Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hambres. (1 Corintios 7:23).
Durante uno de sus viajes a pie, Martín Lulero llegó a la casa de unos campesinos y pidió alojamiento. Aquella humilde familia, sin saber a quién estaban alojando, dio al transeúnte un trato espléndido. Cuando les dijo quién era rehusaron recibir dinero alguno, pero pidieron al gran reformador que orara por ellos y que dejara en la pared de su vivienda un mensaje como recuerdo de su visita. Martín accedió y después de orar escribió con tinta: «Domini sumus». Como ellos no entendían latín le preguntaron qué significaban aquellas palabras, y Lulero respondió: «Somos del Señor».
Ni las huestes del mal, con toda su furia, sus lácticas engañosas y sus trampas y artimañas, pueden cambiar el hecho de que hemos sido comprados por la sangre preciosa de Cristo Jesús. Estoy segura de que aquella mujer, cuyo nombre no conocemos, atesoró en su corazón las palabras que la convirtieron en una mujer libre en Cristo.
Tal vez tú no hayas recibido la visita de ningún gran hombre como Lulero que escriba en la pared de tu hogar un mensaje de vida, pero puedes hacer tuyas las palabras «somos del Señor» y permitir que lleguen a tu corazón y surtan el mismo efecto que en el de aquella mujer. Tu vida puede ser transformada por la sangre preciosa de Cristo, quien te convirtió en propiedad suya por creación y por redención.
Se cuenta que un niño echó al lago un barquito de madera que él mismo había construido, pero hacía tanto viento que el bote se fue comente abajo, y la criatura se quedó desconsolada. Días después vio su barco en una tienda de juguetes. Habló con el dueño y le explicó lo sucedido, pero este le respondió que él se lo había comprado a otro niño y que el único modo de que volviera a ser suyo era si lo compraba. El niño miró su barco, recordó el día en que lo había hecho, los momentos felices en los que había jugado con él, metió su manilo en el bolsillo y sacó el dinero. Una vez en sus manos, lo abrazó, diciendo: «Ahora eres doblemente mío, porque te hice, y porque te compré».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Durante uno de sus viajes a pie, Martín Lulero llegó a la casa de unos campesinos y pidió alojamiento. Aquella humilde familia, sin saber a quién estaban alojando, dio al transeúnte un trato espléndido. Cuando les dijo quién era rehusaron recibir dinero alguno, pero pidieron al gran reformador que orara por ellos y que dejara en la pared de su vivienda un mensaje como recuerdo de su visita. Martín accedió y después de orar escribió con tinta: «Domini sumus». Como ellos no entendían latín le preguntaron qué significaban aquellas palabras, y Lulero respondió: «Somos del Señor».
Ni las huestes del mal, con toda su furia, sus lácticas engañosas y sus trampas y artimañas, pueden cambiar el hecho de que hemos sido comprados por la sangre preciosa de Cristo Jesús. Estoy segura de que aquella mujer, cuyo nombre no conocemos, atesoró en su corazón las palabras que la convirtieron en una mujer libre en Cristo.
Tal vez tú no hayas recibido la visita de ningún gran hombre como Lulero que escriba en la pared de tu hogar un mensaje de vida, pero puedes hacer tuyas las palabras «somos del Señor» y permitir que lleguen a tu corazón y surtan el mismo efecto que en el de aquella mujer. Tu vida puede ser transformada por la sangre preciosa de Cristo, quien te convirtió en propiedad suya por creación y por redención.
Se cuenta que un niño echó al lago un barquito de madera que él mismo había construido, pero hacía tanto viento que el bote se fue comente abajo, y la criatura se quedó desconsolada. Días después vio su barco en una tienda de juguetes. Habló con el dueño y le explicó lo sucedido, pero este le respondió que él se lo había comprado a otro niño y que el único modo de que volviera a ser suyo era si lo compraba. El niño miró su barco, recordó el día en que lo había hecho, los momentos felices en los que había jugado con él, metió su manilo en el bolsillo y sacó el dinero. Una vez en sus manos, lo abrazó, diciendo: «Ahora eres doblemente mío, porque te hice, y porque te compré».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera