Señor, oye mi justo ruego; escucha mi clamor; presta oído a mi oración, pues no sale de labios engañosos (Salmo 17: 1).
Una mañana desperté y le pregunté a Dios por quién debía orar, pues tenía por costumbre orar por mis alumnos. Regularmente oro por aquellos que tienen problemas o están desorientados; y esa mañana me pregunté por quién orar. Pasó por mi mente el nombre de un chico que aparentemente todo estaba bien con él, no era un alumno problemático, más bien, era considerado como un buen estudiante. Esa mañana oré por ese muchacho. Cuando llegó a mi clase lo saludé y pude notar en su rostro que algo estaba mal. Durante la clase él permaneció serio. Cuando cantamos él guardó silencio. Cuando terminó la clase le dije que me gustaría hablar con él, que por la tarde lo esperaba en el departamento de Orientación. Esa tarde le conté cómo por la mañana había orado por él y que le había notado diferente en la clase. Le pregunté si había algo que le preocupara. Por un rato guardó silencio y las lágrimas rodaron sobre sus mejillas. Le recordé que solamente trataba de ayudarlo y si lo deseaba podía confiar en mí. Después me descubrió su corazón, al contarme su problema. Oramos juntos y al final me dijo: «Maestra, gracias por escucharme, gracias por su tiempo. Maestra, ¿puedo darle un abrazo?» Yo accedí con gozo. Y agregó: «No sabe cómo necesitaba esta plática». Como este alumno, hay muchas personas que sufren en silencio. Pasamos a su lado y no nos damos cuenta que necesitan de nosotros, por eso es importante estar en comunión con Dios para que su Santo Espíritu obre en nosotros y seamos instrumentos útiles cada día.
Una mañana desperté y le pregunté a Dios por quién debía orar, pues tenía por costumbre orar por mis alumnos. Regularmente oro por aquellos que tienen problemas o están desorientados; y esa mañana me pregunté por quién orar. Pasó por mi mente el nombre de un chico que aparentemente todo estaba bien con él, no era un alumno problemático, más bien, era considerado como un buen estudiante. Esa mañana oré por ese muchacho. Cuando llegó a mi clase lo saludé y pude notar en su rostro que algo estaba mal. Durante la clase él permaneció serio. Cuando cantamos él guardó silencio. Cuando terminó la clase le dije que me gustaría hablar con él, que por la tarde lo esperaba en el departamento de Orientación. Esa tarde le conté cómo por la mañana había orado por él y que le había notado diferente en la clase. Le pregunté si había algo que le preocupara. Por un rato guardó silencio y las lágrimas rodaron sobre sus mejillas. Le recordé que solamente trataba de ayudarlo y si lo deseaba podía confiar en mí. Después me descubrió su corazón, al contarme su problema. Oramos juntos y al final me dijo: «Maestra, gracias por escucharme, gracias por su tiempo. Maestra, ¿puedo darle un abrazo?» Yo accedí con gozo. Y agregó: «No sabe cómo necesitaba esta plática». Como este alumno, hay muchas personas que sufren en silencio. Pasamos a su lado y no nos damos cuenta que necesitan de nosotros, por eso es importante estar en comunión con Dios para que su Santo Espíritu obre en nosotros y seamos instrumentos útiles cada día.
Myriam Carrillo Parra
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.