En aquel tiempo se dirá a Jerusalén: «¡No temas, Sion, que no se debiliten tus manos!» (Sofonías 3:16).
En la Biblia se presentan dos tipos de temores: el temor a Dios y el temor a caer en manos de otros seres humanos. El temor a Dios nace de un corazón reverente, consciente de la superioridad y majestad del Señor que, aunque aborrece el pecado, ama profundamente al pecador. Pero caer en manos de otros es exponerse a la furia inmisericorde de Satanás. La Biblia nos indica que no debemos temer al hombre que solo puede destruir el cuerpo, sino más bien a Dios, pero como humanos que somos, todos tenemos temores con respecto a nuestros semejantes y a su influencia en nuestras vidas.
La envidia, los celos, la desconfianza, la traición, los deseos e incluso nuestro propio corazón nos hacen temer. También podemos hablar del temor a las consecuencias que traen nuestras propias acciones. El rey Belsasar tembló de miedo, sus rodillas chocaban una contra la otra, su voz se colapsó, su respiración se aceleró, ¿Qué estaba sucediendo para que el orgulloso monarca sintiera tanto pánico? Había arrojado su conciencia a las mazmorras y ahora lanzaba un último grito de desesperación. ¿Qué había hecho con su vida? La había malgastado en la lujuria de complacer sus propias inclinaciones pecaminosas. Conocía muy bien la historia de sus antepasados. Sabía que el orgullo de Nabucodonosor había sido castigado, pero con arrogancia se atrevió a desafiar al Dios de! universo. Ahora, frente al juicio divino, no podía menos que temer las consecuencias de sus propias decisiones.
¿A qué le temes? ¿Al jefe despiadado que te hace la vida imposible en el trabajo, donde pasas gran parte de tu tiempo? ¿A la furia incontrolable de un esposo que derrocha en la cantina el dinero que te hace falta para dar de comer a tus hijos? ¿O le temes al pecado que todavía permanece en tu interior? Todos estos temores tienen como única solución otro temor. ¿Otro temor? Sí, porque el antídoto contra el miedo es el temor a Dios (ver Prov. 9: 10). Pero un temor que no se basa en el castigo, sino en el amor y la reverencia.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
En la Biblia se presentan dos tipos de temores: el temor a Dios y el temor a caer en manos de otros seres humanos. El temor a Dios nace de un corazón reverente, consciente de la superioridad y majestad del Señor que, aunque aborrece el pecado, ama profundamente al pecador. Pero caer en manos de otros es exponerse a la furia inmisericorde de Satanás. La Biblia nos indica que no debemos temer al hombre que solo puede destruir el cuerpo, sino más bien a Dios, pero como humanos que somos, todos tenemos temores con respecto a nuestros semejantes y a su influencia en nuestras vidas.
La envidia, los celos, la desconfianza, la traición, los deseos e incluso nuestro propio corazón nos hacen temer. También podemos hablar del temor a las consecuencias que traen nuestras propias acciones. El rey Belsasar tembló de miedo, sus rodillas chocaban una contra la otra, su voz se colapsó, su respiración se aceleró, ¿Qué estaba sucediendo para que el orgulloso monarca sintiera tanto pánico? Había arrojado su conciencia a las mazmorras y ahora lanzaba un último grito de desesperación. ¿Qué había hecho con su vida? La había malgastado en la lujuria de complacer sus propias inclinaciones pecaminosas. Conocía muy bien la historia de sus antepasados. Sabía que el orgullo de Nabucodonosor había sido castigado, pero con arrogancia se atrevió a desafiar al Dios de! universo. Ahora, frente al juicio divino, no podía menos que temer las consecuencias de sus propias decisiones.
¿A qué le temes? ¿Al jefe despiadado que te hace la vida imposible en el trabajo, donde pasas gran parte de tu tiempo? ¿A la furia incontrolable de un esposo que derrocha en la cantina el dinero que te hace falta para dar de comer a tus hijos? ¿O le temes al pecado que todavía permanece en tu interior? Todos estos temores tienen como única solución otro temor. ¿Otro temor? Sí, porque el antídoto contra el miedo es el temor a Dios (ver Prov. 9: 10). Pero un temor que no se basa en el castigo, sino en el amor y la reverencia.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera