Hermanos, no os quejéis unos contra otros (Santiago 5:9).
Una tarde de verano me detuve a visitar a mi amiga Jeannie, que vive en medio del vivero de árboles de su familia. En ese momento tenían un perro Chow-Chow color rojizo, llamado Auggie. Con su abundante pelaje, parecía pertenecer a la sección de animales de peluche de una juguetería.
Las pendientes en el camino de entrada hacia la casa de Jeannie se elevaban abruptamente en uno de los lados, quedando la cima a casi un metro del nivel del piso. Mientras me retiraba esa tarde, Auggie saltaba a lo largo de la cima de la pendiente al lado de mi auto, ladrando gozosamente su despedida. De pronto desapareció, y yo escuché un golpe fuerte debajo del auto. Me detuve inmediatamente, pero no podía encontrar a Auggie por ninguna parte. Entonces, para mi horror, ¡vi a Auggie atascado bajo el auto, entre las ruedas del frente!
Corrí hasta la casa gritando, para que Jeannie viniera. A esa hora su esposo, Hally, y su hijo aparecieron en escena. Auggie estaba tan atascado que todos los esfuerzos por sacarlo de ese lugar fallaron. Solo quedaba una solución: Martín buscó un gato hidráulico y suavemente levantó la parte delantera de mi auto. Así como se dispara una bala de un revólver, Auggie salió de debajo del auto. A una distancia segura, se sacudió, giró y me miró disgustado, como diciendo irónicamente "Muchas gracias".
Más tarde, ese mismo día, Hally llamó para decirme que Auggie aparentaba estar bien. ¡Qué alivio sentí! Ese almohadón de pelo grueso había servido en su favor. Sin embargo, descubrí que había dañado su orgullo. Traté de pedirle disculpas, pero su actitud y sus acciones hacia mí y mi auto no eran amistosas. Era obvio que Auggie me guardaba rencor.
La respuesta de esta mascota me recuerda aquellas veces que yo guardo rencor. A menudo ese rencor que siento hacia esas personas está oculto para ellas. Tendemos a culpar a otros por las cosas malas que nos ocurren. El perdón es la clave para la solución, y cuando lo ponemos en práctica el rencor se evapora. Hally y Jeannie todavía son mis amigos, pero Auggie fue a la tumba con su rencor intacto. Nunca pude recuperar su favor; él nunca aprendió que el rencor no vale la pena.
Una tarde de verano me detuve a visitar a mi amiga Jeannie, que vive en medio del vivero de árboles de su familia. En ese momento tenían un perro Chow-Chow color rojizo, llamado Auggie. Con su abundante pelaje, parecía pertenecer a la sección de animales de peluche de una juguetería.
Las pendientes en el camino de entrada hacia la casa de Jeannie se elevaban abruptamente en uno de los lados, quedando la cima a casi un metro del nivel del piso. Mientras me retiraba esa tarde, Auggie saltaba a lo largo de la cima de la pendiente al lado de mi auto, ladrando gozosamente su despedida. De pronto desapareció, y yo escuché un golpe fuerte debajo del auto. Me detuve inmediatamente, pero no podía encontrar a Auggie por ninguna parte. Entonces, para mi horror, ¡vi a Auggie atascado bajo el auto, entre las ruedas del frente!
Corrí hasta la casa gritando, para que Jeannie viniera. A esa hora su esposo, Hally, y su hijo aparecieron en escena. Auggie estaba tan atascado que todos los esfuerzos por sacarlo de ese lugar fallaron. Solo quedaba una solución: Martín buscó un gato hidráulico y suavemente levantó la parte delantera de mi auto. Así como se dispara una bala de un revólver, Auggie salió de debajo del auto. A una distancia segura, se sacudió, giró y me miró disgustado, como diciendo irónicamente "Muchas gracias".
Más tarde, ese mismo día, Hally llamó para decirme que Auggie aparentaba estar bien. ¡Qué alivio sentí! Ese almohadón de pelo grueso había servido en su favor. Sin embargo, descubrí que había dañado su orgullo. Traté de pedirle disculpas, pero su actitud y sus acciones hacia mí y mi auto no eran amistosas. Era obvio que Auggie me guardaba rencor.
La respuesta de esta mascota me recuerda aquellas veces que yo guardo rencor. A menudo ese rencor que siento hacia esas personas está oculto para ellas. Tendemos a culpar a otros por las cosas malas que nos ocurren. El perdón es la clave para la solución, y cuando lo ponemos en práctica el rencor se evapora. Hally y Jeannie todavía son mis amigos, pero Auggie fue a la tumba con su rencor intacto. Nunca pude recuperar su favor; él nunca aprendió que el rencor no vale la pena.
Marybeth Gesselá
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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Autora: Ardis Dick Stenbkken