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