Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras. (1 Tesalonicenses 4:18)
El apóstol Pablo nos habla de la necesidad de alentarnos los unos a los otros. «Alentar» significa animar, estimular, exhortar, pero ¿con respecto a qué se nos indica que debemos alentar y ser alentados? Ayer hablábamos sobre la muerte y la esperanza de vida eterna que hay en Cristo. Hoy retomamos este tema tan importante, pues a lo largo de la historia se han impuesto creencias con respecto a la muerte que han llevado zozobra y tristeza al corazón humano desconocedor de la Biblia.
Desde el mismo Edén, Satanás ha engañado al ser humano diciéndole: «No morirás». ¿Cómo puede un ser creado, desprovisto de vida propia, asegurar la inmortalidad de otra criatura? Valiéndose de la desconfianza, esa arma poderosa que ha logrado apartar nuestros ojos del verdadero dador de la vida. Eva desconfió de Dios y sucumbió ante el engaño de la serpiente. Aunque no sabía qué era la muerte, sí conocía la vida, y si lo que aquel ser decía era cierto, si ingería la fruta prohibida ya no necesitaría de Dios para vivir su propia vida.
Esta misma teoría ha llegado hasta nuestros días. La inmortalidad del alma ha sido popular en todas las épocas. La cultura azteca, por ejemplo, habla de que Tláloc, dios de la lluvia, y Chalchiuhtlicue, diosa del agua, tuvieron muchos hijos, conocidos como tlalocas o nubes. Esta lamilla vivía en un paraíso donde algunos seres gozaban de inmortalidad. Allí disfrutaban de felicidad eterna.
La creencia en la celebración de la misa para mejorar la condición de los muertos es muy común en el mundo cristiano. Existen también los médiums, que ganan cuantiosas sumas de dinero celebrando «encuentros» entre vivos y muertos. Nuestro mundo sigue sucumbiendo bajo la primera mentira del enemigo de Dios.
Debemos alentarnos unos a otros. Debemos convertirnos en portadores de la verdad de la vida. Debemos clamar a voz en cuello que sí hay vida, pero solo en Jesús. Al andar por este mundo donde constantemente estás expuesta a la muerte, asegúrate de que Jesús, el autor de la vida, esté a tu lado. Entonces no temerás, porque tu vida estará en sus manos.
Cuando la muerte sea vencida por la presencia permanente de Cristo, seremos inmortales.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El apóstol Pablo nos habla de la necesidad de alentarnos los unos a los otros. «Alentar» significa animar, estimular, exhortar, pero ¿con respecto a qué se nos indica que debemos alentar y ser alentados? Ayer hablábamos sobre la muerte y la esperanza de vida eterna que hay en Cristo. Hoy retomamos este tema tan importante, pues a lo largo de la historia se han impuesto creencias con respecto a la muerte que han llevado zozobra y tristeza al corazón humano desconocedor de la Biblia.
Desde el mismo Edén, Satanás ha engañado al ser humano diciéndole: «No morirás». ¿Cómo puede un ser creado, desprovisto de vida propia, asegurar la inmortalidad de otra criatura? Valiéndose de la desconfianza, esa arma poderosa que ha logrado apartar nuestros ojos del verdadero dador de la vida. Eva desconfió de Dios y sucumbió ante el engaño de la serpiente. Aunque no sabía qué era la muerte, sí conocía la vida, y si lo que aquel ser decía era cierto, si ingería la fruta prohibida ya no necesitaría de Dios para vivir su propia vida.
Esta misma teoría ha llegado hasta nuestros días. La inmortalidad del alma ha sido popular en todas las épocas. La cultura azteca, por ejemplo, habla de que Tláloc, dios de la lluvia, y Chalchiuhtlicue, diosa del agua, tuvieron muchos hijos, conocidos como tlalocas o nubes. Esta lamilla vivía en un paraíso donde algunos seres gozaban de inmortalidad. Allí disfrutaban de felicidad eterna.
La creencia en la celebración de la misa para mejorar la condición de los muertos es muy común en el mundo cristiano. Existen también los médiums, que ganan cuantiosas sumas de dinero celebrando «encuentros» entre vivos y muertos. Nuestro mundo sigue sucumbiendo bajo la primera mentira del enemigo de Dios.
Debemos alentarnos unos a otros. Debemos convertirnos en portadores de la verdad de la vida. Debemos clamar a voz en cuello que sí hay vida, pero solo en Jesús. Al andar por este mundo donde constantemente estás expuesta a la muerte, asegúrate de que Jesús, el autor de la vida, esté a tu lado. Entonces no temerás, porque tu vida estará en sus manos.
Cuando la muerte sea vencida por la presencia permanente de Cristo, seremos inmortales.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera