Lávame y seré más blanco que la nieve. (Salmos 51:7).
Todo parecía en calma, y aunque se había anunciado una fuerte tormenta de nieve, esta parecía no llegar. Elisa miraba por la ventana, deseando que nevara para poder hacer muñecos de nieve. Su madre le dijo que era hora de acostarse, y ella, por una vez, obedeció sin rechistar. Después de todo, ese día no había sido muy feliz para ella. Había discutido con su mejor amiga y le había hecho daño con sus palabras, y ahora se sentía fatal. La noche transcurrió de un lirón, pero cuando despertó se dio cuenta de que estaba tapada con varias frazadas y de que hacía mucho frío.
En seguida salió del cuarto, ya que su mamá la llamó para desayunar. Mientras bajaba las escaleras oyó que llamaban a la puerta. Se adelantó a su madre para abrir, y cuál no sería su sorpresa al ver frente a ella a la amiga a la que había hecho daño el día anterior. Sin mediar palabra las dos se abrazaron y se sentaron juntas a desayunar. Después de un rato Elisa le pidió a su amiguita que la perdonara, a lo que la amiguita respondió: «Mira, Elisa, tú eres mi mejor amiga y yo le quiero mucho. Aunque estaba muy enojada contigo, anoche, antes de dormir, le pedí a Dios que me. ayudará a perdonarle. Cuando esta mañana vi la nieve que cubría con su blanco manto toda la suciedad del día anterior, sentí que Dios también había cubierto nuestro entado. Entonces decidí venir a verte, porque quiero que nuestra amistad sea como la nieve: blanca y pura, sin mancha ni suciedad».
El himno 270, titulado «Anhelo ser limpio», también expresa este mismo deseo: «Anhelo ser limpio y completo, Jesús; que mores en mi alma en tu fúlgida luz. Mis ídolos rompe, los que antes amé. ¡Oh lávame y blanco cual nieve seré!».
¿Necesitas que tu vida sea cubierta por el blanco manto del perdón divino? Acude a él. Únete al salmista en su súplica: «¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!» (Sal. 51: 2).
¿Necesitas ser blanqueada por la sangre redentora de Cristo? Ve al pie de la cruz.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Todo parecía en calma, y aunque se había anunciado una fuerte tormenta de nieve, esta parecía no llegar. Elisa miraba por la ventana, deseando que nevara para poder hacer muñecos de nieve. Su madre le dijo que era hora de acostarse, y ella, por una vez, obedeció sin rechistar. Después de todo, ese día no había sido muy feliz para ella. Había discutido con su mejor amiga y le había hecho daño con sus palabras, y ahora se sentía fatal. La noche transcurrió de un lirón, pero cuando despertó se dio cuenta de que estaba tapada con varias frazadas y de que hacía mucho frío.
En seguida salió del cuarto, ya que su mamá la llamó para desayunar. Mientras bajaba las escaleras oyó que llamaban a la puerta. Se adelantó a su madre para abrir, y cuál no sería su sorpresa al ver frente a ella a la amiga a la que había hecho daño el día anterior. Sin mediar palabra las dos se abrazaron y se sentaron juntas a desayunar. Después de un rato Elisa le pidió a su amiguita que la perdonara, a lo que la amiguita respondió: «Mira, Elisa, tú eres mi mejor amiga y yo le quiero mucho. Aunque estaba muy enojada contigo, anoche, antes de dormir, le pedí a Dios que me. ayudará a perdonarle. Cuando esta mañana vi la nieve que cubría con su blanco manto toda la suciedad del día anterior, sentí que Dios también había cubierto nuestro entado. Entonces decidí venir a verte, porque quiero que nuestra amistad sea como la nieve: blanca y pura, sin mancha ni suciedad».
El himno 270, titulado «Anhelo ser limpio», también expresa este mismo deseo: «Anhelo ser limpio y completo, Jesús; que mores en mi alma en tu fúlgida luz. Mis ídolos rompe, los que antes amé. ¡Oh lávame y blanco cual nieve seré!».
¿Necesitas que tu vida sea cubierta por el blanco manto del perdón divino? Acude a él. Únete al salmista en su súplica: «¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!» (Sal. 51: 2).
¿Necesitas ser blanqueada por la sangre redentora de Cristo? Ve al pie de la cruz.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera