El hombre le respondió: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. (Génesis 3:12).
El texto de hoy revela claramente los efectos del pecado sobre la conducta humana. Para Adán, Eva, su compañera, había sido motivo de felicidad y Dios, su Creador, motivo de adoración. Ahora, de repente, se dirigía a Dios con temor y a su compañera de forma acusadora. Como vemos, el pecado produce una reacción contraria al amor.
Siendo el sacerdote de su pequeña familia, Adán debe de haber conversado con su esposa sobre la restricción divina. Sin embargo, eso no fue suficiente para evitar que cayera en la tentación de la desobediencia. Sabemos que Eva fue engañada por la serpiente, y esle hecho ha marcado la imagen de la mujer en todas las culturas judeocrístianas de la historia, especialmente durante la Edad Media. De ese hecho lamentable han surgido gran cantidad de los prejuicios que han existido y existen contra la mujer. Pero Adán, el hombre inteligente, sagaz y fuerte, no fue engañado, sino que, temiendo perder aquel regalo tan valioso, decidió correr su misma suerte. A veces elegimos las cosas materiales y damos la espalda a aquel que nos creó y nos redimió.
Segundos antes de tomar aquella desacertada decisión, Adán estaba dispuesto a morir por su esposa, y solo un momento después, estaba acusándola, tratando de buscar una justificación para su propia mala elección. Eva no acusó a su esposo, aunque podría haber alegado que Adán estaba tan extasiado en su trabajo que la había dejado sola, pero tampoco reconoció su error y se justificó también, acusando a un animal. De una forma u otra, ambos estaban acusando indirectamente a Dios por su caída, puesto que Dios había creado a la mujer, así como a la serpiente.
A veces nuestras malas decisiones ocasionan heridas a nuestra pareja. Tomemos como referencia esta experiencia bíblica y dejemos de acusarnos mutuamente. Solo Dios puede resolver los problemas conyugales si estamos dispuestos a permitírselo. Antes de decir «por tu culpa», cierra los ojos y pide perdón a Dios por tus errores, diciendo: «Señor, limpia mi ser para que tu luz ilumine mi semblante».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El texto de hoy revela claramente los efectos del pecado sobre la conducta humana. Para Adán, Eva, su compañera, había sido motivo de felicidad y Dios, su Creador, motivo de adoración. Ahora, de repente, se dirigía a Dios con temor y a su compañera de forma acusadora. Como vemos, el pecado produce una reacción contraria al amor.
Siendo el sacerdote de su pequeña familia, Adán debe de haber conversado con su esposa sobre la restricción divina. Sin embargo, eso no fue suficiente para evitar que cayera en la tentación de la desobediencia. Sabemos que Eva fue engañada por la serpiente, y esle hecho ha marcado la imagen de la mujer en todas las culturas judeocrístianas de la historia, especialmente durante la Edad Media. De ese hecho lamentable han surgido gran cantidad de los prejuicios que han existido y existen contra la mujer. Pero Adán, el hombre inteligente, sagaz y fuerte, no fue engañado, sino que, temiendo perder aquel regalo tan valioso, decidió correr su misma suerte. A veces elegimos las cosas materiales y damos la espalda a aquel que nos creó y nos redimió.
Segundos antes de tomar aquella desacertada decisión, Adán estaba dispuesto a morir por su esposa, y solo un momento después, estaba acusándola, tratando de buscar una justificación para su propia mala elección. Eva no acusó a su esposo, aunque podría haber alegado que Adán estaba tan extasiado en su trabajo que la había dejado sola, pero tampoco reconoció su error y se justificó también, acusando a un animal. De una forma u otra, ambos estaban acusando indirectamente a Dios por su caída, puesto que Dios había creado a la mujer, así como a la serpiente.
A veces nuestras malas decisiones ocasionan heridas a nuestra pareja. Tomemos como referencia esta experiencia bíblica y dejemos de acusarnos mutuamente. Solo Dios puede resolver los problemas conyugales si estamos dispuestos a permitírselo. Antes de decir «por tu culpa», cierra los ojos y pide perdón a Dios por tus errores, diciendo: «Señor, limpia mi ser para que tu luz ilumine mi semblante».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera