miércoles, 6 de junio de 2012

DALE AGUA A TU CEREBRO


«¡Dios mío, tú eres mi Dios! Con ansias te busco, pues tengo sed de ti; mi ser entero te desea, cual tierra árida, sedienta, sin agua» (Salmo 63:1).

¿Tienes sed? Tómate un vaso de agua. Tu cuerpo necesita un montón de agua cada día. Los médicos dicen que debemos tomar al menos ocho vasos de agua diarios. ¿Sabes por qué necesitamos tanta agua?
Todas las partes del cuerpo necesitan agua. Tus músculos necesitan agua para moverse cuando juegas o trabajas fuera de tu casa. Tus intestinos necesitan agua que los ayude a mantenerse limpios. Incluso tu cerebro necesita agua para que puedas pensar claramente y sacar buenas calificaciones.
Tu cerebro controla todo lo que haces. Los científicos creen que cuando las células del cerebro necesitan agua te avisan y te hacen buscar un bebedero para que la tomes.
Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, nuestra mente no siempre nos avisa cuando necesitamos más de Dios. Debemos crear los hábitos de orar y leer la Biblia, de manera que no podamos estar sin él ni siquiera un día. ¿Tienes sed de Dios como la tenía David en el versículo de hoy? Toma del agua de Dios y nunca tendrás sed de cosas malas.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UNA GRACIA QUE SOBREABUNDE


Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi Casa.  Probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos. (Malaquías 3:10).

A principios de enero de 2001 me encontraba trabajando en el Dispensario Adventista de Caracas.  Para ese tiempo vivía en un sector que quedaba aproximadamente a dos horas de camino. Tenía que salir de casa muy temprano cada mañana. Por lo general: esposo me acompañaba hasta la parada del autobús, ya que a esa hora todavía era muy oscuro y el barrio donde vivíamos era bastante peligroso. Pero aquel día le dije: «No bajes. Quédate acostado y descansa un poco más. ¿ Qué puede pasarme? Dios irá conmigo».
Salí de casa y me dirigí a la parada. De repente, a mitad de camino, me acosó un muchacho joven y me dijo que le entregara la cartera. Yo no sabía qué hacer, así que grité y me enfrenté a él, pero fue inútil. Me tiró al suelo, me quitó la cartera y salió corriendo por un callejón oscuro, Con gran impotencia lo perseguí hasta que lo perdí de vista.
Cuando llegué de nuevo a la calle me di cuenta de que tenía un zapato roto, los lentes quebrados y un tremendo chichón en la cabeza a consecuencia de la caída. Regrese a casa y le conté lo sucedido a mi esposo hecha un mar de lágrimas. Oramos, y él salió a ver si encontraba la cartera tirada en algún lugar, pero no encontró nada. Yo estaba preocupada, ya que en la cartera tenía el dinero para las compras del supermercado y medicinas para mi madre.
Al día siguiente era sábado y no pude ir a la iglesia, pues el dolor de cabeza era insoportable. Algunos hermanos nos llamaron para decir que nos visitarían en la tarde. Cuando llegaron me sorprendí, pues traían una enorme cesta de alimentos. Cuando se fueron comenzamos a sacar las cosas de la cesta y en el fondo encontramos un sobre cerrado. ¡Imagínense lo que contenía! Sí, dinero en efectivo. Cuando lo contamos y sacamos los diezmos y las ofrendas, quedó lo justo para comprar los medicamentos para mi madre. Dios utilizó a nuestros hermanos para responder a nuestras oraciones y para suplir nuestras necesidades inmediatas. El Señor recompensa en forma abundante nuestra fidelidad, nosotros pudimos comprobarlo. ¿Lo has comprobado tú?

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Ana de Jesús Da Rocha

UN CONSEJO SABIO Y BARATO


Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. Hebreos 12:2.

Gordon Nasby cuenta la historia de un joven que preguntó a un rey muy sabio cómo hacer para no caer en tentación. El rey entonces llenó una copa con agua y luego respondió.
—Debes recorrer la calle principal de la ciudad sin derramar una sola gota. Uno de mis soldados te seguirá durante todo el trayecto. Si él nota que derramas agua de la copa, con su espada te cortará la cabeza.
Dice el relato que el joven recorrió la calle principal de la ciudad sin derramar una sola gota. Y cuando hubo cumplido con éxito su misión, regresó al palacio para escuchar el consejo del rey.
—Muy bien, muchacho —dijo el rey—, veo que has completado con éxito mi encargo. Ahora dime, ¿qué viste a lo largo del camino? ¿Qué escuchaste? —Pues... nada, oh rey. Nada.
—¿No viste ni escuchaste nada? ¿Cómo puede ser? ¿No viste a los borrachos entrar y salir de las tabernas? ¿Tampoco a los apostadores ni a las mujeres de la vida?
—No, señor, le aseguro que nada de eso vi ni escuché.
—Muy bien, jovencito. Creo que estás listo para saber cómo vencer la tentación. Fija tus sentidos en Dios y en las cosas santas con la misma intensidad con la que concentraste tu atención en la copa, para que el agua no se derramara. Solo así podrás evitar que los placeres de este mundo cautiven tu atención y te desvíen del camino correcto (Treasury of the Christian World [Antología del mundo cristiano], p. 351).
La enseñanza de este relato es precisamente lo que, según Elena G. de White, fue el secreto del éxito de José en Egipto. Ese secreto consistió en que, ante las escenas de pecado que lo rodeaban por todas partes, José «permaneció como quien no veía ni oía» (Patriarcas y profetas, p. 192).
Toma tiempo cada día para contemplar la hermosura del carácter de Jesucristo, y para escuchar su voz que desde su Santa Palabra te susurra: «Por aquí es el camino» (Isa. 30:21). Dicho de otra manera: «Fija tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor, y lo terrenal sin valor será...».
Padre amado que al fijar hoy mis ojos en Cristo, los placeres de este mundo pierdan atractivo para mí.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

TERMITAS EN LA VIDA


«Pero si así no lo hacéis, entonces habréis pecado ante Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzara» (Números 32:23).

Vivir en una región subtropical tiene sus ventajas. Por supuesto, también tiene sus inconvenientes. Una de las ventajas es que los inviernos suelen ser suaves. Un inconveniente es que suele haber animalitos. Mi hijo vive a unos tres kilómetros de casa, por lo que suele venir a visitarnos con frecuencia. Incluso viene cuando hemos salido. Tiene las llaves de nuestra casa. A menudo me llama y dice: «Papá, hoy fui a tu casa y te tomé prestada la remachadora. No te importa, ¿verdad?».
Un día llamó por teléfono y dijo: «Papá, me parece que tienes termitas en casa». Luego siguió explicándome que cuando iba a introducir la llave para abrir la puerta del garaje vio un agujerito muy pequeño en una de las molduras. No le faltaba experiencia en el asunto; hacía tan solo seis meses las termitas habían infestado su casa.
Yo lo había ayudado a resolver el problema, pero nunca se me ocurrió que a mí me podía suceder lo mismo día.
Ese mismo día cuando llegué del trabajo, tomé una barra de hierro y levanté la moldura en la que había visto el agujero. El diagnostico era correcto.
Las termitas habían causado severos y extensos daños. Seguí levantando la moldura y cuanto más levantaba, más daño descubría. Las termitas se habían comido prácticamente todo el marco de la puerta de unos quince centímetros de grueso por treinta de ancho. Me dispuse a comprobar la pared que está junto al marco. Levanté el revestimiento de madera y descubrí que, hasta una distancia de más de dos metros, toda la estructura interior de la misma había quedado reducida a algo que tenía aspecto de papel. Por suerte, no encontré una sola termita viva, pero los daños eran considerables.
Satanás trabaja como una termita. Si estamos atentos, nos daremos cuenta de donde trabaja. Pero, como las termitas, sus mejores obras son lentas y secretas. El agujerito en la moldura del marco de la puerta del garaje apenas si se veía. Sin embargo, el daño que se escondía detrás era considerable. Muchas veces sabemos que hay cosas en nuestras vidas que no deberían estar ahí, pero parecen tan pequeñas que no les damos importancia. Albergar el pecado en la vida es como tener termitas en las paredes de casa. Si no se trata, el daño crece y crece hasta que las consecuencias son graves.
Cuando descubrí que tenía termitas, llamé a la compañía de saneamiento. Si usted hoy sabe que tiene termitas espirituales en su vida permita que Jesús las extermine y repare el daño que hayan causado. Basado en Mateo 23: 23-28

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill