Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian (Salmo 34: 8).
Nací en un hogar adventista y conocí a Dios cuando era una niña, sin embargo, hubieron situaciones en mi vida que desviaron mi corazón del camino que el Señor había trazado. Cuando me percaté de ello, dije a mi Dios: «¡Señor, ayúdame, libérame, dame sanidad!» En términos humanos, todo estaba bien conmigo. Llevaba un estilo de vida independiente, tenía excelentes trabajos, devengaba buenos sueldos, compraba lo que quena, viajaba donde deseaba, estaba rodeada de gente que me hacía sentir querida, tenía a mi familia conmigo, sin embargo, me sentía en deuda con Dios por la manera como administraba mi tiempo. Fue entonces cuando decidí darle un giro radical a mi vida y dedicarla al Señor. Una tarde mientras caminaba sumida en mis pensamientos observé a un joven desaliñado que venía hacia mí. De pronto, puso un puñal en mi vientre. Procuré mantener la calma y elevé una plegaria a Dios. El asaltante me dijo: «¡Déme su cartera!» «Te la doy, pero aléjate de mí», le respondí. En esos instantes pensé en lo espantoso que sería si me lastimaba con el arma. En ese lugar estábamos él y yo, y mi ángel guardián. Mi mente repetía «El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». En ese preciso momento vi un auto que pasaba por el sitio. Eran unos amigos y se percataron del peligro en que estaba cuando vieron la luz del sol reflejado en el puñal. Todo sucedió en cuestión de segundos, mis amigos retrocedieron, y me gritaron: «Raquel, ¿te pasa algo?», entonces grité: «¡Me están asaltando!» El ladrón se asustó y yo corrí hacia ellos y me subí al automóvil. Vi al asaltante huir de manera despavorida. Siempre he pensado que Satanás estaba enojado conmigo porque había tomado la decisión de dejar el mundo y seguir a Cristo, pero Dios envió su ángel y me libró. Cuando enfrentes el peligro, recuerda que el Señor es el refugio de sus hijos y nunca los abandona.
Nací en un hogar adventista y conocí a Dios cuando era una niña, sin embargo, hubieron situaciones en mi vida que desviaron mi corazón del camino que el Señor había trazado. Cuando me percaté de ello, dije a mi Dios: «¡Señor, ayúdame, libérame, dame sanidad!» En términos humanos, todo estaba bien conmigo. Llevaba un estilo de vida independiente, tenía excelentes trabajos, devengaba buenos sueldos, compraba lo que quena, viajaba donde deseaba, estaba rodeada de gente que me hacía sentir querida, tenía a mi familia conmigo, sin embargo, me sentía en deuda con Dios por la manera como administraba mi tiempo. Fue entonces cuando decidí darle un giro radical a mi vida y dedicarla al Señor. Una tarde mientras caminaba sumida en mis pensamientos observé a un joven desaliñado que venía hacia mí. De pronto, puso un puñal en mi vientre. Procuré mantener la calma y elevé una plegaria a Dios. El asaltante me dijo: «¡Déme su cartera!» «Te la doy, pero aléjate de mí», le respondí. En esos instantes pensé en lo espantoso que sería si me lastimaba con el arma. En ese lugar estábamos él y yo, y mi ángel guardián. Mi mente repetía «El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». En ese preciso momento vi un auto que pasaba por el sitio. Eran unos amigos y se percataron del peligro en que estaba cuando vieron la luz del sol reflejado en el puñal. Todo sucedió en cuestión de segundos, mis amigos retrocedieron, y me gritaron: «Raquel, ¿te pasa algo?», entonces grité: «¡Me están asaltando!» El ladrón se asustó y yo corrí hacia ellos y me subí al automóvil. Vi al asaltante huir de manera despavorida. Siempre he pensado que Satanás estaba enojado conmigo porque había tomado la decisión de dejar el mundo y seguir a Cristo, pero Dios envió su ángel y me libró. Cuando enfrentes el peligro, recuerda que el Señor es el refugio de sus hijos y nunca los abandona.
Raquel Coello Rivera
Tomado de la Matutinas Manifestaciones de su amor
Tomado de la Matutinas Manifestaciones de su amor