lunes, 10 de agosto de 2009

ORAR POR OTROS

Señor, oye mi justo ruego; escucha mi clamor; presta oído a mi oración, pues no sale de labios engañosos (Salmo 17: 1).

Una mañana desperté y le pregunté a Dios por quién debía orar, pues tenía por costumbre orar por mis alumnos. Regularmente oro por aquellos que tienen problemas o están desorientados; y esa mañana me pregunté por quién orar. Pasó por mi mente el nombre de un chico que aparentemente todo estaba bien con él, no era un alumno problemático, más bien, era considerado como un buen estudiante. Esa mañana oré por ese muchacho. Cuando llegó a mi clase lo saludé y pude notar en su rostro que algo estaba mal. Durante la clase él permaneció serio. Cuando cantamos él guardó silencio. Cuando terminó la clase le dije que me gustaría hablar con él, que por la tarde lo esperaba en el departamento de Orientación. Esa tarde le conté cómo por la mañana había orado por él y que le había notado diferente en la clase. Le pregunté si había algo que le preocupara. Por un rato guardó silencio y las lágrimas rodaron sobre sus mejillas. Le recordé que solamente trataba de ayudarlo y si lo deseaba podía confiar en mí. Después me descubrió su corazón, al contarme su problema. Oramos juntos y al final me dijo: «Maestra, gracias por escucharme, gracias por su tiempo. Maestra, ¿puedo darle un abrazo?» Yo accedí con gozo. Y agregó: «No sabe cómo necesitaba esta plática». Como este alumno, hay muchas personas que sufren en silencio. Pasamos a su lado y no nos damos cuenta que necesitan de nosotros, por eso es importante estar en comunión con Dios para que su Santo Espíritu obre en nosotros y seamos instrumentos útiles cada día.

Myriam Carrillo Parra
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.

GENTE DE VERDAD

Ahora vemos de manera indirecta, como en un espejo, y borrosamente; pero un día veremos cara a cara. Mi conocimiento es ahora imperfecto, pero un día conoceré a Dios como él me ha conocido siempre a mi. 1 Corintios 13: 12 Ayer hablamos de cómo dios va a cambiar nuestro aspecto físico cuando regrese. ¿No te inquieta un poco? Las personas que pasan por la cirugía plástica tienen que esperar días, y a veces semanas, para poder ver cuánto han cambiado. La inflamación debe desaparecer y los ojos amoratados deben sanar. Poco a poco se van habituando a su nuevo aspecto. Pero cuando Jesús venga, el cambio sucederá en un abrir y cerrar de ojos. ¿Piensas que tendrás problemas para reconocer a tus amigos y a los miembros de tu familia después de que Jesús los haya renovado? ¿Puedes imaginarte a la abuelita con el aspecto de una joven que podría ser tu hermana mayor? ¿En el cielo tendremos todos un aspecto tan diferente que las personas tendrán que llevar etiquetas con el nombre para poder saber quiénes son? Cada semana el periódico dominical tiene fotografías de parejas que celebran las bodas de oro. A veces también incluyen una fotografía tomada el día de su boda. Ninguno de ellos tiene exactamente el mismo aspecto que tenía hace cincuenta años, pero su aspecto es muy parecido. Yo pienso que en el cielo será así. Las personas que conocemos en la tierra serán todavía ellas mismas, solo que mejor. Por primera vez en la vida, nuestra naturaleza pecaminosa no se entrometerá en nues­tras amistades. El cerebro nos funcionará a la perfección y nos entenderemos mejor. No nos sentiremos celosos o inseguros. Confiaremos unos en otros y no temeremos decir nada inconveniente. ¿Nos conoceremos unos a otros en el cielo? Yo creo que no seremos capaces de conocernos unos a otros hasta que lleguemos al cielo. Tomado de la Matutina El viaje Increíble.

LA FE DE LOS MÁRTIRES

Y aunque sea derramado en libación por el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros. Filipenses 2:17

Dicen que una vez, después de que D. L. Moody predicase un impresionante sermón sobre la fe de los mártires, un individuo se le acercó y le preguntó: —Sr. Moody, ¿tiene usted suficiente fe para ser mártir?

—No —fue la respuesta del famoso evangelista.
—Sr. Moody —exclamó sorprendido su interlocutor—, ¿cómo ha podido usted predicar semejante sermón sobre la fe si no tiene usted suficiente fe para ser mártir?
—Si Dios quiere que yo lo sea, me dará la fe de un mártir —repuso Moody.
Y así es. A veces, cuando pensamos en el valor intrépido y en la fe de los héroes cristianos, desde los días de Esteban hasta los misioneros actuales que han arriesgado y arriesgan su vida —perdiéndola en ocasiones— por el evangelio, miramos a nuestro interior y temblamos. Comprendemos que no tenemos la resistencia espiritual o moral para hacer frente a lo que ellos afrontaron.
Por ejemplo, no podemos leer sin temblor la historia del bachiller Antonio Herre-zuelo y su esposa, Doña Leonor de Cisneros. Fueron condenados por la Inquisición por sus creencias evangélicas. Habían sido apresados y presionados para que denunciaran a sus hermanos en la fe. Dijo de él un contemporáneo: «En todas las audiencias que tuvo con sus jueces... se manifestó desde luego protestante, y no solo protestante, sino dogmatizador de su secta en la ciudad de Toro [...]. Exigiéronle los jueces [...] que declarase [...j los nombres de aquellas personas llevadas por él a las nuevas doctrinas; pero ni las promesas, ni los ruegos [...] bastaron a alterar el propósito de Herrezuelo en no descubrir a sus amigos y parciales. ¿Y qué más? Ni aun los tormentos lograron quebrantar su constancia, más firme que envejecido roble o que soberbia peña nacida en el seno de los mares» (El conflicto de los siglos, p. 275).
Su esposa, joven de 24 años, flaqueó y se arrepintió. Pero cuando vio a su esposo morir con aquella fe y aquel valor que asombraron incluso a sus enemigos, «interrumpió resueltamente el curso de penitencia a que había dado principio». En al acto fue arrojada a la cárcel, y, después de ocho años de horrores en las cárceles de la Inquisición, «murió ella también en la hoguera como había muerto su esposo».
Nuestros tiempos no nos exigen ese tipo de testimonio. Pero todos los fieles que «combaten hasta la sangre contra el pecado», son héroes y mártires de Cristo. Decidamos hoy dar nuestro testimonio doquiera nos encontremos.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.