Quien encubre su pecados ¡amas prosperará; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón (Proverbios 28: 13).
Muchas veces me he preguntado si la razón por la que nos escondemos cuando hacemos algo malo es porque nos sentimos avergonzadas con Dios y chasqueadas con nosotras mismas. El pecado nos hace sentir mal, afloran pensamientos de culpabilidad y sentimos que le hemos fallado nuevamente a Dios. Por supuesto que todo esto forma parte de la estrategia que Satanás usa para hacernos sentir que la vida cristiana es imposible de vivir y que nunca nos podremos librar de esas tendencias hacia el mal. Lo más lamentable es que encontramos personas por todas partes que ya han dejado de luchar porque se sienten derrotadas. Sin embargo, ante esta cruda realidad lo mejor que podemos hacer es admitir que somos pecadoras y que solamente mediante la justicia y la gracia de Cristo es como podremos alcanzar el perdón y la victoria sobre nuestra naturaleza.
Recuerdo haber leído la historia de un juez que tenía que liberar a unos presos de la cárcel. Para estar seguro de que haría una correcta y justa elección los hizo pasar uno por uno a su juzgado para tener con ellos una entrevista y decidir quién merecía ser liberado. Al preguntar al primero por qué estaba allí este dijo: «Estoy aquí porque me calumniaron y me acusaron injustamente». Luego llamó al segundo y éste le contestó: «Estoy aquí porque dicen que robé, pero es mentira».
Y así pasaron todos los presos y cada uno se declaraba inocente. Hasta que llegó el último preso quien dijo: «Estoy aquí porque maté un hombre. Hirió a mi familia y perdí el control y por eso lo maté. Pero hoy me doy cuenta de que lo que hice estuvo mal y estoy muy arrepentido». Al escuchar la declaración del hombre el juez se puso de pie y dijo: «Voy a darle la libertad a este último preso». Todos se quedaron muy sorprendidos y se preguntaron por qué lo iba a liberar si el hombre había confesado ser culpable de asesinato. El juez entonces les contestó: «El castigo es para los que esconden su falta, la mise¬ricordia para los que reconocen su falta y se arrepienten».
De nada vale que intentemos ocultar aquello que sabemos que no está bien a los ojos de Dios. Si por nuestra naturaleza pecaminosa sentimos que hemos actuado mal con Dios o contra alguien, lo mejor que podemos hacer es admitirlo y solicitar el perdón de nuestras faltas.
Muchas veces me he preguntado si la razón por la que nos escondemos cuando hacemos algo malo es porque nos sentimos avergonzadas con Dios y chasqueadas con nosotras mismas. El pecado nos hace sentir mal, afloran pensamientos de culpabilidad y sentimos que le hemos fallado nuevamente a Dios. Por supuesto que todo esto forma parte de la estrategia que Satanás usa para hacernos sentir que la vida cristiana es imposible de vivir y que nunca nos podremos librar de esas tendencias hacia el mal. Lo más lamentable es que encontramos personas por todas partes que ya han dejado de luchar porque se sienten derrotadas. Sin embargo, ante esta cruda realidad lo mejor que podemos hacer es admitir que somos pecadoras y que solamente mediante la justicia y la gracia de Cristo es como podremos alcanzar el perdón y la victoria sobre nuestra naturaleza.
Recuerdo haber leído la historia de un juez que tenía que liberar a unos presos de la cárcel. Para estar seguro de que haría una correcta y justa elección los hizo pasar uno por uno a su juzgado para tener con ellos una entrevista y decidir quién merecía ser liberado. Al preguntar al primero por qué estaba allí este dijo: «Estoy aquí porque me calumniaron y me acusaron injustamente». Luego llamó al segundo y éste le contestó: «Estoy aquí porque dicen que robé, pero es mentira».
Y así pasaron todos los presos y cada uno se declaraba inocente. Hasta que llegó el último preso quien dijo: «Estoy aquí porque maté un hombre. Hirió a mi familia y perdí el control y por eso lo maté. Pero hoy me doy cuenta de que lo que hice estuvo mal y estoy muy arrepentido». Al escuchar la declaración del hombre el juez se puso de pie y dijo: «Voy a darle la libertad a este último preso». Todos se quedaron muy sorprendidos y se preguntaron por qué lo iba a liberar si el hombre había confesado ser culpable de asesinato. El juez entonces les contestó: «El castigo es para los que esconden su falta, la mise¬ricordia para los que reconocen su falta y se arrepienten».
De nada vale que intentemos ocultar aquello que sabemos que no está bien a los ojos de Dios. Si por nuestra naturaleza pecaminosa sentimos que hemos actuado mal con Dios o contra alguien, lo mejor que podemos hacer es admitirlo y solicitar el perdón de nuestras faltas.
Evelyn Omaña
Tomado de Manifestaciones de su amor
Tomado de Manifestaciones de su amor