Las frivolidades cautivan a los espíritus ligeros. Ovidio
Dice la fábula: “Por entre unas matas, seguido de perros (no diré corría) volaba un conejo. De su madriguera, salió un compañero y le dijo: ‘Detente, amigo, ¿qué es esto?’ ‘¿Qué ha de ser? -respondió-. Sin aliento llego. Dos picaros galgos me vienen siguiendo’. ‘¿Sí? -replica el otro-, por allí los veo. Pero no son galgos’. ‘Pues… ¿qué son?’ ‘Podencos’. ‘¿Qué? ¿Podencos dices? Son galgos y muy galgos: bien vistos los tengo’. ‘Son podencos, vaya, que no entiendes de eso’. ‘Son galgos, te digo’. ‘Digo que podencos’. En esta disputa llegan los perros, y pillan descuidados a mis dos conejos”.*
Creo que, en ocasiones, así considera Dios nuestras actitudes. Sabiendo él los peligros que corremos en el mundo, los esfuerzos del enemigo por hacemos perder la fe, ve que nos detenemos en cuestiones que no son las más importantes, y olvidamos lo principal. Corremos así el riesgo de estar desprevenidos cuando llegue la prueba.
Discutimos si orar de rodillas o de pie; comer carne o ser vegetarianos; utilizar instrumentos de percusión en la iglesia o no… y perdemos de vista lo que en realidad cuenta para nuestra salvación: que “gracias a Cristo Jesús, […] lo que cuenta es la fe, una fe activa por medio del amor” (Gál. 5:6). “Debemos reconocer que el conocimiento nos vuelve orgullosos, mientras que el amor fortalece nuestra vida cristiana. Sin duda, el que cree que sabe mucho, en realidad no sabe nada. Pero Dios reconoce a todo aquel que lo ama” (1 Cor. 8:1-3, TLA).
La esencia del mensaje de Pablo es promover, ante todo, la libertad de criterio de los demás que, al igual que nosotras, también dependen de la gracia de Dios para su salvación. Todos gozamos de libertad de conciencia, con tal de que nuestra motivación sea agradar al Señor. “Cada uno debe estar firme en sus propias opiniones. […] El que come de todo, come para el Señor, y lo demuestra dándole gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se abstiene, y también da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí” (Rom. 14:5-7, NVI). “En asuntos de conciencia, el alma debe ser dejada libre. Ninguno debe […] juzgar por otro, o prescribirle su deber. Dios da a cada alma libertad para pensar y seguir sus propias convicciones. […] En el reino de Cristo no hay opresión señoril ni imposición de costumbres” (El Deseado de todas las gentes, cap. 60, p. 517).
“El que cree que sabe mucho, en realidad no sabe nada. Pero Dios reconoce a todo aquel que lo ama” (1 Cor. 8:3, TLA).
* Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego, “Los dos conejos”, Fábulas de Iriarte y Samaniego (Barcelona: El País, 2005), p. 38.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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