miércoles, 21 de noviembre de 2012

ARDIENDO EN EL ESPÍRITU


«No apaguen el fuego del Espíritu» (1 Tesalonicenses 5:19).

En nuestro camino por el desierto hoy vamos a hablar otra vez del fuego. El fuego era muy importante para la gente de los tiempos bíblicos. De hecho, era tan importante que mañana vamos a hablar otra vez de él. Ya hemos visto que los israelitas usaban e fuego para derretir el metal y crear objetos, así como para cocinan dar calor y alumbrarse.
Cuando un campista israelita hacía una fogata, esta comenzaba siendo pequeñita. Primero encendía pequeños trozos de madera, después iba incorporando ramas más grandes y finalmente terminaba echando troncos en ella, de manera que el fuego ardía durante mucho tiempo.
El Espíritu Santo está tratando de encender ese «fuego» en ti. Él comienza con cosas pequeñas, como ayudarte a entender su amor por ti. A medida que creces y comienzas a conocer mejor a Dios, el Espíritu Santo te va enseñando más y más hasta que tu fuego por él brille enérgicamente y permanezca en ti. El versículo de hoy nos dice que no debemos apagar el fuego del Espíritu. No apagues tu fuego por Jesús escogiendo el pecado. No dejes que Satanás te engañe haciéndote creer que su camino es mejor que el de Dios. Deja que el fuego del Espíritu se mantenga hasta que Jesús regrese por ti.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

DIOS CUIDA DE TI


Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. (Salmos 91:11)

Salía de la universidad y me dirigía a casa. Aún no había oscurecido, así que decidí caminar, ya que no vivía tan lejos. A la mitad del camino observé que tres jóvenes altos y robustos venían hacia mí. Al verlos pensé en cruzar la calle, pero no me dieron tiempo a hacerlo. Uno se puso detrás de mí y los otros dos al frente. Era un asalto. Me tomaron con fuerza de las manos, para despojarme de alguna joya. Al percatarme de lo que estaba sucediendo empecé a gritar, ya que estaba muy asustada. Uno de ellos me agarró por el cabello y me tiró al suelo. Fue entonces cuando empecé a orar y a pedir la ayuda de Dios.
En cuestión de segundos los vecinos de una casa cercana abrieron la puerta. Al darse cuenta, los maleantes me arrebataron la cartera y salieron huyendo. Los dueños de la casa me ayudaron a entrar y me ofrecieron agua. Fueron como ángeles que me fortalecieron en mi desesperación. Me permitieron hacer una llamada a mi casa para que vinieran a buscarme. Pero la historia no termina ahí, porque minutos más tarde los malhechores rondaban la cuadra a bordo de un vehículo, quizá esperando encontrarme, quién sabe con qué intenciones. Hoy día, cada vez que camino por las calles, invoco constantemente la promesa: «Sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos». «Si en nuestra ignorancia damos pasos equivocados, el Salvador no nos abandona. No tenemos nunca por qué sentirnos solos. Los ángeles son nuestros compañeros. El Consolador que Cristo prometió enviar en su nombre mora con nosotros. En el camino que conduce a la ciudad de Dios, no hay dificultades que no puedan vencer quienes en él confían. No hay peligros de que no puedan verse libres. No hay tristeza, ni dolor, ni flaqueza humana para la cual él no haya preparado remedio» (El ministerio de curación, p. 192).
Hoy, con toda certeza te puedo decir: ¡Dios cuidará de ti! ¡Ojalá que esta frase resuene en tu mente al dar inicio y al llevar a cabo todas tus actividades!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Fabiola Elizabeth Velásquez

¡VIDA DE VERDAD, VERDAD!


Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10:10

Una de las buenas historias que cuenta Tony Campolo tuvo lugar mientras enseñaba una de sus clases.
—¿Cuánto tiempo han vivido? —pregunta a sus estudiantes. 
Nadie se atreve a responder. Entonces el profesor se dirige a un estudiante en particular.
—¿Cuánto tiempo has vivido? 
—Veinticuatro años —responde el joven.
—No quiero saber cuánto tiempo has existido, sino cuánto tiempo has estado verdaderamente vivo.
La mirada perdida del joven revela que no aún no ha entendido. Entonces el profesor les cuenta la experiencia que vivió cuando, junto con sus compañeros de estudios, subió por primera vez al mirador del edificio Empire State, en Nueva York.
—Jugaba con mis compañeros de clase —les contó— cuando, de repente, me encontré mirando el imponente paisaje. Sin darme cuenta, olvidé lo que estaba haciendo, admirado por la majestuosidad de la vista que estaba ante mis ojos. La inmensa ciudad, con sus torres de concreto y de vidrio por doquier, parecía una gran maqueta de juguete. Me quedé paralizado, maravillado ante aquel espectáculo. Nunca olvidaré ese momento, porque lo viví plenamente. 
Y dicho esto, se vuelve hacia el mismo estudiante. 
—Entonces, ¿cuánto tiempo has vivido?
—Si se trata de esa clase de experiencias, diría que he vivido solo uno o dos minutos. La mayor parte de mi vida ha transcurrido sin significado, con la excepción de unos pocos momentos en los que he estado verdaderamente vivo (Carpe Diem. Seize the Doy [Carpe Diem: Aprovecha al máximo el día], pp. 13-15).
Y tú, ¿has experimentado momentos en los que te sentiste verdaderamente vivo? Momentos en los que disfrutaste plenamente al lado de la gente que amas; al contemplar las maravillas de la creación de Dios; al practicar tu deporte preferido; al hacer una buena obra a favor de alguien necesitado; al besar al ser que más quieres... ¿Captas la idea? En este mundo hay gente que solo se preocupa por existir. Pero, alabado sea Dios, ¡Cristo vino para darnos vida de la mejor calidad! Vida verdadera, abundante, plena.
Hoy tienes la oportunidad de vivir plenamente. Mira a tu alrededor. Todavía hay mucha belleza. Todavía hay gente maravillosa. Y hay muchas cosas buenas de las que puedes disfrutar sana y plenamente.
Y cuando al final de este día te acuestes para descansar, no olvides dar gracias a tu Padre Celestial.

¡Gracias, Dios, por la vida abundante que Cristo vino a darnos!

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

SU PASTOR


«Como pastor apacentará su rebaño. En su brazo llevará los corderos, junto a su pecho los llevará; y pastoreará con ternura a las reden paridas» (Isaías 40:11).

¿Qué hace un buen pastor? Un buen pastor conduce sus ovejas donde la hierba es verde y fresca. Allí donde hay pastos, verdes también hay seguridad y constituyen un lugar agradable y fresco para echarse a descansar. Los pastizales verdes también son alimento para las ovejas. Pero lo primero que tiene que hacer el pastor es arrancar las hierbas venenosas o urticantes. Asimismo, con la vara golpea la hierba para ahuyentar a las serpientes. «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Sal. 23:4).
Un buen pastor se asegura de que sus ovejas comen bien todos los días. Si no ha encontrado suficiente pasto verde para comer en los pastizales, por la tarde, cuando regresan al redil, les da de comer heno. Procura que las ovejas coman primero, incluso antes que él mismo. «Aderezas mesa delante de mí, en presencia de mis angustiadores» (Sal. 23:5).
Las ovejas no beben de aguas turbulentas. Por tanto, un buen pastor conduce a sus ovejas hacia aguas tranquilas, donde pueden beber sin temor a morir ahogadas. «Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma» (Sal. 23:2,3).
Por la noche, cuando regresan al redil, un buen pastor examina cada oveja con cuidado y vierte aceite en sus llagas. Por la mañana frota sus rostros con hierbas y ungüentos para que no las piquen los insectos. «Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando» (Sal. 23:5).
Un buen pastor jamás abandona a las ovejas a su suerte. «Pero el asalariado, que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye porque es asalariado y no le importan las ovejas» (Juan 10:12,13). Sin embargo, Jesús dice: «No te desampararé ni te dejaré» (Heb. 13:5).
¿Qué hace un buen pastor? «Yo soy el Buen Pastor; el Buen Pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10:11). Basado en Juan 10:6-18.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill