Si alguno dice: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20)
Un proverbio popular dice que «la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja». Aunque nos provocan risa, estas palabras encierran la triste realidad del ser humano: nacemos bajo la condenación del pecado, pero luchamos por evitar que esta sentencia se cumpla en nosotros. Dios, que aseguró su victoria cuando vivió en este mundo sin pecar, también nos concede una gran ventaja: la ventaja de su amor. Pero son muy pocos los que realmente saben qué es amar.
En ocasiones queremos tener una buena relación con Dios sin haber intentado antes comprender, amar y perdonar a nuestro hermano. Entonces Dios nos dice: «Detente, mira por dónde vas. No trates de volar si aún no sabes caminar. Afirma primero tus pies en la tierra, que puedas estar preparado para alcanzar el umbral de la morada que te espera. Te he dado una ventaja que es mi amor escrito en las páginas sagradas, búscalo».
Jesús se esforzó por hacer entender a sus contemporáneos la importancia del verdadero amor. Los escribas y los fariseos actuaban con severidad y celo para mostrar así su «incuestionable amor por Dios». Las palabras de, amonestación de parte de Jesús solo provocaron una reacción negativa en el orgulloso corazón de aquellos que se sentían santos, perfectos y con derecho a la salvación. Pero en la medida en que no habían aprendido a amar a sus hermanos a quienes veían, no estaban preparados para amar a Dios, a quien no veían.
Recuerda algo: no podemos pretender amar a nuestros semejantes si el amor divino no está en nosotros. Como mortales, no podemos amar, pero como coherederos del reino celestial, se nos da el amor como regalo para que nos deleitemos en él, para que mostremos al Padre, para que seamos hijas de Dios.
Hoy té invito a que busques cada día el amor celestial, ese que te enseña a amar a tu prójimo como a ti mismo y a Dios sobre todas las cosas.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Un proverbio popular dice que «la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja». Aunque nos provocan risa, estas palabras encierran la triste realidad del ser humano: nacemos bajo la condenación del pecado, pero luchamos por evitar que esta sentencia se cumpla en nosotros. Dios, que aseguró su victoria cuando vivió en este mundo sin pecar, también nos concede una gran ventaja: la ventaja de su amor. Pero son muy pocos los que realmente saben qué es amar.
En ocasiones queremos tener una buena relación con Dios sin haber intentado antes comprender, amar y perdonar a nuestro hermano. Entonces Dios nos dice: «Detente, mira por dónde vas. No trates de volar si aún no sabes caminar. Afirma primero tus pies en la tierra, que puedas estar preparado para alcanzar el umbral de la morada que te espera. Te he dado una ventaja que es mi amor escrito en las páginas sagradas, búscalo».
Jesús se esforzó por hacer entender a sus contemporáneos la importancia del verdadero amor. Los escribas y los fariseos actuaban con severidad y celo para mostrar así su «incuestionable amor por Dios». Las palabras de, amonestación de parte de Jesús solo provocaron una reacción negativa en el orgulloso corazón de aquellos que se sentían santos, perfectos y con derecho a la salvación. Pero en la medida en que no habían aprendido a amar a sus hermanos a quienes veían, no estaban preparados para amar a Dios, a quien no veían.
Recuerda algo: no podemos pretender amar a nuestros semejantes si el amor divino no está en nosotros. Como mortales, no podemos amar, pero como coherederos del reino celestial, se nos da el amor como regalo para que nos deleitemos en él, para que mostremos al Padre, para que seamos hijas de Dios.
Hoy té invito a que busques cada día el amor celestial, ese que te enseña a amar a tu prójimo como a ti mismo y a Dios sobre todas las cosas.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera