miércoles, 16 de septiembre de 2009

EL PERDÓN Y LA MISERICORDIA

Quien encubre su pecados ¡amas prosperará; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón (Proverbios 28: 13).

Muchas veces me he preguntado si la razón por la que nos escondemos cuando hacemos algo malo es porque nos sentimos avergonzadas con Dios y chasqueadas con nosotras mismas. El pecado nos hace sentir mal, afloran pensamientos de culpabilidad y sentimos que le hemos fallado nuevamente a Dios. Por supuesto que todo esto forma parte de la estrategia que Satanás usa para hacernos sentir que la vida cristiana es imposible de vivir y que nunca nos podremos librar de esas tendencias hacia el mal. Lo más lamentable es que encontramos personas por todas partes que ya han dejado de luchar porque se sienten derrotadas. Sin embargo, ante esta cruda realidad lo mejor que podemos hacer es admitir que somos pecadoras y que solamente mediante la justicia y la gracia de Cristo es como podremos alcanzar el perdón y la victoria sobre nuestra naturaleza.
Recuerdo haber leído la historia de un juez que tenía que liberar a unos presos de la cárcel. Para estar seguro de que haría una correcta y justa elección los hizo pasar uno por uno a su juzgado para tener con ellos una entrevista y decidir quién merecía ser liberado. Al preguntar al primero por qué estaba allí este dijo: «Estoy aquí porque me calumniaron y me acusaron injustamente». Luego llamó al segundo y éste le contestó: «Estoy aquí porque dicen que robé, pero es mentira».
Y así pasaron todos los presos y cada uno se declaraba inocente. Hasta que llegó el último preso quien dijo: «Estoy aquí porque maté un hombre. Hirió a mi familia y perdí el control y por eso lo maté. Pero hoy me doy cuenta de que lo que hice estuvo mal y estoy muy arrepentido». Al escuchar la declaración del hombre el juez se puso de pie y dijo: «Voy a darle la libertad a este último preso». Todos se quedaron muy sorprendidos y se preguntaron por qué lo iba a liberar si el hombre había confesado ser culpable de asesinato. El juez entonces les contestó: «El castigo es para los que esconden su falta, la mise¬ricordia para los que reconocen su falta y se arrepienten».
De nada vale que intentemos ocultar aquello que sabemos que no está bien a los ojos de Dios. Si por nuestra naturaleza pecaminosa sentimos que hemos actuado mal con Dios o contra alguien, lo mejor que podemos hacer es admitirlo y solicitar el perdón de nuestras faltas.

Evelyn Omaña
Tomado de Manifestaciones de su amor

CAUTIVOS DISPUESTOS

¿Cómo, pues, escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? Hebreos 2: 3

Gary Richmond, un cuidador del zoológico, se ocupó una vez de unos halcones de cola roja que habían sido llevados al zoológico para protegerlos. Meses antes un hombre había sido arrestado por tenerlos de forma ilegal. Las aves tendrían que permanecer en el zoológico hasta que se celebrara el inicio del hombre, en el cual serían usados como prueba. Pero, por culpa de la burocracia gubernamental, las aves quedaron en el olvido. Todo el personal del zoológico se sentía mal al ver enjauladas unas aves silvestres. Por eso Gary decidió hacerse cargo del asunto. Quería poner fin a su confinamiento y liberarlas. Así, una noche dejó abierta, "por accidente", la puerta de la jaula. A la mañana siguiente, cuando regresó al trabajo, los halcones seguían dentro de la jaula. Luego Gary probó a asustarlos. Después de dar unas vueltas alrededor, los halcones regresaban al interior de la jaula. Habían pasado tanto tiempo en cautividad que no deseaban la libertad. ¿Alguna vez te encontraste con personas que saben que Jesús va a regresar pero que no quieren dejar el mundo? Tienen los ojos puestos en acontecimientos mundanos y esperan ser cristianos inmediatamente antes del fin del tiempo de grada. A esas personas les ofrezco la lección de los halcones de cola roja. Las aves habían pasado tanto tiempo en la jaula que cuando se les ofreció la libertad escogieron la cautividad. Habían perdido el deseo de ser libres. Lo mismo podría ocurrir ion las personas que se acomodan demasiado en el pecado. ¿Es posible que los que esperan hasta el final para ir a Jesús se hayan acostumbrado tanto a una vida sin Dios? ¿Puede ser que cuando se apruebe la ley dominical y sepan que e fin está cerca, no sientan deseos de ser salvados? Si no le has pedido a Jesús que entre en tu corazón, hazlo hoy mismo. No estés en el grupo de los que se van a perder la vida eterna porque esperaron demasiado.

Tomado de la matutina El Viaje Increíble.

NO TE JUNTES CON LOS REVENDEDORES

El que anda en chismes descubre el secreto; no te entremetas, pues, con el suelto de lengua. Proverbios 20:19

¡Qué actividad tan penosa e indigna es andar en chismes! No solo penosa e indigna, sino peligrosa y maligna. ¿Por qué insistir en el mal que ocasiona una persona que anda en chismes? Todos sabemos que es incalculable: siembra rencillas entre parientes y vecinos, es como un revendedor que toma el chisme de una casa y lo lleva a la otra. La persona que anda en chismes es peligrosa para el mundo y para la iglesia. Dios estableció una legislación para detener esta peligrosa actividad entre su pueblo: No andarás chismeando entre tu pueblo» (Lev. 19: 16). «Es decir, propagar rumores dañinos, ya sea porque no son ciertos, o porque perjudican a la persona implicada. Los rabinos enseñaban que eran tres los pecados que quitarían al hombre de este mundo y lo privarían del mundo futuro: idolatría, incesto y homicidio, pero que la calumnia era peor que estos, pues mataba a tres personas a la vez: al calumniador, al calumniado y al oyente. Es más efectiva que una espada de doble filo» (Comentario bíblico adventista, i. l,p. 804). Chismorrear es cosa seria. Y no creas que solo es chismoso el que dice una mentira; también lo es quien transmite con ánimo calumnioso un caso verdadero. Y también es mentiroso y calumniador quien le hace caso y le presta oídos generosos. El chisme implica complicidad secreta. El chismoso solo se siente cómodo cuando puede actuar encubierto. El sabio Salomón advierte al cristiano que no debe entremeterse «con el suelto de lengua», otra designación de infamia. Sobre este asunto del chisme es muy interesante lo que escribió E. Cabannau, bajo el título "Mi nombre es... ¡chisme!": «No tengo respeto por la justicia. Mutilo, pero sin matar. Rompo corazones y arruino vidas. Soy astuto y malicioso, y gano fortaleza con la edad. Mientras más se me cita, más se me cree. Florezco en todos los ámbitos de la sociedad. Mis víctimas están indefensas. No pueden protegerse de mí, porque no tengo nombre ni cara. Seguirme es imposible, porque me oculto en la multitud y en la oscuridad. Una vez que mancho una reputación, nunca vuelve a ser como antes. Derribo gobiernos y destruyo matrimonios; arruino carreras y provoco noches de insomnio, dolores en el corazón y pena. Hago que las personas inocentes lloren en su almohada. Llego a los titulares de los diarios y provoco angustia». Sigamos hoy el consejo y la ley de Dios.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.