Cuando era niña mi madre me enseñó a respetar y amar a Dios. Todas las noches antes de dormir me mostraba un cuadro en el que Jesús permanecía en una cruz y sus manos sangraban por los clavos que atravesaban su piel. Una noche le pregunté a mi madre por qué Jesús estaba ahí clavado. Ella me dijo que unos hombres lo crucificaron. Recuerdo que lloré mucho esa noche. Era tan pequeña que no podía comprender lo que le había ocurrido a ese hombre de paz. La explicación de mi madre fue corta, ella misma no sabía qué decir.
Con el tiempo mi madre conoció acerca del Señor. Ella me dijo que Jesús resucitó y venció la muerte. Eso fue un gran alivio y consuelo para mí. Mi familia entregó su vida a Cristo: todos reconocimos que Jesús vino a este mundo, murió y entregó su vida por cada uno de nosotros. Por eso hoy cada día lo reconocemos como Dios grande y creador, como el Dios vivo que nos ama profundamente.
La Biblia dice del pueblo de Dios: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa...» (1 Ped. 2: 9). Me siento tan reconfortada al pensar que somos un pueblo especial para Dios. Sé que Cristo vino y murió por cada uno de sus hijos. Ahora me queda claro que esa muerte fue transitoria. ¡Mi Cristo vive! Pronto vendrá para llevarnos a morar por siempre a su mansión celestial. Querida hermana, te exhorto a que cada mañana recuerdes a ese Cristo que vive y desea que vivamos con él por la eternidad, y que cantemos como pueblo juntos a una sola voz el cántico de victoria.
Con el tiempo mi madre conoció acerca del Señor. Ella me dijo que Jesús resucitó y venció la muerte. Eso fue un gran alivio y consuelo para mí. Mi familia entregó su vida a Cristo: todos reconocimos que Jesús vino a este mundo, murió y entregó su vida por cada uno de nosotros. Por eso hoy cada día lo reconocemos como Dios grande y creador, como el Dios vivo que nos ama profundamente.
La Biblia dice del pueblo de Dios: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa...» (1 Ped. 2: 9). Me siento tan reconfortada al pensar que somos un pueblo especial para Dios. Sé que Cristo vino y murió por cada uno de sus hijos. Ahora me queda claro que esa muerte fue transitoria. ¡Mi Cristo vive! Pronto vendrá para llevarnos a morar por siempre a su mansión celestial. Querida hermana, te exhorto a que cada mañana recuerdes a ese Cristo que vive y desea que vivamos con él por la eternidad, y que cantemos como pueblo juntos a una sola voz el cántico de victoria.
Anabel Ramos de la Cruz
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor