jueves, 21 de marzo de 2013

SOLDADO HERIDO


Lugar: Francia
Palabra de Dios: 1 Reyes 17:6.

Gritando de dolor, Mauricio se desplomó en el suelo. Un pedazo de metralla le había dado. Ahora estaba demasiado lastimado como poder levantarse y moverse, y los médicos no podían llegar hasta donde él estaba, por causa de la batalla que se desarrollaba a su alrededor.
Cayó la noche, y Mauricio tuvo que pasarla en un pequeño agujero en el piso. Se sentía débil por la pérdida de sangre y por no haber comido en todo el día. Entonces, pensó en el bocado de comida que tenía en su bolso. Si tan solo tuviera la fuerza para rodar y abrir el bolso... Pero no podía. Si no comía algo pronto, con seguridad moriría.
Al escuchar un ruido, Mauricio levantó la vista. Vio a una gallina caminando hacia él. La gallina se detuvo cerca de su mano y puso un huevo. Mauricio tomó el huevo y se lo comió. Pronto se sintió un poquito mejor.
A la mañana siguiente, la gallina vino nuevamente y puso otro huevo. Lo mismo ocurrió al otro día. Esto se repitió durante cinco mañanas. Mauricio pudo alimentarse lo suficiente con los huevos como para mantenerse vivo hasta que la batalla terminó y un médico lo atendió.
Mauricio se dio cuenta de que Dios lo había cuidado. Era como cuando los cuervos alimentaron al profeta Elías. "Por ¡a mañana y por la tarde los cuervos le llevaban pan y carne"
Para Elías, cuervos; para Mauricio, una gallina. Sí, a veces Dios provee de maneras poco comunes para nuestra ayuda y necesidades, pero sabemos que él siempre estará allí, para nosotros. Podemos confiar en él; el señor cuidará de ti y de mí.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

¡OH DIOS, TU MAR ES TAN GRANDE!


¡Oh Señor, cuan numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! Allí está el mar, ancho e infinito, que abunda en animales, grandes y pequeños, cuyo número es imposible conocer. Salmo 104:24-25.

«¡Oh Dios, tu mar es tan grande y mi barca tan pequeña!» Tal era la inscripción que estaba escrita en un reconocimiento que recibió Jimmy Cárter,, siendo aún presidente de los Estados Unidos, de manos del almirante Hyman Rickover, quien había sido instructor de Cárter cuando este fue infante de marina.
Sin lugar a dudas aquel hombre había sentido la majestuosidad de Dios al navegar por los mares del mundo, lo que lo llevó a concluir que él no era nada frente a la grandeza del Creador. Son muchos los hombres y las mujeres que desde su puesto de acción en este planeta tienen la misma perspectiva. El salmista exclamó: «Señor, tú eres grandioso [...]. Afirmas sobre las aguas tus altos aposentos y haces de las nubes tus carros de guerra. ¡Tú cabalgas en las alas del viento! [...] ¡Oh Señor, cuan numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría!» (Sal. 104:1,3,24)
No solamente es asombro lo que debiéramos manifestar ante la grandeza de Dios. También debemos tributarle honra y adoración reverente, pues aun siendo sus débiles e indefensas criaturas, él nos cuida mucho.
Cuando con el alma se reconoce la soberanía de Dios sobre todo lo creado, surge un sentimiento de impotencia que nos lleva a entregarnos en sus manos, y con docilidad absoluta nos disponemos a cumplir su voluntad. Reconocer nuestra pequeñez genera sencillez en nuestro ser y permite que toda la grandeza humana que podamos alcanzar esté revestida de gratitud y humildad. Este punto de reflexión es un privilegio que únicamente pueden obtener quienes se inclinan sin soberbia ante el Soberano y suplican su conducción. Fue lo que llevó a David a exclamar: «Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos! [...] "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?"» (Sal. 8:1,4).
Hermana, ¡alégrate, regocíjate! Tú eres parte de la majestuosidad del universo y, todavía más, fuiste hecha a imagen y semejanza de tu Creador. Por eso, en este día, ¡alaba! ¡Alaba, y jamás te canses de ello!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

UNA MEMORIA PERFECTA


Él es el Señor, nuestro Dios; en toda la tierra están sus decretos. Él siempre tiene presente su pacto, la palabra que ordenó para mil generaciones (Salmo 105:7,8).

El 27 de diciembre de 2009, el New York Times publicó la noticia de la muerte de Kim Peek a los 58 años de edad. La noticia no habría sido extraordinaria si Kim Peek no hubiera tenido una habilidad fabulosa. Recordaba todo, todo lo que leía.
Kim nació el 11 de noviembre de 1951 con varios defectos. Tenía macrocefalia (su cabeza creció más de lo normal), malformaciones en el cerebelo y su cerebro carecía del cuerpo calloso, o sea el manojo de tejido nervioso que conecta ambos hemisferios del cerebro. A los nueve meses de edad el médico dijo que nunca podría caminar por la gravedad de su condición. Cuando Kim tenía 6 años, otro médico sugirió una lobotomía (extirpar parcial o totalmente los lóbulos frontales del cerebro). Nunca pudo vestirse solo, lavarse los dientes sin ayuda o entender el lenguaje metafórico. Sin embargo, logró terminar la secundaria a los 14 años.
Lo asombroso de Kim Peek es que tenía una memoria fotográfica. Podía recordar todo lo que leía. De hecho, aunque parezca increíble, podía leer las dos páginas de un libro abierto al mismo tiempo (una con cada ojo) y memorizar lo que leía. Durante su vida, Kim leyó, y memorizó, alrededor de doce mil libros y, por lo tanto, era experto en una gran cantidad de temas (historia, deportes, música, geografía, películas, etcétera). Para que tengas una idea, sabía de memoria todos los códigos postales de Estados Unidos y las emisoras de televisión que emiten en cada estado.
Debo confesar que muchas veces he tenido envidia de Kim Peek. Realmente me gustaría recordar con precisión todo lo que leo. Pero no puedo. ¿Será que cuando lleguemos a la Tierra Nueva y seamos restaurados a la perfección original de Adán y Eva, tendremos una memoria perfecta? Yo creo que sí.
Sin embargo, hay algo que no olvido. Es que Dios tiene una memoria perfecta. Él nunca olvida lo que me ha prometido y tampoco las peticiones que le elevo diariamente. Dios conoce los cabellos de mi cabeza, entiende perfectamente mis preocupaciones y no olvida que necesito su ayuda para salir adelante. ¿Por qué no te arrodillas en este momento y elevas tu petición a Dios? Después, levántate con seguridad, porque él no olvidará lo que has pedido.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

EL AMOR DE JESÚS VISTO EN LAS NUBES


Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra... y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Génesis 9:13-15.

Hace algún tiempo, fuimos favorecidos al ver uno de los arcoíris más gloriosos que alguna vez hayamos contemplado. A menudo hemos visitado galerías de arte y hemos admirado la destreza demostrada por el artista que en sus pinturas representa el gran arco de la promesa de Dios...
Cuando contemplamos el arcoíris, sello y señal de la promesa de Dios para el hombre de que la tempestad de su ira no asolará más nuestro mundo con las aguas de un diluvio, deducimos que hay otros ojos que no son los finitos que están contemplando esta gloriosa escena. Los ángeles se regocijan viendo esta preciosa señal del amor de Dios para el hombre. El Redentor del mundo contempla ese arco, pues Cristo lo hizo aparecer en los cielos como una señal o pacto de promesa para el hombre. Dios mismo observa el arco en las nubes, y recuerda su pacto eterno entre él y el hombre.
Después de la terrible demostración del poder castigador de Dios, manifestado en la destrucción del mundo antiguo mediante el diluvio, Dios sabía que en los que se habían salvado de la destrucción se despertarían temores cada vez que se acumularan nubes, retumbaran los truenos y fulguraran los relámpagos; y que el sonido de la tempestad y el caer de las aguas de los cielos provocarían terror en sus corazones, por temor de que viniera otro diluvio sobre ellos...
La familia de Noé observó con admiración y temor reverente, mezclados con gozo, esa señal de la misericordia de Dios que atravesaba los cielos. El arco representa el amor de Cristo que rodea la tierra y llega hasta los cielos más elevados, poniendo en comunicación a los hombres con Dios y vinculando la tierra con el cielo.
Al contemplar el bello espectáculo, podemos regocijarnos en Dios, seguros de que él mismo está contemplando esa señal de su pacto, y que al hacerlo recuerda a sus hijos de la tierra, para quienes fue dada. El no desconoce las aflicciones de ellos, sus peligros y pruebas. Podemos regocijarnos esperanzados, pues el arcoíris del pacto de Dios está sobre nosotros. Nunca olvidará a los hijos a quienes cuida. Cuán difícil es que la mente finita del hombre entienda el amor peculiar y la ternura de Dios y su incomparable condescendencia cuando dijo: "Veré el arco en las nubes, y me acordaré de ti"— Review and Herald, 26 de febrero de 1880; parcialmente en Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1105.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White