“Yo, yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”. Isaías 43:25
¿Es pecado andar por la azotea? No si tienes cuidado. Entonces, ¿es pecado mirar hacia abajo desde la azotea? En realidad, no. Pero, ¿qué pasa si la mujer de tu vecino se está dando un baño es su jardín trasero?
En eso estribó la trágica caída del rey David, que se acercó demasiado y se cayó del borde, no de su azotea, sino de su alma. No hay nada de malo en un paseo por la azotea de tu palacio. Después de todo, eres el rey. Pero cuando todo ese poder, en vez de tu humildad, se te sube a la cabeza e insistes en acostarte con la mujer del vecino, haciendo que se quede embarazada, engañando a su marido, haciendo que lo maten y tapando al cielo y a la tierra una sórdida aventura de ese calibre, ¡acabas quebrantando cada uno de los Diez Mandamientos en cuestión de horas! Eres culpable lo mires por donde lo mires.
En esta historia con tan terribles carencias morales, hay que reconocerle al rey que, cuando el profeta Natán lo tomó por sorpresa con una parábola que lo llevó a autoincrimi- narse y David se dio cuenta de que se había descubierto el pastel y Dios lo conocía todo, se vino abajo con lágrimas de remordimiento ante el profeta y Dios.
“Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. […] Contra ti, contra ti solo he pecado; he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra y tenido por puro en tu juicio” (Sal. 51:1-4).
¿Y cómo responde Dios a la oración del penitente? Décadas después, Dios reprendió a otro rey con estas inesperadas palabras: “Tú no has sido como David, mi siervo, que guardó mis mandamientos y anduvo en pos de mí con todo su corazón, haciendo solamente lo recto delante de mis ojos” (1 Rey. 14:8). Espera un minuto, Dios; ¡tiempo muerto! ¿Sufres de Alzheimer? ¿Qué quieres decir con eso de que David guardó tus mandamientos, te siguió de todo corazón e hizo solamente lo recto? ¡Debes de estar confundiéndolo con otro David!
¡Ah!, es la verdad del evangelio eterno. “Si te entregas a [Cristo] y lo aceptas como tu Salvador, por pecaminosa que haya sido tu vida, gracias a él serás contado entre los justos. El carácter de Cristo reemplaza el tuyo, y eres aceptado por Dios como si no hubieras pecado” (El camino a Cristo, cap. 7, p. 94; la cursiva es nuestra). Una buena noticia para los elegidos que caen, como David, pero que encuentran, como David, al Dios que ya no se acuerda de sus pecados.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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