Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los fajos de hijos de Dios. (Romanos 8:19)
Mientras la creación gime y aguarda un cambio para bien, tal vez te preguntes qué lugar ocupamos tú y yo, mujeres atareadísimas, en este escenario. ¿Hasta qué punto tiene que ver con nosotros el ecologismo?
Siempre he admirado a esas personas que dedican sus vidas a defender la naturaleza. Ese fue uno de los encargos que Dios nos dio al principio, pero no hemos sido fieles en cuanto al cuidado del medio ambiente. Cada vez la tierra produce menos, y más animales se encuentran en peligro de extinción, pero la especie humana continúa segando vidas sin compasión. ¿Qué podemos hacer en cuanto a este tema?
Tal vez pienses que no te interesa dedicar tiempo a leer sobre esto, pues llevas una rutina demasiado apretada: te levantas temprano, atiendes a los niños, les proporcionas los alimentos físicos y espirituales antes de que vayan a la escuela, al final del día vuelves a casa y te dejas absorber por un mar interminable de tareas, prácticamente no te queda tiempo ni para ti misma, ¿cómo, pues, vas a pararte a pensar en la naturaleza?
Si eres madre, quiero compartir contigo una idea que te anidará a situarte en el mismo centro de este escenario. En el libro La Conducción del niño leemos: «El desarrollo gradual de la planta a partir de la semilla es una lección objetiva para la educación del niño. Primero hierba, luego espiga, luego grano lleno en la espiga (Mar. 4: 28). El que dio esta parábola, creó la semilla, le dio sus propiedades vitales, y dictó las leyes que rigen su crecimiento» (p. 28).
¿Has captado la idea? Quizás no puedas cuidar de la naturaleza de manera activa por las limitaciones de tiempo que te impone tu rutina diana, pero sí puedes ser la madre de hijos que sepan cuidar y amar al Dios de la naturaleza. No te aísles del mundo en que vives y comparte esta misión especial que Dios te ha dado. Amar la naturaleza es también amar al Dios que la creó.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Mientras la creación gime y aguarda un cambio para bien, tal vez te preguntes qué lugar ocupamos tú y yo, mujeres atareadísimas, en este escenario. ¿Hasta qué punto tiene que ver con nosotros el ecologismo?
Siempre he admirado a esas personas que dedican sus vidas a defender la naturaleza. Ese fue uno de los encargos que Dios nos dio al principio, pero no hemos sido fieles en cuanto al cuidado del medio ambiente. Cada vez la tierra produce menos, y más animales se encuentran en peligro de extinción, pero la especie humana continúa segando vidas sin compasión. ¿Qué podemos hacer en cuanto a este tema?
Tal vez pienses que no te interesa dedicar tiempo a leer sobre esto, pues llevas una rutina demasiado apretada: te levantas temprano, atiendes a los niños, les proporcionas los alimentos físicos y espirituales antes de que vayan a la escuela, al final del día vuelves a casa y te dejas absorber por un mar interminable de tareas, prácticamente no te queda tiempo ni para ti misma, ¿cómo, pues, vas a pararte a pensar en la naturaleza?
Si eres madre, quiero compartir contigo una idea que te anidará a situarte en el mismo centro de este escenario. En el libro La Conducción del niño leemos: «El desarrollo gradual de la planta a partir de la semilla es una lección objetiva para la educación del niño. Primero hierba, luego espiga, luego grano lleno en la espiga (Mar. 4: 28). El que dio esta parábola, creó la semilla, le dio sus propiedades vitales, y dictó las leyes que rigen su crecimiento» (p. 28).
¿Has captado la idea? Quizás no puedas cuidar de la naturaleza de manera activa por las limitaciones de tiempo que te impone tu rutina diana, pero sí puedes ser la madre de hijos que sepan cuidar y amar al Dios de la naturaleza. No te aísles del mundo en que vives y comparte esta misión especial que Dios te ha dado. Amar la naturaleza es también amar al Dios que la creó.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera